Cómo le dan caza // Agustín Valle
Sobre el batacazo mediático anti-ricotero
(tiempos de política anti-corporalista)
(tiempos de política anti-corporalista)
0.
El encuentro quizá más multitudinal de la
historia argentina, dispersado con la razón de la imagen, disuelto por la
realidad mediatizada. ¿Cómo es que el más hermoso héroe de este lío, y la
potencia de reunión autónoma y masiva más grande que haya visto esta tierra,
resultan tan vulnerables a un golpe de la subjetividad mediática? Tantos años:
contables pero infinitos años. Que ahora se anudan, o desanudan más bien, en
este punto crítico con tufo a final. Desagradable, triste, encolerizante.
Hace años que el espacio ricotero se venía
poblando de fuerzas que debilitaron su naturaleza, aún masificándolo más y más.
Eso nos dejó servidos. Pero no fue eso lo que sufrió la monumental condena de
la moral mediática: fue el tesoro revoltoso y rajante, patrimonio de la larga
historia patricia, lo que recibió el reto gozoso de las vidas tristes y sumisas
a la Realidad. La batuta de la condena la llevó el Presidente. Aduciendo
tristeza por los dos muertos, pedagogizó que “esto es lo que pasa cuando no se
respetan las normas”: felina expresión de la alegría natural del poder ante
muertos cuyas vidas, aunque sea un poquito, se le habían escapado.
Aquí van algunas líneas intentando entender
las fuerzas en juego:
1.
Los redondos y Patricio Rey fueron siempre
un espacio de aire respirable, de libertad mutante, de vida abierta en raje de
la realidad obvia de cada época (y el pogo y los psicoactivos son, en efecto,
parte de la gestión de ese aire respirable). En el mundo parido por la
gran derrota moderna, en el mundo de la enajenación como única verdad fija,
Patricio Rey fue el santo y seña de un espacio donde, sí, somos nosotros. Hubo
un momento -empezando el siglo nuevo- en que Patricio se difuminó (y sin
embargo eso también lo difundió); después, con Patricio desplazado, muchos
redondos, incluido el Indio, incorporaron versos provenientes de otro caldo.
Versos esperanzados. Acá estamos: vulnerables ante la corriente de verso
general.
2.
Si algo de lo magramente llamado “grieta”
pudo darle alta estocada a la esfera ricotera, es porque el territorio ricotero
ya se había mudado, en una parte demasiado grande, a la Realidad. La noción de
grieta implica una mismidad esencial de los bordes separados; la grieta es
grieta de una cosa. Los Redondos no. El espacio redondo nunca partió
unidad alguna; siempre fue más bien una vertiente generativa. Napa subterránea,
diluvio, marejada. Unos aparecidos. Por mudarse a la Realidad, el espacio
ricotero pudo devenir documental semi publicitario, materia de selfies, saludos
a 678 desde el escenario, filmaciones de los shows del Indio usadas de cortina
del mismo show televisivo, misivas públicas a “colegas quejosos” explicando su
poética, Aníbal Fernández en camarines, etcétera... Ya estaba abierta la puerta
a la realidad mediática y su Juicio. Al Ojo de la berretada cruel.
3.
Un indio solo es un oxímoron. Los indios han
sido y son sujetos comunitarios: imposible concebir la existencia yoica
individual. Es comprensible que nuestro Indio solo no sostuviera el hermetismo
ricotero. Desde abajo también manyamos verso... No hay que subestimar la fuerza
que traccionó hacia una utilitarización del espacio ricotero. Que lo mediatizó:
lo convirtió en un medio para otra cosa. Explicitó nombres en los lienzos
blancos. Diluyó el secreto: fue a la ventanilla de la Realidad y lo canceló al
contado como capital político. No era fácil resistirse a tales sirenas. No sin
Patricio alentando en la nuca de sus bombones.
El espacio ricotero, entonces, se publicó.
Por eso ahora puede verse al recital como
“un recital”; incluso puede irse como si fuera “un recital”. Para nosotros un
recital redondo -y mucho de los recitales del Indio fueron recitales redondos-
nunca fue “un recital”; siempre un acontecimiento, la autogestión de una zona
temporariamente autónoma que, más bien, desmentía el orden de la Realidad.
Y claro: cuando en la cumbre de la yunta ya
no está el Rey Patricio, ese tutor invisible que guardiana un clima de nosotros
(su existencia es un juego: el juego que le da la clave a la situación), sino
un individuo, una persona con dni (individuo: figura subjetiva de la Realidad),
nuestro Indio solo, es más fácil desplazarse a la posición de consumidor que
reclama “organización”. Así como, también, es más fácil dejar a alguien tirado
(en el barro, o sin llegar al micro que se va con menos gente de la que llevó),
si vine a consumir un recital del Indio. La posición de “usuario” no cabe bajo
atmósfera del Rey misterioso que nos iguala a todos en tanto que redondos,
fieles suyos: en el espacio de Patricio, está claro que lo que hay somos nosotros.
