Putos y faloperos // Osvaldo Baigorria


El “peronismo” de Néstor Perlongher duró exactamente cuatro meses, de marzo a julio de 1973. Uno de los mayores disparates con los que se intentó construir su leyenda nac & pop estos últimos años fue sostener que para la asunción de Cámpora fue a la plaza con un cartel que decía “los putos con Perón”. Según mi propio recuerdo personal y documentos de época, el 25 de mayo de aquel año Perlongher estuvo al frente de unos cincuenta miembros del Frente de Liberación Homosexual con dos carteles, “Vivir y amar libremente en un país liberado” y otro cuya consigna había sido tomada de la marcha peronista: “Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”. Con las mismas banderas marcharon a Ezeiza el 20 de junio, detrás de la columna Oeste de la JP, donde fueron recibidos con frialdad.
Este acercamiento, un “entrismo” limitado a manifestaciones populares que funcionaría como dispositivo de visibilización, fue explicado por Perlongher a la revista amarillista Así de julio del 73, cuando llamaba a incorporar al “conjunto de la comunidad homosexual a la lucha por la liberación nacional y social”. Ya la izquierda peronista tomaba distancia en las marchas –dejaba un vacío- para no quedar pegada a esos excéntricos manifestantes, respondiendo a las acusaciones de la ultraderecha sobre “infiltración de homosexuales y drogadictos” con aquel canto fascista/machista de “No somos putos/no somos faloperos/somos soldados de FAR y Montoneros”.
Durante 1974, Perlongher organizó protestas contra la ley de restricción al uso de anticonceptivos que proponía Perón, así como contra los edictos policiales instalados en el primer gobierno peronista del 46, como recordaba en cada volante y artículo. Al mismo tiempo, se interesó por el mito de un peronismo de naturaleza descentrada, loca y maldita como material literario, escribiendo “Evita vive”, ese cuento “injuriante” que provocó la ira de concejales justicialistas que pidieron el secuestro de la revista El Porteño donde se publicó en 1989. Este relato en tres partes, que entre paréntesis llevaba de subtítulo “En cada hotel organizado”, fue escrito en 1975 a partir de la literalidad de una consigna: Eva resucita, es inmortal, desciende del cielo al subsuelo, se revuelca en orgías, reparte marihuana, se inyecta drogas, le chupa la verruga a un comisario y arenga a los inquilinos de hoteles marginales: “Grasitas, grasitas míos, Evita va a volver por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados”. Así, el mito popular de Eva era descentrado y arrojado a los márgenes, arrastrado por el Bajo para terminar de nuevo elevado ya no como santa sino como mujer pública y diosa lumpen de las minorías. Una imantación blasfema, aunque no precisamente gorila, que sin embargo descolocaba al relato militante tradicional.
Luego, en un comentario sobre el libro Evita, a militante no camarim de Horacio González, publicado en San Pablo en 1983, Perlongher criticó la utilización de ese mito por sectores de izquierda “con la ilusión de tomar por asalto el ominoso aparato de la burocracia peronista. Los encantos de ese atajo son tan seductores como macabros sus resultados: en el fondo de este corredor hay un cadáver”.  Aludía así a su poema “El cadáver”, publicado en su primer libro, Austria-Hungría, de 1981, donde se preguntaba por ese deseo de empalagarse con la transparencia de un cuerpo yacente y hurtado: “vamos, no juegues con ella, con su muerte/ déjame pasar, anda, no ves que ya está muerta”. Y en “El cadáver de la nación”, publicado en Hule en 1989, volvería de modo expansivo sobre el tema del manoseo del cuerpo en devenir zombi por magia de vudú, manicuría y peluquería mortuoria, en diálogo figurado con Pedro Ara, el anatomista español que embalsamó el cadáver de Eva Duarte de Perón.
De la lectura de sus cartas tampoco emana otro interés por el peronismo. En diciembre del 83 viajó desde San Pablo para festejar el fin de la dictadura, marchando junto a anarquistas, feministas y también “plegándome al alfonsinismo bajo el disimulo de una columna gay”. Eran opciones micropolíticas, no adhesiones ideológicas. Y nunca regresó a vivir al país. Tampoco fue un patriota gay; Perlongher no era nacional, no era popular, era minoritario, contracultural y provocaba: “soy un exiliado sexual” decía sobre su vida en Brasil, donde murió en 1992. De toda su producción quedaron esos textos únicos donde el peronismo, y sobre todo Evita en su dimensión mítica, aparecen como signos y figuras de género literario.
(Funte: https://osvaldobaigorria.wordpress.com. Versión original del texto enviado bajo el título “El peronismo de Perlongher” y publicado como “Retrato maldito con una Evita zombi” en la revista Ñ del 13/05/16).