Los Panamá Papers explicados, ¿por qué se lame el perro?" // Slavoj Zizek
Traducción Pablo Makovsky
Lo único realmente
sorprendente sobre los Panamá Papers es que
no hay ninguna sorpresa en ellos: ¿no sabíamos de modo preciso lo que
esperábamos aprender allí? Aunque una cosa es saber sobre las cuentas
bancarias offshore en general y otra, tener pruebas concretas. Es como
sospechar que nuestra pareja nos engaña; uno puede aceptar el conocimiento
abstracto, pero saltamos de dolor cuando accedemos a los detalles más
escabrosos. Y cuando uno tiene fotografías de lo que está pasando... Así que
con los Panamá Papers ya estamos frente a las imágenes más sucias de la
pornografía financiera del mundo de los ricos, y ya no podemos pretender que no
sabemos.
En 1843 el joven Karl
Marx afirmó que el antiguo régimen alemán "sólo imaginaba que creía en sí
mismo y exigía al mundo que debía imaginar la misma cosa." En tal
situación, avergonzar a quienes están en el poder se convierte en un arma
en sí . O, como continuaba Marx, "la presión real debe ser más apremiante
si se le añade la conciencia de esa presión, la vergüenza debe ser más
vergonzosa mediante su publicidad."
Esta es nuestra
situación hoy día: enfrentamos el cinismo descarado del orden mundial
existente, cuyos agentes sólo imaginan que creen en sus ideas de democracia,
derechos humanos, etcétera, y a través de movimientos como WikiLeaks y las
revelaciones de los Panamá Papers, la vergüenza –nuestra vergüenza por tolerar
tal poder sobre nosotros–, se hace más vergonzosa mediante su publicación.
Un rápido vistazo a Panamá Papers revela una característica positiva y sobresaliente y otra negativa. Lo positivo es la solidaridad total entre los participantes: en el sombrío mundo del capital global, todos somos hermanos. El mundo occidental desarrollado está allí, incluyendo a los escandinavos no corruptos, quienes se dan la mano con Vladimir Putin. Y el presidente de China, Xi, Irán y Corea del Norte también están ahí. Los musulmanes y los judíos intercambiar guiños amigables, es el verdadero reino del multiculturalismo, donde todos son iguales y todos diferentes. La característica negativa: la contundente ausencia de los Estados Unidos, que le presta cierta credibilidad al reclamo de Rusia y China de que hay involucrados en la investigación intereses políticos particularizados.
Entonces, ¿qué vamos a hacer con todos estos datos?
La primera y predominante reacción es la explosión de furia moralista, por
supuesto. Pero debemos cambiar de tema de inmediato, de la moral
a nuestro sistema económico: los políticos, los banqueros y
gerentes siempre fueron codiciosos, así que ¿qué es lo que
nuestro sistema legal y económico les facilitó para que se realizaran en esa
avaricia de manera tan desmedida?
Desde la crisis financiera de 2008 en adelante, las
figuras públicas, del Papa hacia abajo, nos bombardean con mandatos para
luchar contra la cultura de la codicia excesiva y el consumo. Como lo dijo uno
de los teólogos cercanos al Papa: "La crisis actual no es una crisis del
capitalismo, sino una crisis de la moral." Incluso hay sectores
de la izquierda que siguen ese camino. No falta anti-capitalismo
hoy día: las protestas de Occupy estallaron hace un par de años, e incluso
asistimos a una sobrecarga de la crítica de los horrores del capitalismo:
libros, investigaciones pormenorizadas y reportajes de televisión abundan
en empresas sin piedad, en la contaminación de nuestro medio ambiente,
en los banqueros corruptos que obtienen gordas bonificaciones
mientras que sus bancos tienen que ser salvados por el dinero público, de los
talleres clandestinos que funcionan con horas extras de trabajo infantil.
Hay, sin embargo, un
retén a todo este desborde de la crítica: lo que por regla general no se
cuestiona es el marco democrático-liberal de lucha contra estos excesos. El
objetivo explícito o implícito es democratizar el capitalismo para extender el
control democrático sobre la economía a través de la presión de los medios, las
investigaciones gubernamentales, leyes más duras, y las investigaciones
policiales honestas. Pero el sistema como tal no se cuestiona y
el marco institucional democrático del Estado de Derecho sigue siendo la
vaca sagrada, incluso las formas más radicales de este "anti-capitalismo
ético", como el movimiento Occupy, no lo toca.
