Apuntes sobre vida mula, derrotas y alianzas // Colectivo Juguetes Perdidos
(La gorra coronada IV)
La gorra ajustada
Macri toca el bolsillo de la
gente pero también su alma: gorruda y mula. Y acá –vale decirlo una vez
más– no hablamos de categorías morales o moralizantes para impugnar las vidas
populares (nada de gorilismo ni de racismo progre), nos referimos a modos de
vida, a máquinas sociales... a tonalidades afectivas de la multitud mula. La
Vida Mula no es una impugnación moral a un modo de valorizar la vida o una
categoría sociológica para bardear desde una exterioridad gorila la relación de
los “sectores populares” con el trabajo (o con el consumo, con la rutina, con
la vida barrial, etc.). La Vida Mula es la Realidad; sin Vida Mula no hay
sociedad. La Vida Mula es un modo de las relaciones sociales contemporáneas; el
roce cotidiano con las cosas, con la pantalla del celular que dispara la alarma
a las cinco de la mañana, con los otros cuerpos-laburantes que se aprietan en
los viajes en bondis y trenes, con los laburos de día, con los quilombos
familiares de noche, con las violencias difusas de tiros en la madrugada, con
el ruido insoportable de los rejuntes barriales... Vida Mula es también
sociabilidad laboral –y acá las imágenes van tomando cada vez más ambitos de la
ciudad blanca...–, romances, curtidas y amistades laborales, after-office y
fulbito semanal, cabezas quemadas, birras y fasitos en la plaza, grupitos de
whatsapp, fines de semanas de escabios y drogas y días de semana de ibuprofenos
y café, disposiciones anímicas para la obediencia y el muleo, profunda
necesidad subjetiva de que en –y por– el trabajo pase gran parte del tiempo de
vida y la sociabilización; el trabajo como excusa para postergar las filosas
preguntas existenciales, el trabajo como excusa para olvidar el
emprobrecimiento vital, el trabajo como excusa para reforzar la sujeción al
endeudamiento, la familia, el hogar estallado e hiperpoblado o el depto en el
barrio blanco...
Las grandes pantallas exponen
nuevamente los linchamientos: devenires del engorrarse en su modo oscuro y
ambiguo de gestionar desbordes. “La vida mula se resiente y descarga su
incertidumbre sobre un cuerpo tirado en el piso”… y claro que no es la misma la
descarga de una vida que no descansa en ciertas redes materiales (garitas,
patrullajes de seguridad privada), culturales (humanismo ilustrado), sociales,
etc… A mayor exposición a la precariedad totalitaria más amoral, oscura y
violenta es la guerra; nada de “pobres contra pobres”, como dice el slogan
sensiblemente –y materialmente– exterior a la sórdida realidad social y
barrial; hay guerra de realismos, guerra de formas de vida, disputas por la
intensidad sobre fondo de precariedad. El engorramiento es ambiguo y amoral, a
la vez que profundamente político. Es empobrecimiento vital (vecinos
rejuntados, defensa del “consumo” y la propiedad –aguantada con el cuerpo–,
pedidos desesperados de tranquilidad, etc.), y es al mismo tiempo una disputa
oscura por la intensidad. Empobrecimiento vital que no es quietud ni
normalización; reacciones que intensifican el continuo de la Vida Mula.
El realismo político gobernante lo
sabe y se monta sobre esa movilización barrial (incluso robando imágenes de
izquierda: la gente reacciona y se autoorganiza, se cansa y se planta,
marchan para no naturalizar la situación...). Conectar con esa
“movilización”, apostar por el realismo vecinal (amplificándolo desde el
Palacio, reforzándolo, encarnizándolo…) es su trabajo de base, su apuesta por
hacer pie y sostenerse territorialmente (ni hablar mediáticamente). El que
lincha es un tipo que retiene el terror cotidiano, y explota cuando ve que
puede (hay un terror anímico previo al terror gorrudo). En estos días ese
constatar que se puede deviene social, mayoritario y no encuentra
fronteras –discursivas, retóricas, Políticas– que lo resistan –aunque más no
fuese mínimamente– a nivel gubernamental (como pasaba durante el kirchnerismo).
Al jugar en esos términos, el macrismo no solo instaura un umbral peligroso de
gobernabilidad (el incendio se puede salir de control), sino que refuerza
(sobre todo en “ausencia” de aparatos políticos, con internas con la policía,
crisis y ajuste) algo de la alianza de clases que lo empujó (y sostiene) hasta
aquí. Todo el poder a los mulos, a los rejuntados, a los quemados, a los
engorrados, a la gente (alianza de clases: barrios populares y ciudades
blancas). Si vas a ser empresario de vos mismo que sea de verdad: bancando con
el cuerpo detrás cada inversión rapiñada.
