Un día para los humanos derechos // Lucas Paulinovich
La disolución del campo
socialdemócrata, asumido como protagonista de la recuperación republicana,
héroes cívicos, se asienta sobre la base de una épica de la renuncia. Fin de la
dictadura, fin de la violencia. Fines de ciclo para abrir nuevas oportunidades
democráticas: la derecha careta propone la recuperación de los valores
democráticos del ’83 como forma última de capitalización del factor radical. Ya
lo vemos en las editorializaciones, los pedidos por la memoria completa, la
construcción lenta y programada del romance del buen ciudadano, los justos
valores de la resignación y los provechos de la servidumbre. Es el rechazo a
toda forma de violencia expuesta, la consagración del orden consensual. Un
sistema político encabezado por expertos capaces de gestionar los asuntos de
estado para evitar desastres. Esa es la disyuntiva compleja: buitres o ajuste
peor. Lo común, negado, en manos de una oligarquía dirigente ligada al capital
financiero internacional, seguidos por especialistas que aportan fundamento
científico y periodistas e intelectuales que dan legitimidad pública.
Ya no es útil el
componente institucionalista –de toda institucionalidad, que excede el registro
de institucionalidad jurídico-política tradicional del radicalismo-. Son
tiempos de modernización. El gobierno se propone como la posibilidad definitiva
de lograr el paso hacia la sociedad libre. La necesidad histórica del libre
mercado. Una sociedad de iguales, donde todos pueden comprar y vender. Nuevos
paraísos neoliberales, sin los viejos límites al poder del mercado, sin otra
noción institucional. Ya pasó eso de la familia, la patria, la escuela, las
religiones. Ahora es un régimen de extracción, eficiencia y rentabilidad,
búsquedas del rendimiento. Hay un sinceramiento: la ley no es del papel, es la
materia desconcretizada, la dinámica del mercado. La transformación del
oprimido en exprimido, consumo sin política, capitalismo sin discursos
sofocantes, música ambiente de shoppings.
La visita de Obama tiene
algo más que provocación. Es parte de una fijación de gobernabilidad que
desplaza lo político como elemento principal. El capitalismo arrasador de la
producción extractiva llevado a programa de gobierno. Ya vendrán los tiempos de
las transiciones, la oferta de matices entre candidatos. Ahora es necesario
sentar las bases para hacer progreso, un imperativo que castiga a aquellos que
no-se-dejan-progresar. Una cifra esencial que codifica todo lo humano. El
humanismo universalista, que borra las particularidades, es una adición en la
instrumentación de la crisis. El orden es logística, la administración de las
estructuras que capturan y organizan el movimiento de la vida. Cuestión de
tiempos, costos y proyecciones. No hay materia, sino destellos: lo humano es un
detalle. El estado está ahí para procesar la adecuación a la normalidad.
La llegada de Obama es
la reconfiguración de la Argentina como referente regional de un orden
subordinado al occidente. Pero también una confirmación de la nueva época en
las instancias vitales, la instalación de un código de compatibilización, un
espacio de conectividad sin obstáculos que permita la circulación fluida. La
encuestología, la ciencia de la imagen, las redes sociales, el estudio de
mercado como fuente primordial del saber político. Saber reproductivo e
inteligencia artificial, cuerpos-territorios de tecnología, modos de tramitar
los conflictos sin que estallen, licuación. Hasta acá llegaron las pasiones
revanchistas, en adelante, es tarea de la adultez prudente de la justicia. Los
derechos humanos reducidos al decisionismo ejecutivo: dar sentencia. Para eso
están los jueces, que saben, son justos, leen e interpretan con precisión las
leyes y hacen política como si no la hicieran.
Los derechos humanos
son aquellos que se dan en la interface del mercado financiero. Una tentativa
de libre disponibilidad, marcos de inteligibilidad y estabilidad para las
operaciones a futuro. Las apuestas financieras, único momento de incertidumbre.
Todo lo que queda por fuera es objeto para la acción disciplinante, promesa de
previsibilidad y seguridad. Formas amigables de asumir el riesgo, estados de
ánimo ansiosos por un porvenir de premios.
