La desobediencia en el caldero // Verónica Gago
Foto: Jose Nicolini |
Hace algunos
meses desde México, habló en estas páginas de política del deseo. Más allá de
las decodificaciones, se trata de una de esas frases que funcionan como
insignias. Comunican. Conectan. Sin saber muy claro en qué sentido. Pero por
eso mismo: porque proliferan sentidos en los que la resbalosa y a la vez
precisa política del deseo se encastra, se anima, se acuerpa. La filósofa y
militante Raquel Gutiérrez Aguilar pasó por Buenos Aires una semana y, en ese
trajín de días que ensancharon sus horas, hizo aquello que dice ser su tarea:
averiguar aquí y allá cómo se produce, cómo se cocina y cómo se conversa una política en femenino. Una declinación de
la política del deseo. “No es la reposición de un binarismo ramplón”, aclara,
sino “el modo en que el lenguaje produce una torsión que viene del ras de otras
prácticas políticas, que encienden otras sensibilidades”. Es también el título
de un futuro libro que escribe y que parece no poder escribirse sin viajar una
y otra vez, y llenar cuadernos de apuntes, y deshilvanar al detalle cada
conversación en busca de esa llama que nombra como “novedad política” y se le
encienden los ojos. Está convencida –con la precisión de matemática que alumbra
sus razonamientos, con la pasión de una combatiente que persevera en las peleas
con ritmos diversos– que estamos ante la emergencia de una época del “entre
mujeres”. Una época de desbordes y desacatos inéditos. Sólo así se comprende, a
contrapelo, el nivel creciente de violencia machista que aparece como respuesta
misógina.
En Buenos Aires transitó
por una serie de conversaciones, de “pistas”, que se cruzaron con sus
intuiciones y experiencias y que no pueden dejar de pensarse al calor de una
sistematización que se quiere estratégica en un sentido muy concreto: ¿cómo
avanzamos en construir y hacer fuerte una disposición a no obedecer? ¿Cómo se
acumulan flujos de desestabilización del orden patriarcal capitalista? ¿Cómo es
posible pensar los horizontes de transformación política desde lugares
concretos de alianza y confianza? Unas preguntas clave para el multitudinario Encuentro
Nacional de Mujeres que empieza mañana en Rosario.
Desandar y desordenar
Una vez Raquel
contó que en la cárcel aprendió que decir “sí” no siempre significa lo mismo. Había
detectado al menos cuatro variantes, gracias al cromatismo del aymara: “sí
donde ya se sabe que es no”, “sí de que me lo voy a pensar”, “sí de que tengo
que ver cómo siguen las cosas” y “sí de sí”. Esa diferenciación había sido
dura: surgió de ensayos, fracasos y éxitos que costaron mucho al intentar
organizar acciones colectivas, desde huelgas de hambre a pedidos de mayores
visitas íntimas, entre las presas de Obrajes, en La Paz. Raquel estuvo allí
desde 1992, cuando fue detenida y procesada por
alzamiento armado y una decena más de cargos junto a otros y otras integrantes
del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK), entre ellos Álvaro García Linera
y Felipe Quispe. Había llegado a Bolivia pasados los veinte años, a fines del ’84: “Lo que
sentíamos era que todo estaba por hacerse. Ese era el reto, la dificultad y la
belleza. Una vez más: ¿qué hacer?, ¿cómo organizarse?, ¿cómo impulsar la
revolución?”. Antes, había tenido en México una militancia con
los salvadoreños del FMLN en el exilio, mientras estudiaba filosofía y
matemáticas. Pero fue de aquella experiencia en la cárcel donde parió su primer
libro: ¡A desordenar! Por una
historia abierta de la lucha social, ahora editado en Buenos Aires. Apenas
unos años después de ser liberada, toma fuerza, premura y empuje otro libro que
también acaba de presentarse: Desandar el
laberinto. Introspección en la feminidad contemporánea (ambos Tinta Limón
Ediciones). Este
último, escrito en 1999, se trata de un texto liminal, de frontera. Al borde
del siglo nuevo y de la inminencia de una época intensamente movilizada en
Bolivia. Al borde de la libertad y de la razón, en los resquicios de una
comunidad que se deshace y otra que se está preparando. En la línea entre lo
que se rompe y aquello de lo que apenas se tiene visiones fugaces. Este libro,
sin embargo, está ya más allá del encierro y el desorden, pero para ir a fondo
con otra fórmula para esos mismos problemas: ¿qué sería volver a recorrer, como
se deshace una madeja de lana, el laberinto de la subjetividad femenina? ¿Por
qué después de la comunidad de mujeres vivida en la cárcel, de una fusión
amorosa, y de un grupo político reducido y de confianza, se está aun en medio del laberinto? Esa maraña aparece
en estas páginas como un ejercicio, a la vez gozoso y a la vez dolido, del más
generoso don (una palabra con una fuerza de atracción recurrente en el libro)
en el que se pone al desnudo lo que se sabe, lo que se siente y lo que se
cuentan las mujeres a sí mismas y entre sí para entender la captura del cuerpo
y la economía política del sexo, la institución matrimonial y las exigencias y
moralidades sociales, la lógica de los intercambios y el avance del capital
sobre terrenos más y más extensos.
