El socialismo norteamericano de Bernie Sanders // Ethan Earle
Original en inglés aquí
Nací
en Carolina del Norte, aunque mis padres son de Vermont. Crecí haciendo largos
viajes de verano por la costa este para visitar a nuestra familia en
Burlington, la ciudad más grande del estado con tan solo 40.000 habitantes. Fue
en uno de esos viajes, en algún momento de los noventas, cuando escuché por
primera vez acerca de Bernie Sanders y su versión tan particularmente
norteamericana del socialismo democrático.
Vermont
es un pequeño y extraño lugar. Es el número 49 de cincuenta estados, tiene solo
626.000 habitantes y la mayoría de ellos vive en pueblitos agrícolas que
salpican las Green Mountains en toda su
longitud. Los vermonteses se jactan de su autosuficiencia marcada por un perfil
tozudamente independiente y ocasionalmente revolucionario. El estado fue
fundado por una milicia separatista durante la Guerra Revolucionaria. Sería
luego el primer estado en abolir la esclavitud y jugaría un papel crucial en el
llamado Underground Railroad (ferrocarril subterráneo),
que ayudó a ocultarse a esclavos fugitivos en su terreno sinuoso y los escoltó
a través de la frontera norte con Canadá. Durante mi infancia, escuchaba estas
historias como pruebas de que los vermonteses son ciudadanos comprometidos que
no se toman a bien las injusticias o el doble discurso político.
En 1980, Bernie Sanders (nacido en Brooklyn) entró
al escenario político por la izquierda como candidato independiente a alcalde
de Burlington, describiéndose a sí mismo como un socialdemócrata. Derrotó por
10 votos al candidato oficialista que se presentaba a una quinta reelección, y
luego fue reelegido 3 veces. Durante su período como alcalde, Bernie fue
ampliamente reconocido como un izquierdista sin pelos en la lengua, pero
también como un administrador eficiente. Fue él quien abrió la primera comisión
de la mujer en la ciudad, apoyó el desarrollo de cooperativas de trabajadores e
inició uno de los primeros y más exitosos experimentos de viviendas comunales
financiadas por el estado. Esta última medida aseguró la preservación de
viviendas accesibles para sectores de bajos y medios ingresos, y frenó el
proceso degentrificación en medio de un proyecto para
revitalizar la costanera, que de lo contrario habría transformado el centro de
la ciudad. Bernie el izquierdista, invitó a Noam Chomsky a hablar en la casa de
gobierno, y viajó a Nicaragua para conocer a Daniel Ortega y establecer una
ciudad hermana sandinista. Bernie el administrador, mantuvo el presupuesto de
la ciudad balanceado y fue parte de la transformación de Burlington en una de
las ciudades más lindas y habitables de los Estados Unidos.
En 1990, Bernie se presentó como candidato para la
cámara de representantes de Estados Unidos y se convirtió en su primer miembro
independiente en cuarenta años. Rápidamente fundó el Congressional Progressive Caucus, que hasta el presente
es uno de los pocos baluartes de izquierda en el Capitolio. Criticó a políticos
de ambos partidos por subordinarse a la lógica corrupta de Washington. Se
reveló como un político serio, de mensaje directo y franco, y alarmado por las
crisis que enfrenta nuestro país. Si bien sus modales a veces pueden parecer hoscos
y sus aptitudes sociales escasas, nunca hubo dudas acerca de su devoción por el
trabajo. Bernie pudo emerger como una voz calificada a nivel nacional en temas
que van desde la desigualdad en los ingresos a la cobertura médica universal,
la reforma de la campaña financiera y los derechos LGBT. También fue un
prominente crítico temprano de la guerra de Irak y los programas de vigilancia
interna como la Ley Patriota.
