Espejos incómodos: un diálogo con las militancias que dijeron adiós (III) // El Loco Rodriguez
“La muerte en la cruz no prueba ninguna verdad, solamente
una convicción, solamente una idiosincrasia (error muy popular: ¿tener coraje
de la convicción propia? ¡tener más bien el coraje de atacar la convicción
propia!)”
F.
Nietzsche. Fragmentos póstumos.
Dos imágenes contrapuestas nos ayudan a
entender aspectos e importancia de lo
femenino, lo corporal y lo político. Por un lado la virgen María; por el otro, María Lionza[1].
Tenemos en este contrapunto dos modelos de mujer, dos modelos de cuerpo, dos figuras
de sensualidad.
La virgen María expresa, en primer
lugar, una negación del cuerpo vivo. La imagen de mujer ofrecida por el cristianismo
es una figura donde esta se mantiene inmaculada, sin pecado concebido, por eso
virgen; donde no hay olores, ni sudor, ni placer, por eso sin cuerpo. La otra
imagen, la de María Lionza, nos muestra a la diosa montada sobre un tapir con
los brazos extendidos, esta tiene una musculatura fuerte; hay presencia del
cuerpo y de la carne, y por eso de lo sensual y gozoso, rasgos sin los cuales
la vida no puede pensarse, la vida no puede ser vida. ¿Hay cuerpo sin
hedor?
¿Pero son solo esto, dos figuras de lo
sensual y el cuerpo? León Rozitchner nos supo provocar, preguntándonos: “¿Qué
tiene que ver hacer el amor con la política?” Y nosotros podemos traducir la
pregunta: Qué tiene que ver la política con nuestros placeres, con nuestra
sensualidad, con nuestras formas afectivas, con nuestras formas de sentir. Si
el sujeto es el que se involucra en la política, lo hace con todo su ser; en
otras palabras, también con su carne. Y este sujeto encarnado, que siente y
piensa, actualiza sus respuestas políticas según su carnalidad, según su cuerpo
afectivo. ¿Las respuestas antes las crisis, ante el vacío, no parten también, de un cuerpo paralizado por el
miedo, por la urgencia?
Los afectos son también políticos. Y
nuestra sensualidad, determina caminos, estrategias, formas de pensamiento,
formas de hacer política. ¿Qué respuesta
tuvo la militancia kichnerista ante la ausencia de su conductora? Salió a
buscar afiliaciones al PJ. Es decir, buscó refugió en una formula anquilosada,
en una creencia enmohecida, y en un viejo sentimiento: el de que el PJ es la
herramienta a disputar, por que expresa la identidad profunda del pueblo. Se
vuelve a viejas formas de hacer política, a viejas formas de sentir. ¿No hace
lo mismo la izquierda trotskista, cuando proyecta sobre el presente categorías
cristalizadas que tuvieron su origen en una experiencia en la Rusia del 1917?
Las mismas fórmulas políticas ya
envejecidas, ante los problemas de nuestro presente, no traerán una nueva
realidad. Las mismas formas de sentir ante el vacío político, ante la
renovación de la derecha, no darán como resultado nuevos sujetos. Los partidos
(de izquierda o progresistas) como fábricas de militantes representan una
paradoja: pretenden la transformación de la realidad, sin transformarse ellos
mismos. Claro, es que en última instancia cuando nuestro proyecto fracasa
diremos, que no hemos triunfado siempre
por una cuestión cuantitativa: El kirchnerismo perdió ante el macrismo porque
al “Proyecto” le faltó más kirchnerismo o porque no fue “lo suficientemente
peronista”. Pero nunca pondremos en juego a nuestra propia subjetividad, como
producto singular, soporte vivo de las estructuras partidarias, sociales,
económicas, etc…
Olvidamos el cuerpo, escamoteamos el
cuerpo y, en consecuencia, no lo interrogamos. Las izquierdas en argentina
(peronistas o no) permanecemos regulando las prácticas militantes bajo un
modelo virginal: la Causa, siempre puesta en un más allá, y el cuerpo
(sacrificial) y su sentir, siempre tapado, condenado al mutismo. Y cuidado, si
este irrumpe: “este no es el ámbito compañero… ¿Qué se piensa, que esto es un
club de amigos?”.
Cuando el cuerpo no se abre a
ninguna problematización de cara a la construcción de poder se da a lugar a que
las interpretaciones políticas inadecuadas persistan, fijadas, en ciclos que se
repiten. Dado que las mismas cuentan con un arraigo afectivo, imaginario y
sentimental que nunca se pone en cuestión ¿Por qué envolvimos nuestra práctica
política de una nostalgia que no vivimos? ¿Si nuestro cuerpo late en el deseo de una transformación radical para
nuestra patria; por qué insistimos en usufructuar -por izquierda- el bagaje de
la mitología católica y peronista más básica? ¿Volveremos a decir, en nuestro
fuero íntimo, “¿Porque el Pueblo es Cristiano y Peronista?” (¿Aunque no
lo sepa, y vote a Vidal?) ¿De
qué nos vienen a salvar las emotividades despertadas, una y otra vez en clave
de “mística”, cuando removemos algún capítulo de la leyenda soñada, aquella que
nos envuelve cada vez que sentimos que retomamos la lucha de los compañeros caídos?
La angustia de animarnos a crear. De eso nos salva. Un plus de esfuerzo
creativo, eludido, radiado por la renuncia a desafiar los límites, los propios
límites, aquellos que se juegan en la intimidad de una carne excluida.
Comenzamos
hablando de dos modelos de sensualidad y terminamos hablando sobre política.
Hay en esto una intuición: La política habilita formas de corporalidad y por
esto formas de sentir. En tiempos de
recomposición de la derecha ¿Qué haremos? ¿Volveremos a sacar de nuestro viejo
cajón las estampitas de Perón y de Trotsky para enfrentar al demonio del capitalismo?
¿O seremos capaces de traicionarnos a nosotros mismos, de mover un cuerpo
encallecido y politizar (interrogar) nuestra sensualidad? En definitiva es todo
lo que tenemos. Porque el neoliberalismo se siente en nuestra carne, y desde
ahí es donde debemos empezar a combatirlo. Cómo hacer política con todo esto,
es quizás el interrogante de nuestro tiempo.
Hay que animarnos a pensar la
política toda de nuevo.
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