Piel negra. Poder blanco. Dallas, Baton Rouge y las cenizas del mito “post-racial” // Miguel Mellino
Dallas y Baton
Rouge están dando el golpe decisivo a la era Obama. La era del primer
presidente negro de uno de los estados más racistas que el capitalismo y el
colonialismo moderno han producido en la historia, está acabando de la única
manera en la cual podía acabar. Difícil encontrar otro ejemplo en la historia
reciente – a parte quizás el de J. F. Kennedy – en la cual los discursos a
través de los que el poder tiende a legitimarse son tan distantes de su
efectiva constitución material. Acogida en 2008 como la expresión de una
necesidad colectiva de discontinuidad respecto a las previas administraciones
teo-con, también desde buena parte de la izquierda radical global, la era Obama
ha demostrado totalmente otro posicionamiento respecto a tal espera: a nivel
tanto de política nacional que la política exterior.
El complejo
“militar-financiario-neoliberal”
Desde el punto de vista económico,
más que encorajar políticas anti-ciclicas frente a la crisis del 2007 – la cual
lógica más perversamente depredadora tuvo como objeto los negros pobres
de EE.UU., ulteriormente expropiados por los créditos subprime – la era Obama
ha sido caracterizada por la promoción de medidas finalizadas no solo a
mantener, sino a reforzar la estructura neoliberal del actual orden financiero
global. En la era Obama, lo que Peter Gowan ha llamado en su The Global Gamble (1999) el conjunto “FMI-Wall
Street-Señoria del dolar” – es decir la estructura material del
neoliberalismo como dispositivo global de gobierno – seguramente se ha
reforzado después de la crisis de 2007. También los últimos episodios de esta
saga hablan claro: piense en la promoción activa y directa por parte de Obama
mismo, en sus últimos viajes oficiales, del TTIP (Transatlantic Trade and Investement
Partnership), un tratado que derrumbaría las última barrera para
una entrega total del mundo a la soberanía de las multinacionales y la economía
financiera, pero también en su apoyo explicito al Remain en el referéndum
británico, es decir una elección proclamada sobre todo en la continuidad del
actual poder financiero europeo basado en el papel estratégico de la City londinense en el interior del actual
modo de acumulación neoliberal global.
Tampoco desde el punto de vista
geopolítico no ha habido ninguna ruptura con las administraciones conservadoras
anteriores. La “mitológica” retirada de EEUU en Iraq y Afghanistan, lanzada en
2008 como parte del proyecto “Obama Hope”, se ha vuelto en su contra, en la
decisión de mantener los marines en estas zonas de guerra a “tiempo
indefinido”. Los discursos de los inicios a favor de un “pacifismo
multilateral” se han acompañado de intervenciones directas e indirectas a favor
de nuevas “guerras permanentes” y nuevas balcanizaciones de estados no del todo
“alineados” al orden internacional, como en el caso de Libia, Ucraina y
Siria. Pasando por la asfixia de los así llamados países emergentes (BRICS)
efectuada a través de un acuerdo deliberado con los sauditas a favor de un
fuerte aumento de la producción de petroleo, el único objetivo del cual
ha sido el de hacer caer el precio internacional del crudo. Se trata de una
estrategia que ha metido en problemas no sólo a países como Rusia y China
(tradicionales estados canallas), sino también la Bolivia de Morales, el
Ecuador de Correa y la Venezuela de Maduro. Es en este contexto que se debe
ubicar el apoyo de Obama – con una visita oficial en Marzo – al neoliberalismo
despiadado de Macri en Argentina y la deriva reaccionaria y conservadora en
Brasil después del impeachment del controvertido gobierno de Dilma Roussef. Mas
allá de los juicios que se puedan tener sobre los diferentes gobiernos “post-neoliberales”
de América Latina, los cuales, los límites de clase, si se quiere, están
claramente en la base de su progresivo debilitamiento interno, no se puede
negar que la era Obama haya conspirado desde el inicio contra el así llamado
“regreso a la izquierda” de esta parte del mundo: aquí es suficiente recordar
el apoyo explicito al golpe contra Zelaya en Honduras de 2008 y contra Lugo en
Paraguay de 2012.