Durante la década ganada el
consumo implicó toda una gestión cotidiana de las fuerzas vitales; mística,
energía, aguante, rebusque, agite, pero también engorramiento (“sostener con el
cuerpo lo que se compra con las cuotas”). La situación económica actual va
borrando o difuminando algunos componentes de ese encadenamiento y pone cada
vez más el acento en otros; menos consumo más engorramiento. La gorra se ajusta
varios talles (y calza bien con el consumo deshinchado, vitalmente
deshinchado y enfriado...). No hay normalización con el macrismo, ni
aquietamiento, como no hay normalidades pacíficas ni duraderas en la
precariedad totalitaria. La exposición al afuera sin límites interrumpe
cualquier orden y norma duradera, cualquier aquietamiento o “desmovilización”.
La tranquilidad (densa, casi siempre siniestra, de atmósfera cargada...)
se juega minuto a minuto, y es mantenida bajo estado de movilización bélica
(guerras sociales de no tan baja intensidad). A la tranquilidad –como al
consumo, como dijimos durante la “década ganada” y como queda obscenamente
expuesto ahora– se la aguanta fierro en mano, “cueste lo que cueste”. Los
pedidos de tranquilidad (o las guerras por la tranquilidad) en la precariedad
totalitaria suponen una gran movilización de energías psíquicas y físicas para
mantenerse en pie; una “vida normal”, tranquila, es guerra cuerpo a cuerpo con
cada día como escenario de combate.
La gobernabilidad macrista habla
mejor el lenguaje de los nuevos barrios, del continuo de la vida mula (y
los rajes y escapes a este dispositivo), de las disputas de realismos, de las
“nuevas conflictividades sociales”… que el resto del arco Político reconocido.
Pero que el macrismo intente “cooptar” a líderes sociales (“el carnicero” o “el
doctor” son los líderes piqueteros que tenía Néstor) de los movimientos de
trabajadores híperocupados y movilizados no significa que los nuevos barrios
estén identificados sensiblemente con el macrismo: están luchando vitalmente
por sostenerse en la precariedad totalitaria que cada vez expone más su fondo.
Esta misma belicosidad social –de las fuerzas anti-todo– puede ir contra el
macrismo –como fue contra el kirchnerismo y todo aquello que le pasaba cerca–,
y nada de esa direccionalidad ocasional augura una vida más alegre.
A medida que el cierre por arriba
se profundiza, que el enfriamiento y el ajuste toma cuerpo y se encarna, la
imagen del “estallido social” sobrevuela muchas de las discusiones, de los
imaginarios, de los cálculos y sobre todo de las expectativas. Pero a la imagen
del estallido no podemos no sumarle la de la implosión. Cada cuerpo,
cada casa, cada barrio implosionando en enormes y profundos micro-estallidos
hacia adentro. La implosión: estallido sobre fondo de precariedad totalitaria.
Cuerpos que no dan más. Hogares que colapsan. Roles fundidos (ni siquiera
desfondados, sino quemados por sobreexposición, por soportar de más). El ajuste
en un escenario de precariedad totalitaria, implosiona sobre los cuerpos-fuerzas
que atreviesan el continuum, la vida mula se endurece e implosiona para todos
lados, como una bomba bajo tierra... con menos laburos, menos changas, menos
guita, cualquier elemento fundamental para mantener a flote una vida en un
terreno precario se vuelve más pesado y estalla sobre el cuerpo responsable. La
obviedad macrista parece “resistir” estas explosiones e implosiones sociales, y
hasta quizás las necesite para hacerse más fuerte...