La refundación de la
Argentina sobre la catástrofe-que-no-fue tiene que superar sus limitaciones
concretas. La primera: la plaza del 9 de diciembre, despedida histórica de un
presidente. La segunda: el estado de la economía recibida. Otra: la mayor
movilización y los focos de resistencia –más allá de su efectividad-. Pero no
hay solo una justificación, sino una narrativa política que va por toda la
realidad: la pesada herencia obliga al entusiasmo, la toma de decisiones, la
determinación de embarcarse en la “aventura personal”. Un nuevo humanismo, en
definitiva. El pasado perverso dejó sus lastres: retóricas setentistas, hijos
reivindicando la violencia de sus padres, combatividad, nociones de lo público
basadas en el gasto, el vaciamiento de reservas, vagos y mantenidos. Pero no
hubo estallido.
La apertura de sesiones
del Congreso necesitó del binomio apocalipsis-salvación. Contener adhesiones,
retener las voluntades que votaron y empiezan a padecer los efectos de las
medidas de gobierno. La “unidad de los argentinos” solo es sostenible ante un
temor mayor, nuclear, un riesgo letal que aqueja la vida de todos. El ajuste es
necesario. El terror está activo, introyectado, son los usos de la inseguridad,
valor agregado del terror.
Eso impone algunos
desafíos para la autoayuda, sabiduría inaugural de nuevos pactos. El entusiasmo
promovido por sus gurúes como respuesta al pesimismo crítico de las izquierdas.
La de la alegría es una revolución en sí misma, sin historia. Trabajar-consumir
entre iguales, para eso también es necesaria la limpieza. Ahí están los ídolos
de la entrega para cumplir con sus objetivos, tomar las medidas rituales para
provocar la “lluvia de dólares”. Pero el clima no ayuda, las contradicciones
internas al bloque exportador, las presiones de los grupos concentrados que
integran el equipo de gobierno, impiden la sana transición a la libertad. El arreglo
con los buitres, entonces, es una epopeya necesaria para inspirar confianza y
atraer inversiones, préstamos y liquidación de divisas. Buitres y Obama,
dibujos de la Argentina en ciernes: estado moderno que recibe al más moderno de
los presidentes, que ahora se dispone a abrir los archivos y hasta condena el
terrorismo. La reorganización institucional sigue esa temporalidad de la
emergencia: protocolos represivos y audacia empresarial, un orientalismo Pro de
optimismo resignado.
Terrorismo
importado
La memoria pierde
consistencia, es una atrofia de la experiencia, se dijo, en este caso funciona.
Produce un aplanamiento de las sensibilidades, genera clientelas sin poder
crítico: no preguntar sobre categorías y esquemas de pensamiento, hay una
plataforma racional incuestionable, un fondo humano común y homogéneo, la
unidimensionalidad perceptiva. Lo humano es postergar la pregunta sobre lo
humano, aceptar la humillación.
Se gesta así un humanismo
universalista que conmemora desde el gobierno de los aliados de la dictadura,
las atrocidades cometidas por ésta. Una censura moral sobre la violencia, un
establecimiento, a su vez, de límites y condiciones para ejercer la libertad.
La memoria del golpe de estado tiene esas características de descontextualización,
desarticulación, fragmentación. La equivalencia, reaseguro de la
competitividad: todos se comportaron mal, todos mataron, cada cual elige con
quién se compadece. Es un recuerdo fugaz, un consumo rápido y estandarizado del
pasado. Enseguida termina y ya llega el 25, hay que seguir el rumbo nuevo.
El conflicto
constitutivo del orden social queda negado. La avanzada humanista identifica
los nuevos focos problemáticos, los que conservan la violencia. Desentrama: hay
sujetos conflictivos y otros que viven y trabajan en paz, deseando la paz,
sufriendo sus alteraciones. Los individuos democráticos, entonces, son esos que
aspiran a la igualdad, una igualdad para el intercambio estable de mercancías.