4.
No apunto a la nostalgia; genealogizo. Y
genealogizo -someramente- no solo la debilitación del espacio ricotero, sino
también las claves por las que centenares de miles de personas todavía
sintieron que hay algo más verdadero ahí, en esa yunta nacida con el soplo del
Rey; ahí, donde Patricio nunca se muestra y habilita la realeza del nosotros.
Trescientas, cuatrocientas mil personas movilizadas por el deseo de algo real
más intenso y eterno que esta vil realidad. Masividad de algo que no está encuadrado
en el orden cotidiano de la realidad, no se lo puede ubicar ni circunscribir;
por eso es incomprensible cómo se dan cita; por eso hasta los detractores dicen
que es un “milagro” que nadie hubiera muerto antes: es una masividad que en la
Realidad está escondida, latente, clandestina. Son vidas, claro, tomadas a la
vez por otras fuerzas, es evidente (de usuario, de consumidor, de miniturismo a
la intensidad ricotera...).
5.
El encuentro de cuerpos más multitudinario
sucumbe ante una corriente de pantallas. No una “operación mediática” -que,
además, para que funcione, necesita morder en el mar de lo sensible; tiene que
haber un ánimo difundido que sea conductor de esa corriente calculada-. En todo
caso, “operación mediática” en tanto conjunto de movimientos que concurren a un
mismo efecto y comparten el mismo cuño. Cuño mediático: un masivo movimiento
con patrones perceptivos, expresivos, morales, relacionales, etc, propiamente
mediáticos. Signados por la supresión de la distancia a tiempo real.
6.
Nos quejamos de la compulsión opinológica.
Pero en nuestros días, la opinión es el registro natural de la invasión de lo
mediato; de la centralidad de lo mediato. Compelidos a hablar (y nunca la
humanidad estuvo tan compelida a hablar; ¿qué está en tu mente, Patricio?),
asistentes a un paisaje imaginal, los cuerpos se entrenan en un decir desligado
de la experiencia de habitar aquello sobre lo que se habla. Y todos estamos
sometidos a poderosísimas fuerzas de estímulo y extracción discursiva. Apuesto
a que lo que más creció, en todos los ordenes de la existencia humana, en estos
últimos años, es la cantidad de palabras proferidas.
La opinión es el género de la valoración a
distancia. O, mejor, el género de la valoración propio de la “proximidad
mediática”, como dice Virilio. La compulsión a opinar es efecto de cuánto las
vidas viven impregnadas de un paisaje de cosas que no habitan en presencia: es
inevitable tener una opinión. Es imposible no tener opinón. “Si nada te
conmueve, ¿para qué opinás?”, leí a Carlos Gradín. Pero Diego Valeriano me
apuntó: es precisamente porque no te conmueve, que opinás. Vos, él, yo,
cualquiera.
7.
Sobre todo cuando hay muertos. “Los muertos
siempre van en la tapa”: periodismo básico. Pero ese protocolo periodístico no
alcanza para explicar lo que se hace pasar por esos muertos. Los sentidos que
se les insuflan: taxidermia moral. Taxidermia moral. Obviamente, para vaciar la
vida que habitó un cuerpo apenas el cuerpo muda en cadáver, y llenarlo de los
propios miedos y fantasías, es necesario tener borrada la capacidad de
conmoverse. Al menos de conmoverse con aquello que se percibe a la distancia.
Porque tal cosa existe (“es necesario sentir en lo más hondo...”); es posible
conmoverse con algo distante. Quizá sea difícil cuando lo distante pasa por
próximo: desaparece toda noción de que hay algo más -más real- que lo que
percibimos sin más. Digo: los “medios”, como artefactos de técnicos de
transmisión, tienen la capacidad de mediar, en el sentido de hacer
puente, acercar; es por el tipo de vida que los tiene como tecnología (vida que
no se limita a ser “efecto de los medios”), que los medios no median sino que
mediatizan: separan más de lo que ligan; organizan la ligadura de la
separación.
9.
Hay chicos que son bombas pequeñitas, y
otros que son medios pequeñitos. Cuerpos aparatos, que difunden la Realidad
mediática. También de esos se forma el “oceáno de gente” que va a ver al Indio
solo. “Infiltrados”, como escuché decir al colectivo Juguetes Perdidos.
Consumidor, usuario, indignado. Figuras que acaso no encarna plenamente nadie y
que atraviesan a muchos, en convivencia ambivalente, promiscua incluso, con
fuerzas y deseos de la presencia intensa.
Porque cuatrocientas mil personas es un
montón, pero sucumbimos a las fuerzas anti-presentificantes.
Des-presentificantes. Fuerzas sacan la existencia de la presencia, la alejan.