Tres tristes derrotas
Tres derrotas provocaron –y ahondan
cada vez más– al macrismo sobre nuestra sociedad y nuestros cuerpos. La menos
importante es la del medio, la derrota electoral. O mejor, esa derrota no
se explica sin la derrota sensible (primera y fundante) que se continúa hoy en
día; porque se sigue percibiendo “la derrota en las urnas” y en la aplastante coyuntura
Política, pero no la derrota de las formas de vida que la incubaron. Ya
hablamos de la primera derrota: existencial antes que macropolítica,
derechización vital antes que ideológica (“derrota existencial o derrota vital
‘antes’ que macropolítica, o como condición para que ésta suceda: falta de
inyección vital, experimentaciones frustradas, cierres de las posibilidades al
interior de cada vida… eran algunas señales que aparecieron los últimos años que
hablaban de un enfriamiento vital, caldo de cultivo –junto a otras dinámicas–
del actual escenario político y social. Empezar a pensar –y pararse ante lo que
pasa– por este lado, nos saca de un plano puramente ideológico, de ‘toma de
posiciones’, de posturas que cierran bien a un nivel discursivo o imaginario, o
de principios, pero que poco entran en juego con la vida, con las maneras de
vivir, con el hábito, con los afectos, con las alianzas vitales que vas
tejiendo, con las disputas efectivas en las que estás metido –disputas no sólo
a nivel material, económico, político, de relaciones de fuerza, sino también
disputas a nivel de la intensidad, de las ganas, de cómo valorizás tu
vida”–). Ahora sin embargo, en plena gorra coronada, con las fuerzas anti-todo
deviniendo gobierno y el continuo de la Vida Mula demostrando su plasticidad,
la tercera derrota (que es la profundización de las anteriores) nos
aplasta aún más. Hablamos de la derrota de quedar inscriptos en un plano
abstracto, ideológico, de representación, de reacción política. El
régimen de obviedad macrista sustrae energías militantes y las pone a dialogar
en un nivel cómodo –de padecida comodidad– en dónde cada vez hay más distancia
entre lo que pasa por ahí y las fuerzas y deseos sociales, las disputas
de las vidas concretas, las pasiones populares... Es desde ese plano discursivo
desde donde se arman estrategias para “luchar” contra los despidos, contra el
ajuste, contra el vaciamiento de programas, contra... y el macrismo sigue
intacto y como si nada. Quizás porque se disputa siempre un solo elemento del
continuo en el que se insertan las vidas, manteniéndose intactos todos los
demás. “Saltamos” por alguno de esos elementos violentados (por ejemplo, el
trabajo) pero conservamos instintivamente los otros elementos, inmóviles...
Dijimos que las fuerzas anti-todo y
revanchistas no apuntaban al kirchnerismo en tanto fuerza política sino que
–sobre todo– la gran revancha es contra los mantenidos, contra la vagancia,
contra cualquier sensibilidad social suelta por ahí que intentó valorizar su
vida de modo distinto al de la multitud mula. Si se va contra el
kirchnerismo es menos contra sus figuras o su programa de gobierno y más contra
lo que el k dejaba hacer (habilitando las condiciones sociales para que suceda,
o no actuando para bloquearlas). El revanchismo es contra lo silvestre. Por eso
se alimenta de las disputas por el realismo que nacieron en los
diferentes barrios y ciudades: realismo vecinal vs realismo de lo silvestre (el
realismo pillo, el realismo de lo que raja). En este escenario, olvidar
al kirchnerismo sin más es un gesto peligroso y es una trampa: porque es borrar
también la memoria de vidas concretas en situaciones de agite público (una
movilización, pero sobre todo una fiesta, una gira, un caos público, un dinero
que se cambia de signo, un rechazo al trabajo, un espacio laboral menos
organizado por el verdugueo de los jefes y patrones, un agite suelto, un
deambular de otra manera por la ciudad... no mucho –y sin embargo tanto– más).
Borrar al K es ignorar lo silvestre que atravesó a muchos pibes y pibas
(las generaciones curtidas en los años de la “década ganada”, quizás quienes
mejor comprendieron sus dinámicas sociales), es cagarse en fuerzas vitales que
atravesaron consumo, laburos, barrios, políticas, calle; es evitar un plano de
afectos y agite vital que siempre evitó –e impugnó, involuntariamente quizás–
la derechización existencial. Y es un gesto de arrugue también con las
propias fuerzas y con las propias derrotas…
La crítica sin carne que se escucha
hacia el K, puede llevarse puesto también modos de vida populares no-mulos,
sensibilidades que se expandieron durante esos mismos años y que son lo único
concreto que puede resistir realmente al macrismo (realmente: en el
plano sensible, en el cuerpito, en la forma de vida, en la calle, en la noche,
en el bolsillo, en la feria; realmente: disidencia existencial, no parla o
ideología crítica o expresiones de deseo). ¿Cómo se componen los cuerpos
después de experimentaciones frustradas, qué pasa con las derrotas vitales (o
cuando lo que queda es el refugio en las propias vidas)? Renegar de la última
década, dejar que se la lleve puesta una lectura exterior, molar, aplanadora,
es por un lado esquivar la primera derrota, la más importante, la que nos toca
en las formas de vida que se armaron y sedimentaron en los últimos años… y al
mismo tiempo es desconocer el subsuelo de la precariedad totalitaria y como
ésta es esencial a los nuevos barrios. Tanto para sus dinámicas oscuras
(aquellas con las que dialoga el macrismo) como para sus rajes y politicidades.