El error a evitar
aquí se ejemplifica mejor con la anécdota, acaso apócrifa, sobre el
economista izquierdista-keynesiano John Galbraith, quien antes de un viaje
a la Unión Sociética, a fines de 1950, escribió a su amigo anticomunista
Sidney Hook: "No te preocupes, no me dejaré seducir por los
soviéticos para regresar a casa diciendo que tienen socialismo". A lo
que Hook le respondió de inmediato: "¡Pero lo que me preocupa es que
regreses alegando la URSS NO es socialista." Lo que más
preocupaba a Hook era la ingenua defensa de la pureza del concepto: si las
cosas van mal con la construcción de una sociedad socialista, esto no invalida
la idea en sí, sólo significa que no se implementó del modo correcto. ¿No
detectamos la misma ingenuidad hoy en día en boca de los
fundamentalistas del mercado?
Cuando hace un par de
años, durante un debate televisivo en Francia, el intelectual francés Guy
Sorman afirmó que la democracia y el capitalismo necesariamente van de la mano,
no pude resistir hacerle la pregunta obvia: "¿Pero qué pasa con la
China actual" Sorman espetó : "¡En china no hay capitalismo!"
Para el Sorman, fanáticamente pro-capitalista, si un país no es democrático,
significa simplemente que no es de verdad capitalista, sino
que ejerce su versión desfigurada; de la misma exacta manera que una
democracia estalinista comunista no es una forma auténtica de
comunismo.
El error subyacente no
es difícil de identificar, es el mismo que en el célebre chsite: "Mi
novio nunca llega tarde a una cita, porque en el momento que llegue tarde
ya no es más mi novio." Así es como los apologistas actuales del mercado,
en un secuestro ideológico inaudito, explican la crisis de 2008: no fue el
fracaso del libre mercado lo que lo causó, sino la excesiva regulación
estatal, es decir, el hecho de que nuestra economía de mercado no era
verdadera, que todavía estaba en las garras del Estado de Bienestar. La lección
de los Panamá Papers es que, precisamente, este no es el caso: la corrupción no
es una desviación contingente del sistema capitalista global, es parte de su
funcionamiento básico.
La realidad que surge
de los PP es la de la división de clases, tan simple como eso. Los documentos
nos enseñan cómo los ricos viven en un mundo separado en el que se aplican
reglas diferentes, en el que el sistema legal y la autoridad se inclinan a su
favor y no sólo los protegen, sino que siempre están preparados para torcer
sistemáticamente las leyes para acomodarlos.
Ya hay muchas
reacciones de la derecha liberal a los Panamá Papers que ponen la culpa
en los excesos de nuestro Estado de Bienestar, o lo que queda de él. Dado
que la riqueza está tan fuertemente gravada, no es de extrañar que los
propietarios traten de moverla a lugares con menores impuestos, ya que en
última instancia no hay nada ilegal. Ridículo como esta excusa
es que este argumento tiene algo de verdad, y trae dos puntos
dignos de mención. En primer lugar, la línea que separa las transacciones
legales de las ilegales es cada vez más difusa, y con frecuencia se reduce a
una cuestión de interpretación. En segundo lugar, los dueños de la riqueza que
se trasladó a cuentas en el extranjero y a los paraísos fiscales no son
monstruos codiciosos, sino individuos que simplemente actúan como sujetos
racionales que tratan de salvaguardar su riqueza. En el capitalismo no se puede
tirar el agua sucia de la especulación financiera y mantener sano al bebé de la
economía real. El agua sucia es efectivamente la línea de sangre, el linaje del
bebé sano.
No debemos temer
aquí llegar hasta el final. El sistema jurídico capitalista global es
en sí, en su dimensión más fundamental, la corrupción legalizada. La
cuestión sobre dónde comienza el crimen
(cuáles operaciones financieras son ilegales) no es una cuestión legal,
sino una cuestión eminentemente política, atañe a la lucha por el
poder.
Entonces, ¿por qué
miles de hombres de negocios y políticos hacen lo que documentan los Panamá
Papers? La respuesta es la misma que la del antiguo y vulgar
enigma popular: ¿Por qué se lamen los perros? Porque pueden.