Las coordenadas de la existencia (las imágenes prácticas con que nos
concebimos) le son despojadas a la presencia. Ya no soy el que está acá, mi
existencia deja de concebirse como fundada por estar acá. No “soy redondo” sino
“alguien que vino al recital del Indio”. Así es como se puede hasta hablar como
un “sobreviviente” después de no haber vivido ningún daño ni amenaza, a lo sumo
unos apretujamientos y demoras en la movilidad a la salida-esperables-. La
presencia invadida por una concepción mediatizada de la existencia.
10.
Patricio Rey es un ejemplo maravilloso de un
elemento presentificador. Un intensificador de la presencia, a grado tal que la
existencia entera se ve pensada, cuestionada, tonificada por esa presencia -al
contrario de la mediatización que castra la presencia a título de una imagen de
la existencia-. Soy redondo. Esa existencia afirmada por la presencia
luego alcanza a tener un modo propio de habitar las escenas “ajenas”. Por eso
es padrino de múltiples micro-complicidades en la ciudad. Por eso se constituyó
como la voz que más hablaron las paredes urbanas de las últimas cuatro décadas.
Por eso permitió sobrevivir y gozar a las sensibilidades de disidencia
instintiva, estética, desde la dictadura hasta que fueron esas sensibilidades,
esos cuerpos, los que echaron a pedradas al neoliberalismo noventoso.
Patricio Rey, un sueñito presentificador.
Gracias a él uno no cree en lo que oye; la presencia recupera su ánimo de
poder, olvidando la obviedad circundante.
11.
¿Qué fuerzas llevan a ver “tragedia” donde
murieron dos de trescientas o cuatrocientas mil personas, sin haber sido
asesinadas ni víctimas de violencia accidental? ¡Masacre, incluso! ¿Estás bien,
estás bien? Los medios, por supuesto, mostraron su condición terrorista, como
señaló Ezequiel Gatto: llamando “desaparecidos” a los que no tenían señal de
celular. Hijos de yuta, propiamente. Pero hay más...
La creencia inmediata en la tragedia indica
un lugar previo disponible para afirmar eso, masacre, tragedia, para desmentir
una fiesta como desastre. No hubo masacre ni tragedia; hubo dos muertes al
interior de una autogestión (sanitaria, toxicológica, experiencial), ejercida,
por cierto, en un espacio de autocuidado colectivo mucho más eficaz que la
convivencia urbana normal. Y sin embargo es inmediata la creencia, el crédito
que se le da al desastre sangriento de la fiesta ricotera. Cosa que no sucede
con los veinte muertos diarios en “accidentes” de tránsito, los siete en una
comisaría días antes, los miles y miles de muertos normales que son cuerpos
donde estalla el modo de vida de explotación, miedo, odio y estrés. No: son los
caídos en un viaje propio, en una historia propia, los que despiertan el retito
moral.
Es la gozosa condena de los castrados:
aquellos resignados a que todo es igual, todo lo mismo. Las vidas que
renunciaron a la existencia de viajes diferenciales, desesperan por
desmentir todo rastro de disidencia de cualquier agite que lo contenga; le caen
con todo el peso de la Realidad: vieron, esto iba a pasar, el Indio es una
pyme que no produce la organización que necesita.
“Si respetan las normas hay más
oportunidades” dijo el gato (el abanderado en la Rosada del propietarismo y de las
vidas del miedo y la impotencia), contento porque dos muertos le permiten
condenar al ricoterismo. Pero Patricio, la gran escuela de la presentificación,
no quiere oportunidades; no las necesita. Planta su fiesta y trae su cielo un
rato a esta tierra, que es una herida. O bien se disuelve derrotado. Tenemos
dos muertos redondos: que en paz descansen. Murieron en una apuesta por
intensificar la vida al interior de una poética propia. Mucho más francos que
una vida que goza con tragedia y masacre tanto como para verlas donde no las
hay, tanto como para darles crédito así existen efectivamente -así tienen
efectos aunque no existan-.
Es entendible: una sensibilidad mediatizada,
los cuerpos enajenados (con la potestad de la presencia mediatizada), gozan
ante el espectáculo de cuerpos arrancados de vida: de cuerpos más enajenados
que ellos. La mediósfera aumenta la potencia de los cuerpos de consumir
imágenes. En su forma inercial, esta capacidad se hipertrofia y en cambio duele
la parte del cuerpo que podría habitar una reunión multitudinal como algo
más verdadero, la parte del alma que podría fundar la realidad desde su
presencia arbitraria -la que podría decir la vida es esto, y que bufen los
eunucos. Duele y queda resentida.
“¡Muertos, no hacían fiesta, están muertos!” Como señalaba Bifo, para la
subjetividad mediática el porno y los cuerpos despojados son trending topic: el
triste goce de espectar cuerpos más enajenados que el propio, en contraste con
los cuales el opinador es un re vivo.