Básicamente,
Bernie mantuvo el curso que él mismo se había propuesto desde el principio, el
del un progresista imperturbable que basa su trabajo en una independencia
fundamentada y la obstinación porque se hagan las cosas. De nuevo en Vermont,
donde desde 2006 ha sido senador, Bernie continuó incrementando su popularidad
y ganó con el 71% de los votos en su elección más reciente, consiguiendo la
mayor tasa de aprobación de todos los políticos de Estados Unidos. Su
reconocido rechazo a las campañas de desprestigio, así como su compromiso en
encontrar terrenos comunes con figuras políticas de otros bandos, solo han
fortalecido su reputación. Precisamente, su mayor logro y el secreto de su
éxito, ha sido construir un nuevo consenso político en el estado de Vermont.
Por supuesto, él interpela a los liberales más acérrimos pero saca su fortaleza
real de familias trabajadoras blancas de las pequeñas ciudades, no tan
conocidas (al menos en las décadas recientes) por sus inclinaciones
socialdemócratas.
Mi
familia es una familia de peluqueros, a los que se suman un par de enfermeras y
electricistas. Somos una familia de cazadores y fanáticos de Katy Perry. Somos
una familia a la que la cultura política contemporánea le ha hecho creer que su
voz no cuenta. Y puedo decir, con total honestidad, que Bernie Sanders ha hecho
pensar distinto a mi familia. De cara a las próximas elecciones primarias, casi
todos ellos – propensos a votar a los republicanos en cualquier otra elección –
darán su voto a Bernie Sanders. Cuando estoy en Vermont no solemos hablar de
política pero cuando lo hacemos hablamos de Bernie. Puedo escuchar a mi tía
decir “Quizás no estoy de acuerdo con todo lo que él dice o hace, pero se que
él sabe lo que dice y cree en lo que hace. Se que él nunca nos entregaría y que
siempre nos dirá las cosas de frente”.
***
El crecimiento del senador Bernie Sanders, en una
campaña engañosamente quijotesca para convertirse en el 45to presidente de los
Estados Unidos, ha despertado extrañas animosidades en la opinión pública.
Bernie atrajo multitudes mucho más grandes y generó más entusiasmo que
cualquier otro candidato de los dos partidos. Durante 2015 su campaña recibió
73 millones de dólares de más de un millón de individuos y un récord de 2.5
millones de contribuciones en total. Está recibiendo una gran cobertura
mediática con primera plana en los medios más importantes de Estados Unidos y
es el tópico central en numerosos tweets, memes y
conversaciones de internet en general. Su principal contendiente, la todavía
favorita Hillary Clinton -ex secretaria de Estado, senadora, primera dama y
niña mimada del establishment demócrata- estaba posicionada como la candidata
más imparable en toda una generación, tan solo 6 meses atrás. Al escribir estas
líneas, a mediados de enero, ella se aferra a una ventaja de 7 puntos a nivel
nacional y está cabeza a cabeza en las elecciones de dos estados en las
primarias, estados que históricamente han sido la referencia del resto del país
(Iowa y New Hampshire). Lo que es más increíble aún es que Bernie Sanders está
haciendo todo esto sin dinero de corporaciones y sin recibir el apoyo del
establishment, proclamando las virtudes del socialismo democrático y diciéndole
a quien quiera escucharlo que este país necesita una revolución política.
Después
de décadas trabajando en política, no debería ser ninguna sorpresa que la
plataforma de campaña de Bernie sea amplia y detallada, meticulosa se podría
decir. Quizás meticulosa pero no confusa: no ha dejado lugar a dudas de que su
mayor preocupación es la desigualdad que define cada vez más a la economía
estadounidense. Propone subir el salario mínimo de 7.25 dólares a 15 hacia
2020. Promete crear millones de puestos de trabajo a través de programas
federales de infraestructura y programas para la juventud. Dice que va a
expandir la seguridad social, proporcionando educación gratis en todas las
universidades públicas y extendiendo la cobertura de salud a todos a través de
un sistema de pago único. Su plan para financiar estos programas es simple:
subir impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones, y cobrar impuestos a
la especulación financiera.