¿Qué barrios, qué experiencias, qué cuerpos son los finalmente se convocan “pasando por arriba” esas derrotas, esas mutaciones, esas experimentaciones? Seguramente unos más abstractos, menos potentes, menos reales (también menos ambiguos, menos “sucios”); quizás con roles más cómodos que interpretar (o “militar”), pero también menos reales...? Más allá de lo bancable de ciertas -y necesarias- escenas militantes (movilizaciones, campañas contra la violencia institucional, denuncias, actos) es fundamental “inquietarlas” cuando se arman desde “arriba”, desde cierta exterioridad sensible, cuando muerden poco en el barrio, cuando parecen desconocer las pequeñas y grandes derrotas, las mutaciones de los nuevos barrios, el engorramiento extendido, el terror anímico de fondo, las condiciones materiales y afectivas de existencia de la multitud mula, los modos en que los pibes valorizan sus vidas... Una militancia potente es la que, más allá de “lo programático”, busca alianzas insólitas que trascienden las fronteras externas e internas de los nuevos barrios; una militancia que piense los problemas “picantes” y los rajes sucios, los modos en que se politiza (se valoriza) una vida y una muerte... una militancia que soporte lo ambiguo y amoral de las fuerzas que atraviesan las vidas concretas... (que no son heroicas ni santas).
Cuando el poskirchnerismo deviene
prekirchnerismo se cierra un círculo Político que, sacándose de encima
–del cuerpo– una larga, compleja y pesada década, hace aún más
insondable las líneas de fuga al macrismo gobernante; las mismas que se
incubaron en disputas cuerpo a cuerpo con la sensibilidad que lo parió. Más que
criticar –lúcida o moralmente– la década ganada o de festejarla desde
sus imágenes Políticas (desde su representación), se trata más bien de
investigar –para aumentar, para agitar, para continuar, para que no se
corten...– los agites que se conquistaron –que se soltaron– en todos esos años
y que aún siguen sueltos por ahí. Olvidando al kirchnerismo se borran hábitos distintos
a los oficiales (porque ya eran distintos a la oficialidad kirchnerista;
la misma que descubre recién ahora la tortura en las cárceles, la violencia
institucional, el verdugueo de las fuerzas de seguridad... un despertar tardío
y torpe que sigue ignorando la politización singular de lo silvestre, la
potencia de lo que raja, la resistencia que es siempre y en primer lugar insistencia:
de las propias formas de vida, de los berretines que mueven un cuerpo, de las
alegrías conquistadas).
Ahora que la sensibilidad gorruda,
el realismo vecinal, la multitud mula devino gobierno, la sensibilidad
silvestre y los agites intensos no pueden ser olvido. Si esto sucede “las
luchas políticas” estarán castradas de cualquier tipo de materialidad sensible,
afectiva, libidinal; serán pura parla sin cuerpo. Crítica sin sujeto. Si los
rajes y los agites no se piensan desde los mismos barrios y vidas concretas que
los parieron, lo que queda es idealismo Político y tozudez (en estos meses
asistimos a una “segunda vuelta de la política”, igual de molar que la primera,
igual de sedienta en detener todas esas fuerzas y deseos en moldes, programas y
posturas políticas descarnadas, igual de impotente...) y el riesgo de seguir
alimentando el régimen de obviedad macrista que, a diferencia de la “obviedad
militante” –que muerde muy poco en las sensibilidades sociales– se expande cada
vez más por ciudades y barrios, porque se nutre del realismo vecinal popular.
Pero si en los nuevos barrios –ahí
donde hoy surfea la gobernabilidad macrista– se expandía la gimnasia sensible
del engorramiento (que es vitalismo oscuro: linchamientos, vecinos
enfierrados y empoderados, gendarmes, policías y prefectos con el verdugueo
recargado, cachivaches gatillando y rastreros bardeando, pitufos
molestando, etc.) y se endurecía la Vida Mula, también –reverso o
anverso, según por dónde se le entre o según a qué plano se le de prioridad– se
preparaban y experimentaban rajes, agites, gestos pillos y movidas lúcidas que
de hecho (y desde su ambigüedad) cortaban esos dispositivos o los vaciaban a
nivel sensible…
¿Se puede luchar realmente contra
el macrismo si no hay una repulsión profunda a las sensibilidades que lo
incubaron y que lo alimentan? Quizás tengamos que dejar por un tiempo de “ver”
lo que el macrismo hace y nos hace y ponernos a investigar cómo se hace en
nosotros, cómo se elabora sensiblemente en nuestras vidas, en qué momentos lo
interrumpimos, qué rajes son los que insisten, que nuevas percepciones
sociales se tienen que habilitar, con quiénes nos aliamos para hacerlo saltar
(antes de nuestras vidas que del Palacio...).
Macri Gato Blanco
Las fuerzas
anti-todo no nos gobiernan
Arriba la
Vagancia
Octubre de 2016
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