Del laberinto se puede salir de muchas maneras.
Desandarlo es otra cosa. “No pretendo, ni por un solo momento, elaborar una
teoría general de la liberación de las mujeres”, advierte Raquel. Pero traza
andariveles, y en medio de ellos se puede bracear y tomar aire. El primero
conduce a una pregunta: cómo experimentar la “disposición de sí” para desmontar
los bloqueos e inhibiciones que se organizan como un malestar intangible y
pegajoso. Luego, advertencias: por qué tendemos a dudar de nosotras, de lo que
queremos hacer para “atrincherarnos en una apatía vital”. Y más a fondo: las
cosas se pondrán peor cuanto más “perseveramos en la afirmación de una elección
vital, en la seguridad de una intuición íntima”. El recorrido es largo (con
mojones que van de Marx a Simone de Beauvoir, de Badinter a Illouz, de Bourdieu
a Varela y Maturana) pero el oleaje logra un ritmo: la construcción de
autonomía es lo único que horada, como el agua, al laberinto desde abajo.
Una
comunidad de mujeres más allá del encierro
Estamos en el patio del local de la organización Yo No
Fui, que trabaja con mujeres presas en los penales de Ezeiza y San Martín.
Debíamos entrar al Centro Universitario de Ezeiza (CUE) del Complejo IV, pero el día anterior
estalló una huelga de brazos caídos en reclamo del pago de las doscientas horas
laborales. Mientras tanto, en el Congreso el PRO y el Frente Renovador
presentaban en comisión un proyecto de ley para modificar la ley 24.660 y
suspender las salidas transitorias cuando se cumple la mitad de la condena (iniciativa
anunciada por la ministra Bullrich en el programa Almorzando con Mirtha Legrand). “Es un debate sobre la pena de
muerte encubierto”, dice una de las presentes: “saber que no tenés ni chance de
salir por tu conducta es como declararte muerta viva dentro de la cárcel”. El
ambiente no es ni un milímetro ajeno a la época. Otra compañera le cuenta el
conflicto alrededor del artículo 64 de la ley 20.337 que prohíbe a quienes
estuvieron presxs armar y trabajar en cooperativas porque se les prohíbe ser
parte de su Consejo Administrativo. “¿Pero entonces las mujeres que estuvimos
presas somos ciudadanas mutantes?”, dice Raquel.
“Cuando salí de
la cárcel tenía clara una idea: quería que persistiera esa comunidad de mujeres
en la que había vivido pero quería tener la llave”. Hay un saber acumulado en
esa imagen que está en la experiencia de cada una de las mujeres que han estado
presas y que ahora rememoran la cercanía de esa “familia” que se arma en el
encierro, de la intensidad de afectos que luego es difícil encontrar “afuera”.
“También hay un saber de la organización entre mujeres que en la cárcel es muy
claro”, dice Raquel y que, sin dudas, podemos expandir: la organización por
problemas, aprovechar todos los resquicios para hacer oír la propia voz, la
técnica informal de la charla y un saber estratégico sobre cómo gestionar las
violencias. Muy diversa a la representación de tipo sindical (por delegado) que
caracteriza a los penales de varones, las formas organizativas que ella
recuerda como potentes “son aquellas que producen escenas donde nos aliábamos
y, a partir de eso, el triunfo era darnos y construir confianza, lo que ya va
tejiendo la acción por venir”. No es lo mismo la prisión en Bolivia de hace
veinte años (divididas las presas entre las “1008” –la ley que penaba el
narcotráfico–, las comunes, y las bombas –las presas políticas–), pero las
traducciones se hacen sin problema. “En Bolivia se decía “corchas” a las que se
portaban bien con el servicio penitenciario: ¿cómo se les dice acá?”. “Sopla
bolsa”, dicen varias a la vez en medio de una larga sucesión de chistes.
La red: Ni Una Menos y Vivas Nos
Queremos
Las
manifestaciones de Ni Una Menos y el modo en que la consigna ha sido tomada y
elaborada en organizaciones y barrios de distintos puntos del país y de la
región muestran algo que no era hasta ahora habitual: la cuestión feminista
como cuestión de masas. No es menor que la contraofensiva venga del mismísimo
poder de la Iglesia, que se propone justamente la disputa por las
movilizaciones masivas y en busca de la representación de una pobreza casta,
capaz de reconocer un mando superior y con una masculinización de la conducción
evidente, la cual se arroga todos los liderazgos populares. Como en una broma
de la historia, brujas y papas vuelven a ser personajes que aparecen en
carteles y pancartas. Iconografías para nada anacrónicas si se miran las puestas
en escena de las últimas movilizaciones, donde se grita “somos las nietas de
las brujas que no pudiste quemar” y en paralelo se pasean todos los colectivos
que conducen a Roma.