En sus historias, Bernie cuenta cómo Estados Unidos
se convirtió en uno de los países con mayor desigualdad en el mundo, y pone
especial énfasis en la responsabilidad de las instituciones financieras en la
crisis del 2007-08. Lamenta que ni un solo ejecutivo haya sido encarcelado por
su rol en estos episodios, y muestra el contraste existente con un sistema de
justicia que ha encarcelado a millones de personas de bajos recursos por
delitos menores. Propone la implementación de una versión siglo 21 de la Ley Glass-Steagall, la que impidió que los bancos
comerciales participaran con bancos de inversión a partir de 1933 y que luego
fue derogada bajo la mirada aprobatoria del presidente Bill Clinton en 1999.
Recientemente anunció que, de ser elegido, en su primer año disolvería todas
las instituciones financieras alguna vez consideradas “demasiado grandes para
caer”.
Sin embargo, su ardiente y popular versión
económica no explica por qué millones de personas han llegado al “Feel the Bern”, el hashtag viral que se ha convertido en un eslogan
para la campaña. En realidad, podría decirse que le está hablando a un momento
más amplio en la historia de nuestro país. Las deudas personales y la
desigualdad económica están en niveles récord, y la generación que hoy es mayor
de edad ha sido criada en medio de la guerra de Irak y la Gran Recesión. Esta
generación creció entre resabios del sueño americano aunque su realidad fue la
de la movilidad descendente para la mayoría, mientras solo ascendían una
pequeña élite y unos pocos afortunados. En este contexto, Bernie denuncia que
el sistema no está sencillamente roto sino que está diseñado para perpetuar el
control por parte de una pequeña élite políticamente arraigada con intereses
capitalistas, y es eso lo que ha prendido fuego a su campaña de manera tan
llamativa.
Además de sus propuestas económicas, la otra pieza
fundamental de la campaña de Bernie es su llamado a expulsar las grandes
corporaciones y su dinero de la política. Bernie defiende a viva voz una
reforma integral del financiamiento de las campañas, incluyendo la derogación
de la decisión de la Corte Suprema sobre el caso Citizens United y la abolición de los super PACs,
que en conjunto han permitido que el dinero corporativo ejerza cada vez mayor
control sobre el proceso electoral. Bernie nos recuerda que él es el único
candidato sin un super PAC y que su campaña está alejada de las corporaciones,
financiada en gran parte por pequeñas donaciones y contribuciones un poco más
grandes de sindicatos. La campaña de Hillary, en cambio, está sustentada en su
mayor parte por ricos y corporaciones; seis de sus diez principales aportantes
son bancos.
Bernie
cree que las corporaciones han tomado el control sobre la democracia
norteamericana, y es aquí en donde retoma su idea de la revolución política. En
cada discurso llama la atención sobre esto y siempre es inequívoco: ni él ni
ningún otro político puede hacer los cambios necesarios solo. La idea de
revolución política de Bernie comienza con el pueblo estadounidense saliendo a
votar masivamente, recuperando nuestra democracia, y exige reformas que
aumenten nuestro control sobre la economía nacional y el proceso político.
No
sorprende que los poderosos no estén contentos con Bernie y la mayor ofensiva
ha sido tomada por el establishment demócrata (lo que también, por desgracia,
es lógico). Su candidata, Hillary Clinton, ha recibido hasta ahora 455 avales
de los gobernadores y representantes en el Congreso, mientras solo 3 han sido
para Bernie Sanders; ella ha sido respaldada por 18 sindicatos que representan
a 12 millones de trabajadores frente a 3 sindicatos que acompañan a Bernie, que
a su vez representan a 1 millón de trabajadores. Entre los llamados
superdelegados -una desagradable particularidad del sistema electoral de
Estados Unidos, quienes en conjunto constituyen cerca de un tercio de los votos
del partido, y no tienen la obligación democrática de honrar las decisiones de
sus votantes- las preferencias por Hillary tienen una ventaja de 45 a 1. El
Comité Nacional Demócrata, por su parte, ha tratado de limitar las
oportunidades de debate (y audiencia) en un esfuerzo para proteger la ventaja
de Clinton, llegando incluso a eliminar la campaña de Bernie Sanders de su base
de datos en un desmesurado castigo por una ofensa menor (y disputada). Mientras
tanto, los charlatanes del establishment han disparado contra Bernie diciendo
que es incapaz de ganar una elección general, a pesar de las numerosas pruebas
en contra de esa idea.
