Querer vivir // Silvio Lang


Pienso en al menos tres emplazamientos de la ontología del presente macrista como proceso de derechización de la cultura y su reproducción de formas de vida:
1) Por un lado, la producción obscena –a la vista- de un anti-relato reactivo de la “década ganada” o la ficción de hegemonía kirchnerista, es decir, todo lo que durante un período de tiempo el Estado y la sociedad civil “empoderada” de capacidad de consumo y nuevos derechos identificamos como la felicidad consensuada –nuestros 12 años felices. Todo lo que remueven hay que erosionárselos, discutirles todos los planteos.
2) A la par, una re-estructuración de las fuerzas del capitalismo y su producción de la forma de vida sensible-insensible neoliberal a escala planetaria, que en Argentina estalló en el 2001, al que siguió una tregua democrática de la guerra del Capital, que permitió algunos procesos ambivalentes de alternativas llamadas progresistas y neodesarrollistas en gran parte de Latinoamérica. Extraer tanto las continuidades como las rupturas del kirchnerismo-macrismo en la línea de vida neoliberal. Poner en cuestión la verdad realista-costumbrista neoliberal desde las fotos domesticas de Juliana Awada hasta la teleserie k “La leona” o la dramaturgia bienpensante de Mauricio Kartun.
3) Inherente a estos dos procesos, y es esto lo que más me da que pensar como singularización porque lo conozco desde mi temprana experiencia en mi lugar de origen, La Pampa, la constitución de un deseo de ordenamiento cultural basado en el orden patriarcal, machista y criminal de tu vida, con base en el cristianismo, ya sea con revestimientos new age o de la cultura de lo banal, lo que Diego Sztulwark va a llamar “Cultura de lo Normal”, o desde el movimiento LGTBI, podríamos llamar “heteronormatividad”, noción que, quizás, nos quedó trasnochada.
La Pampa fue para mí y para muchxs un campo concentracionario, es decir la experiencia del fascismo que te mata: ya a mis 5 años masacraron y asesinaron, en la bañadera de una escuela hogar, a mi tío adolescente por puto, mi primer amor… Lo que no se podía hacer en La Pampa era repartir las palabras; hablar o actuar las pasiones sensuales, amatorias y políticas de los cuerpos en las calles y en las prácticas artísticas; tejer redes de solidaridad por fuera del orden familiar; intelectualizar los actos; querer a los negritos de los barrios y a todos los cuerpos y subjetividad raras de la ciudad… Todo lo que una banda de desacatados hacíamos y por lo cual recibimos unos cuantos golpes. Sin embargo, todo lo que hay que reactualizar más aún cuando la cultura se normativiza en una “década ganada” y pierde en las urnas con el fascismo. La experiencia del terror fascista la tengo inscripta como estigma en el cuerpo, hasta en la superficie de la piel. Pero todo estigma es una cicatriz y una cicatriz es la marca corporal de la memoria de una fuerza anterior de sobrevivencia y de contrapoder. Entonces, creo que de lo que se trata hoy, en todos nuestros bandos y esquinas es de reactualizar esas fuerzas de “violencia defensiva” inscripta en nuestros cuerpos, articular las experiencias e inteligencias comunes de sobrevivencia colectiva, no por una ideología, si no por el deseo afectivo-corporal de querer vivir.