“Es posible
pensar el movimiento que se abre con estas movilizaciones como un movimiento
sin demandas. En el sentido que instituir demandas es ya dar un código de
interpretación del poder. Eso no significa desentenderse de las cuestiones
concretas. Pero tenemos que encontrar nuestra propia manera de formularlas que
no es precisamente en el lenguaje de las demandas que el poder siempre exige
para reconocernos”, comenta Raquel en una conversación con una de las impulsoras
primeras del #NUM. Es esa descodificación lo que habilita otra perspectiva:
“pensar el movimiento como un flujo de desestabilización”. Más tarde, en el
Centro Cultural Tierra Violeta dirá que la idea de flujo no es la de una vía
libre y rápida, sino “un trayecto lleno de tensiones, de conflictos, en fin:
flujo de desestabilización es otro nombre para lo que llamamos lucha en su
sentido práctico-histórico”.
Estas ideas son
parte de lo que se discute como claves a nivel del feminismo latinoamericano:
un mapa que intenta articularse ahora con más fuerza que en otros períodos y
que reúne una capacidad de trasvasarse entre los “momentos excepcionales” –los
de la pelea álgida o el tiempo de la insurrección- y los “momentos cotidianos”
–donde esa lucha se prolonga bajo modos y en espacios que no son su fase
oscura, minimalista o defensiva, sino lo que construye la base material y
secuencial de otras formas de la pelea.
Se está
trabajando para que el año próximo las manifestaciones se hagan al unísono en
América Latina, bajo la consigna de #Vivas nos queremos, que popularizaron las
mexicanas y que da un paso más sobre el Ni Una Menos, porque afirma y abre
sobre un punto de partida ya constatado: una vida tiene chances de autodefensa
cuando se teje colectiva y tiene a la calle como recurso de acción directa.
“Del Ni Una Menos al Vivas nos queremos es una coreografía pública del flujo de
desestabilización del orden masculino patriarcal. ¡Vaya que lo hemos
desordenado! Lo que necesitamos ahora es profundizar en las herramientas
teóricas y en las prácticas políticas que nos permitan seguir manteniendo
abierto ese flujo de desestabilización. Las violencias machistas son el intento
justamente por bloquearlo asesinando mujeres para aleccionarnos en el miedo. Frente
a ese miedo, tenemos que entender y cuidar aquello que vibró en nosotras en
ciertos momentos colectivos”. Esa clave ya la tenemos en el cuerpo.
Raquel cuenta que
los dos libros que vino a presentar los escribió en momentos de quiebre vital y
confiesa que su trayectoria con el feminismo es la del alebrije: esos animales fantásticos que hacen en Oaxaca, donde se
componen crestas de dragón con patas de ave y ojos de serpiente. No existen
pero se inventan. Recuerda las primeras incursiones con el periódico Feminismo proletario, repasa lo que
llama los “congelamientos” en las “agendas de la equidad y los derechos
sexuales y reproductivos” e invita a volver a pensar aquella frase que escupieron
algunas feministas italianas, “No creas tener derechos”, para tomar en serio el
conjunto de despojos y expropiaciones del presente. “Creo que hoy vemos crecer
un “entre mujeres” que actualiza el feminismo de la diferencia de una manera
distinta a cómo había quedado congelado, esquematizado. Y creo que es gracias a
las luchas concretas que enfrentan la masculinización abstracta que es la
lógica misma del capital. Percibo en América latina una potencia masiva en este
momento a la que tenemos que ser sistemáticamente sensibles, ver qué va
variando, que se inventa aquí y allá, a partir de conocimientos situados”.
Partir de sí para salir de sí
Dice Raquel que
le gustaría quedarse para asistir al Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario.
Mientras, se puede hacer el ejercicio de algunos puntos que nos deja, también para
pensar en la proyección regional que ya va tomando forma:
# las masivas
movilizaciones feministas en el continente y todo el debate alrededor del
feminismo popular-comunitario nos muestran otra clave de lectura que la del
puro cierre o fin de ciclo para pensar los ritmos de la región.
# tenemos que
pensar al interior de lo que en general se consideran “incoherencias” del
movimiento (por ej.: moviliza pero no queda en nada, enuncia pero no organiza,
etc.) para revertir su formulación (o, como lo hacen las lenguas vivas
indígenas, poder hablar desde esas llamadas incoherencias): ¿cuál es el tipo de
organización que aparece y que hay que darle estatus de novedad política?, ¿qué
tipo de acumulación de fuerza es posible que parte de acciones concretas como
desenganchar la violencia machista de la respuesta securitista y policial que
se quiere dar desde arriba?, ¿dónde se producen esas otras formas de
acumulación?
# evidenciar cómo
en el trasvase generacional los límites y umbrales de lo que se consolida como
intolerable van cambiando sensiblemente.
# es necesario
salirse de una política estado-céntrica sin dejar de pensar el Estado. Plantear
desde aquí iniciativas de reapropiación de la riqueza social expropiada
(ajustes, tarifazos, etc.)
# sostener los
espacios que se tejen como relaciones de confianza que nos dotan de fuerza con
otras y empuja el deseo. En esa clave, la lucha social abre horizontes
prácticos y lo común deja de ser una consigna que nos roban para convertirse en
la base material para las peleas.