Los
mejor intensionados partidarios de Hillary dirían “Ella tienen más chances de
ganarle a cualquier loco peligroso que surja de esta especie de lucha libre que
son las primarias republicanas”. Dirían también que ella tendrá más
posibilidades de hacer las cosas que propone una vez en el gobierno. La
política es desagradable y el Partido Republicano se ha redefinido tanto por su
obstruccionismo tanto como su fanatismo. Hillary podrá no ser pura, pero es la
persona del partido demócrata capaz de forzar al menos un par de reformas
positivas en nuestro gobierno disfuncional. Los partidarios de Hillary también
dirían que ya es hora de que elijamos una presidenta mujer, después de más de
dos siglos ininterrumpidos de gobierno de varones.
Yo
respondería que Clinton representa hasta tal punto lo que es disfuncional en
nuestro sistema político actual, que es difícil que pueda hacer algo al
respecto. Ella está tan estrechamente ligada a Wall Street como cualquier
político de ambos partidos. Votó a favor de la guerra de Irak y se mantiene
fiel al ala bélica del Partido Demócrata, una sección ampliamente desacreditada
del intervencionismo liberal. Clinton está muy volcada a su objetivo de ganar
poder, mientras que Sanders ha mantenido valores consistentes durante más de
treinta años en cargos de elección popular. El simbolismo de la elección de una
presidente mujer es importante, sin duda, un evento potencialmente histórico
que rivalizaría con la elección de Barack Obama como el primer presidente
afroamericano de nuestro país hace ocho años. Sin embargo, también hemos visto
las limitaciones del simbolismo en la política durante la administración del
presidente Obama, con el ingreso medio y la riqueza de afroamericanos en
declive, mientras que la disminución de las tasas de encarcelamiento continúan
a un ritmo aparentemente inexorable, a su vez, la deportación de los
inmigrantes latinos ha alcanzado niveles récord. Por otra parte, el valor de este
simbolismo se puede ver compensado por la alternativa de elegir un presidente
con un plan y un mandato que cambie la forma en que funcionan Washington y
nuestro país en general.
***
Como
era esperable de lo que llamaré laxamente “la izquierda“, los debates sobre
estas elecciones se han vuelto bastante desagradables en los últimos meses. La
insistencia de Bernie en no utilizar técnicas negativas de campaña – y Hillary
en un lugar confortable como ganadora- mantuvieron las cosas en buenos
términos. Pero a medida que la campaña se fue calentando y la ventaja se
redujo, legiones de seguidores de Hillary han salido a los medios de
comunicación a descalificar a los partidarios de Bernie como sexistas. Los
seguidores de Bernie, por su parte, fueron sarcásticos y en ocasiones
políticamente incorrectos – aunque generalmente correctos al juzgar sus
posiciones y logros – y respondieron que Bernie ha apoyado políticas y diversas
medidas que son mucho más progresista para la igualdad de las mujeres que las
que Hillary propone (al menos, más allá de los escalafones más altos de las
profesionales). Estas discusiones, si bien tienen el potencial para dar lugar a
un debate necesario sobre las diferencias entre el feminismo liberador y el
feminismo corporativo, en general han sido lideradas por fanáticos y no han
progresado (al menos por ahora) mucho más allá de insultos superficiales al
estilo Twitter.