El complejo
“militar-penitenciario-racial”
Pero si es cierto que en la era
Obama el conjunto “militar-financiero-neoliberal”global se ha reforzado
progresivamente, es además cierto que también a partir de Angela Davis lo que
podemos llamar el conjunto “militar-penitenciario-racial” interno
indudablemente no está más debilitado. Aquí también se puede observar la misma
tipología perversa de “blackwashing”,
por así decirlo: los discursos sobre el inicio de una condición finalmente
“post-racial” en los EE.UU., de una democracia finalmente libre de las
jerarquías de la raza y de la “linea del color”, han funcionado como un
siniestro contrapunto de la marcha inestancable del “estado penal” neoliberal.
La celebración de una “condición post-racial” – sellada por la puesta en
discurso de la elección de un presidente “negro” en el país de las plantaciones,
del Ku Klux Klan, de los linchamientos de los negros, de las violaciones
sistemáticas de las esclavas negras, de las leyes Jim Crow – ha sido la banda
sonora de una singular “tecnología racista de gobierno” emergida junto al
proceso de reestructuración neoliberal y basada en la represión militarizada de
los territorios, el encarcelamiento y el abandono de masas, el recurso al racial profiling y el homicidio de estado entre negros
pobres y excluidos.
No se dejen engañar los
significados literales vehiculados por la palabra “post-racial”. Lo que
muestran los hechos, es decir la continua producción institucional de los
negros pobres como “grupo sujeto a muerte prematura”, por decirlo como Ruth
Gilmore, es que el discurso “post-racial” a través el cual continua a
interpelarnos todavía la era Obama, no es más que la condensación fetichista o
el suplemento ideológico de una nueva y más perversa forma de racismo. Es
cuanto afirma, por ejemplo, David Theo Goldberg, notable estudioso del racismo
moderno, en su Are we all Post-racial yet? (2012). Según Goldberg, la
especificidad del orden del discurso “post-racial” no está tanto en volver
innombrable la raza en el lenguaje ordinario o en volverla “invisible” como
fenómeno social, cuanto en su negar de manera continua y obsesiva la dimensión
estructural-material del racismo en la sociedad americana. El discurso
“post-racial” niega el racismo como “constitución material”, es decir como
dispositivo (simbólico y material) a la base de la producción de la relaciones
entre las clases y por lo tanto de la jerarquización de la ciudadanía. En
términos marxistas, se puede decir que el discurso “post-racial”, construyendo
las “razas” como fenómenos escindidos de las condiciones materiales de su
producción, opera a través de una especie de fetichización de la raza y del
racismo. Es en esta manera que, paradójicamente, el discurso “post-racial”
acaba por ontologizar – esencializar – aquellas mismas “razas” de las cuales
niega la existencia; es así que fenomenos sociales que son claramente el
producto del racismo como dispositivo estructural de producción de la sociedad
– por ejemplo, el alto porcentaje de negros entre pobres, excluidos,
desempleados, población carcelaria, etc. – acaban por aparecer como el producto
de una manera de vivir “equivocada”, de una cierta patología cultural, o de un
simple déficit de “instrucción”, “educación” o “inteligencia” personal. El
discurso “post-racial”, por decirlo en los términos de Fanon, pone el racismo
del lado del ontogenesis en lugar de la sociogenesis.
Negando la dimensión
público-material del racismo, por tanto, el discurso “post-racial” funciona
como un dispositivo (racista) de naturalización de las desigualdades, cuyo
efecto principal es justo aquel de convertir la raza y todo lo que ella implica
un componente natural (o presocial) de la sociedad. Desde el interior de este
discurso, los procesos de racialización, entendidos como la distribución de
jerarquías y privilegios según la pertenencia a ciertos grupos y clases, no
aparecen más como algo “adscriptivo”, como un producto activo de la interacción
entre estado (instituciones) y capital, sino como un simple y neutral
“amalgama” social originado por el libre juego entre sujetos, el desarrollo de
lo que podemos llamar la “mano invisible” de la sociedad.