El triunfo del mercado en todas las relaciones humanas. La condena a las
violencias del pasado, la reformulación de los dos demonios, tiene un activo
presente: promueve el efecto moral que habilite la sanción a los que rompen las
reglas. El estado es un generador de soluciones, no de problemas. El reparto de
lo vital se continúa con esas arquitecturas: la oficina, donde se gestiona; el
after office, donde se toma algo –un trago, un bar, el cuerpo femenino-. Futuros-productos,
accesibles, promisorios, a la vez que exigentes, mercadotecnia vital. Hay que
ganarlos, no derrochar energías, ponerlas al servicio del crecimiento, de la
mejora, más, más y más. Momentos de tensión y distención, vértigo y euforia en
las descargas. Gobernanza de los tecnoduros. Algo de eso se deja ver en la
publicitada mutación de la ideología a la sensología, donde gobiernan las
emociones y sensaciones fugaces.
Las
teorías de los cercos
La incapacidad del
gobierno kirchnerista de romper el condicionamiento de la producción extractiva,
desviar el tránsito hacia la reprimarización de la economía y alterar el perfil
agroexportador, no impidió el avance del extractivismo hacia todos los espacios
de la vida social. La financierización y el estímulo al consumo facilitaron la
puesta a punto de las sensibilidades mansas del no-me-importa, la fertilización
del en-algo-andará y otras renovaciones de las fórmulas de sometimiento y
aceptación que fueron superficie para el despliegue del poder represivo militar.
Los civiles del golpe llegan al poder antes que se juzgue su participación. La
culpabilidad estructural es el punto máximo, no se puede indagar más allá, en
lo inconfesable.
Ahora los dueños del
lavarropa están a cargo del control del lavado, el estado es el facilitador del
juego, estado croupier. Quita obstáculos, desmonta, desmaleza: prepara las
condiciones para la circulación rápida y eficiente del capital. La
planificación –en el plano de la producción, pero también de las
subjetividades- es extractiva: zonificación de acuerdo a las posibilidades de
abastecimiento; especialización productiva: cada sector produce lo suyo y todo
sale por el mismo puerto; concentración de las cadenas; dependencias
recíprocas, jerárquicas, descendentes. La normalidad debe ser custodiada.
El agite, los pibes, la
vida en los barrios, los que traen el terror, son los contestatarios a esa
proyección infinita del dinero. La nueva política encuentra su nueva
subversión. Es una precipitación, presencia maligna que se inaugura a sí misma
como experiencia. No tiene reproducción hacia adelante, actúa, ejecuta su fuerza.
Es pura intensidad que se libera del sometimiento del futuro. No quieren
modernizarse. No tienen, tampoco, origen, creencia, nada que lo contenga y
pueda amoldarlo. Solo fiesta y ritmo, dispersión. Fue un problema para las
lógicas de protección estatal y seguridad social, son una amenaza para la
reconversión tecnicista del estado. No encajan en los programas militantes,
menos en los cálculos tecnocráticos. Siempre orilleros, imprevisibles,
desafiantes, amenazadores, desplegándose, saliéndose de los roles asignados,
revoltosos. Hacia ellos apuntan los derechos humanos en forma de armas
reglamentarias, pistolas taser, operativos policiales. Son los actores
principales del terrorismo de importación, los objetivos de la seguridad
democrática.
¿Cómo hacer para
procesar la conflictividad por fuera de una enunciación violenta, expulsiva,
que asusta a los templados, sin dejar de reconocer la condición de violentados,
sin caer en la destilería de la alegría, en las frases lavadas que tienden a
vaciar los contenidos conflictivos, a mostrarlos como predisposiciones
anímicas, diferencias fácilmente solucionables en el plano del diálogo
armonioso? Hay que enfrentar la desmaterialización del conflicto social, las
nuevas políticas de la memoria, estos otros derechos humanos. Indagar la manera
de recuperar el fondo material del conflicto sin caer en las herramientas que
nos asistieron hasta ahora y que exhibieron su fracaso, explorando otros
lenguajes, saltando las conceptualizaciones modélicas, las poses acostumbradas,
los guiños de complicidad entre pares, dejando a un lado la persuasión del
argumento, o dotándolo de otras manifestaciones, irradiaciones que calen en el
nivel de los afectos, que los cuerpos se vean conmovidos por esa violencia
latente de la deshistorización, exigidos por esa obscenidad de lo hueco que
deviene silenciadora. Porque, en definitiva, esta banalización de la crueldad,
el cinismo de los mejores, es una gran violencia ejercida contra las mayorías,
y la no resolución de eso, puede desembocar en la violencia más descarnada,
seguramente, cuando se agote la paz-ciencia.