Más a la izquierda, los sospechosos de siempre, han
salido de la nada para acusar a Bernie de no ser el portador de la verdadera
revolución. Ellos lo acusan de un sinnúmero de desviaciones estilo “pecado
original” relacionadas con su falta de alineamiento pleno con alguna estructura
particular (y esotérica) de pensamiento político. Algunos dicen que él está
actuando como un “perro pastor“ para el Partido Demócrata, atrayendo jóvenes
descontentos a su seno -no les importa que él haya sido independiente la mayor
parte de su carrera y que ahora se convirtió en el enemigo público Nº 1 del
establishment demócrata-. Otros, nunca le perdonarán ser un socialdemócrata
cuando él se ha etiquetado tan claramente a sí mismo como un socialista
democrático. Y finalmente, están aquellos que piensan que Bernie ha caído en
desgracia por su voto en tal o cual política exterior demostrando ser como
todos los demás –sin que les importe que critica abiertamente la historia de
imposiciones de regímenes en exterior de nuestro país o que sostenga que el
cambio climático representa una amenaza a nuestra existencia mayor a la del
terrorismo a pesar de la exaltación al miedo por parte de los medios-. Aunque
irrelevantes para la conciencia política mainstream, estas
patologías son dignas de mención en la medida en que se han agudizado y
clarificado distinciones dentro de la vasta izquierda socialista –entre quienes
van a donde está la gente y construyen políticas sobre la base de realidad
existentes y quienes prefieren sentarse en los márgenes de la historia y
reclamarles a quienes no los acompañan.
Pero más interesante y relevante para el momento
actual de la política de Estados Unidos es el debate que se inició durante Netroots Nation, una destacada convención política
progresista. Activistas del movimiento Black Lives Matter (BLM)
interrumpieron un discurso de Bernie para llamar la atención sobre la violencia
policial en contra de la comunidad negra y exigir la adopción de una agenda
política más directa para desmantelar el racismo estructural en los Estados
Unidos. La respuesta de Sanders fue ridiculizada por algunos, como fuera de
lugar y con desdén. Sus intentos iniciales por remarcar su propio historial en
justicia racial y vincular la cuestión del racismo con las políticas económicas
diseñadas para aliviar la desigualdad, no ayudaron. Unas semanas más tarde, un
grupo de activistas de BLM con sede en Seattle interrumpió otro discurso Bernie
Sanders, esta vez en un acto para celebrar los 80 años de la Seguridad Social.
Los manifestantes tomaron el micrófono antes que Bernie pudiera hablar, no le
permitieron responder a sus críticas y acusaron a la ciudad de Seattle de
“liberalismo con supremacía blanca” en respuesta a los abucheos de la
audiencia. El evento fue cancelado.
Después
de este segundo evento, la campaña de Sanders dio a conocer un programa de
justicia racial (presumiblemente elaborado después de la primera intervención)
que abrió con un gesto explícito a las solicitudes de BLM y otros activistas,
diciendo los nombres de las mujeres y hombres de color recientemente asesinados
por la policía. Continuó abordando directamente la cuestión de la violencia
física perpetuada por el estado y los extremistas de derecha contra hombres y
mujeres afroamericanos, y luego enumeró una lista de propuestas y demandas que
abordan también cuestiones de la violencia desde lo político, jurídico,
económico y ambiental. Este nuevo programa ha sido aplaudido los líderes del
movimiento BLM.
La
primera intervención de BLM proporcionó un ejemplo de dos movimientos
progresivos distintos pero superpuestos, en conversación crítica y productiva.
El último, en cambio, mostró que ambos pueden entablar por momentos un diálogo
de sordos. Bernie, un hombre judío blanco de 74 años de edad, del segundo
estado más blanco de los Estados Unidos (96,7%), fue lento al principio en
reconocer la urgencia de este momento en la justicia racial, al igual que
reconoció la falta de perspectiva al incluir los reclamos de BLM en una
plataforma de justicia económica preexistente. Los activistas de BLM fueron
oportunistas al explotar esta óptica a expensas de alguien que fue -como
mínimo- un buen aliado blanco de los movimientos de justicia racial, desde que
marchara en 1963 con Martin Luther King Jr. Su táctica, mientras fue útilmente
provocativa en Netroots, fue desmedida en Seattle. En este segundo caso, el
grupo liderado por activistas relativamente nuevos en la justicia social y muy
alejados de encarnar el liderazgo de lo que es un movimiento esencialmente
abierto, fue percibido como cínico y no particularmente interesado en la
construcción de políticas progresistas más allá de divisiones esencialistas.