Desde este punto de vista, es
sintomático que en los casos de Dallas y Baton Rouge se ha empezado a hablar de
“odio racial” o de “guerra racial” sólo cuando los negros han disparado a los
policias y no viceversa; movilizadas solamente en referencia al actuar de los
negros, expresiones como “odio racial” o “guerra racial” acaban por poner
“blancos” y “negros” al mismo nivel, como si las relaciones de poder fueran aun
aquí “simétricas” y “equivalentes”; y como si el conflicto (racial) fuese
generado por una especie de “natural” y reciproca intolerancia: más de esto que
de un cierto sentido común entiende por “xenofobia” (fenómeno neutro,
universal, inherente a la misma condición humana) que del racismo como sistema
histórico de dominio de los blancos sobre los negros. Esta particular narración
de los hechos además nos muestra que en el interior del discurso “post-racial”
es a menudo el “negro” (o “latino”, o “musulmán”, y ciertamente no es ni el
blanco ni tampoco el sistema) el portador del elemento “racial”, y últimamente,
también del racismo, si como nos recuerda todavía Goldberg, uno de los aspectos
más destacados de la condición o del discurso “post-racial” es que los que son
acusados de “actitudes racistas” son cada vez más aquellos que históricamente
han sufrido el racismo en lugar de sus verdaderos partidarios o promotores. En
consecuencia, se puede decir que una de las finalidades fundamentales del
discurso “post-racial” es volver “invisible” la whiteness (por que vuelve “neutra”) a través de
la hiper visibilización de los otros – el “negro”, el “latino” – en clave
“racial”.
De estas consideraciones se puede
inferir otro de los efectos más perversos del discurso “post-racial”: en su
negación de la raza y del racismo como dispositivos materiales aún a la obra en
el ejercicio del poder en la sociedad americana, eso desata el pasado del
presente dejando los sujetos “libres” de vender en el mercado, o de meter a
trabajar, la propia “diferencia” (quizás racial, pero ciertamente no producida
por el racismo). Dicho de otra manera, el discurso “post-racial” trabaja en el
olvido de la historia, de aquellas mismas condiciones históricas – el
capitalismo colonial, la esclavitud – que han consentido la formación de
las jerarquías y los privilegios raciales. Es el olvido de esta historia a
consentir, de manera totalmente perversa, una proliferación “libre” y “sin
culpas” de discursos y practicas racistas, porque, como es evidente, no vienen
reconocidas como tales. Además, eliminando el racismo del discurso público sin
la eliminación de estructuras materiales en las cuales se establece
históricamente la supremacía de la whiteness, el
discurso “post-racial” acaba por inscribir en la piel sólo las verdades
producidas socialmente por el “capitalismo racial”, por usar la expresión
conocida de Robinson Cedric en Black Marxism (1983). En resumen: la neutralización
de la dimensión material de la historia y la privatización de las cuestiones de
raza y racismo (atribuyéndole a la esfera privada y no pública), el discurso “post-racial”
ha llegado cada vez más a ser visto como un elemento necesario y constitutivo
de la razón del gobierno neoliberal. Más: el aumento significativo de la
desigualdad entre las clases, la ruptura radical de raza y clase en el cuerpo
social causada por el desarrollo del neoliberalismo ha encontrado en el
discurso “post-racial” uno de sus elementos centrales de recomposición
ideológica.
Piel negra. Poder blanco
La era Obama, por lo tanto, propone
de una manera infinitamente más perversa la famosa citación de Fanon: Piel
Negra. Poder blanco. El discurso “post-racial”, la celebración de una supuesta
condición social de “color
blindness“, fue parte de la respuesta del capitalismo racial
estadounidense a la lucha del movimiento por los derechos civiles y la
radicalización de la cuestión negra expresada por el “black power” en los setenta. Este
nuevo dispositivo racista osciló entre la negación del racismo como una
dimensión histórico-material del capitalismo estadounidense y la
mercantilización/poner a trabajar todas las expresiones tradicionales de la blackness. Alguien, sin embargo,
sostiene que el aumento racista que está caracterizando el final de la era de
Obama es parte de la respuesta del poder blanco a la elección de un presidente
negro, un intento de dar una siniestra y definitiva marca histórica sobre este
período singular en la historia de EE.UU. El hecho no cambia: Dallas y Baton
Rouge quizá han demostrado que algunos de los negros – los más pobres y
marginados – cansados de ser sometidos de forma pasiva el mito cada vez más
grotesco de la integración “post-racial” en curso. Un mito que se vende en
diferentes maneras, cabe recordar, incluso por parte de la élite negra. Esta
reacción podría ser la única noticia real de lo que ha sucedido en los últimos
días, aunque todavía es pronto para decirlo. En el movimiento Black Lives Matter la discusión sobre cómo reelaborar de
manera efectiva su propuesta y como de organizar políticamente la rabia
generalizada sigue y las interpretaciones de los eventos no son de ninguna
manera homogéneas.Lo que es cierto es que la violencia es “post-racial” de la
policía y las absoluciones comunes de los agentes imputados vuelven la
situación cada vez más enervante.
[Fuente: Commonware]