En síntesis, la saga Bernie-BLM ha sido una buena
experiencia de aprendizaje para Sanders y sus seguidores, y esto debería
reconfortarnos como progresistas. Además de su agenda de justicia racial,
Bernie ha contratado más personas de color en puestos importantes. Él se ha
vuelto también crecientemente activo en destacar la aterrorizante tendencia de
violencia policial contra los afroamericanos. Por ejemplo, fue a visitar a la
familia de Sandra Bland, una mujer de 28 años de edad que fue encontrada muerta
en la cárcel tras ser detenida por una violación de tráfico menor. Después de
esto hizo una poderosa y trágicamente simple declaración: “ella hoy estaría
viva si hubiese sido una mujer blanca”. También hizo giras con prominentes
figuras de la cultura negra como Killer Mike del grupo de rap Run the Jewels y mejoró su exposición acerca del
racismo subyacente a gran parte de la economía de Estados Unidos desde la
esclavitud. Aunque su nombre aún no es tan conocido entre estas comunidades
como el de Hillary, su tendencia al voto ha aumentado significativamente.
En términos más generales, podemos ver estos
debates como parte del crecimiento -y tal vez incluso de una generación- del
activismo de una izquierda renovada en los Estados Unidos. Varias décadas en
retirada, al menos en el nivel de conciencia de las masas, se invirtieron
repentinamente con Occupy Wall Street (OWS)
en septiembre de 2011, como he escrito anteriormente. Este movimiento
incipiente tenía toda la gracia y la belleza de un recién nacido, lo que era
–efectivamente- al menos para la gente vinculada en ello. Funcionó como un
despertar generacional a la posibilidad de un activismo político transformador
en los Estados Unidos. Black Lives Matter,
aunque no estuvo directamente relacionado con (o inspirado por) OWS, entró en
los medios de comunicación mainstream sobre
su estela e incorporó (intencionalmente o no) muchas de las críticas contra su
predecesor.
Bernie
Sanders ha llegado a millones de personas para las que era más fácil
relacionarse con la política a través del prisma de una campaña presidencial.
Considerados en conjunto (aún cuando no son necesariamente una unidad), este
triple movimiento marca el ascenso de una nueva era de la política progresista
en los Estados Unidos. Y mientras los debates entre estos y otros movimientos
políticos son necesarios, al igual que lo es la lucha crítica por la forma y
dirección de la política progresista, es igualmente necesario que no dejemos
que las luchas internas destructivas nos distraigan de la cuestión más profunda
de nuestro tiempo, que es cómo refundar el sistema político y económico de Estados
Unidos sobre uno que funcione para todo el mundo en nuestro país y que haga más
por ayudar al resto del mundo que por dañarlo.
Bernie Sanders está haciendo todo lo posible para
mantenernos enfocados en esta cuestión, siempre dejando en claro que no puede
resolverlo él solo. Esta, más que cualquier otra razón, es por la que apoyo a
Bernie Sanders y creo que tú también deberías hacerlo. Bernie es la persona
mejor posicionada para impulsar un movimiento amplio con la oportunidad de
ganar poder, y también para reorganizar alianzas políticas en torno a la
solidaridad de clase y racial, a diferencia de las divisiones que nos imponen
los intereses corporativos. Lo hizo en Vermont, tal vez no en el nivel de
nuestras fantasías socialistas más elevadas, pero sin duda de una manera
transformadora y duradera. Y cuando observamos el estado de la política
estadounidense, donde un populista de derecha como Donald Trump ha capturado la
atención de una gran parte del electorado republicano con mensaje no
convencional, vemos la necesidad urgente de que nosotros demos batalla por una nueva nueva mayoría en este país, basada en la
unión y no en el odio.
En su tierra, Bernie Sanders continúa manteniendo
unida la coalición que ha construido con políticas que se mueven más allá de la
guerra de trincheras partisanas. Es reconocido por su apoyo a los veteranos de
guerra de Estados Unidos así como sus esfuerzos para auditar la Reserva Federal
(ambas cuestiones normalmente consideradas conservadoras). Es sorprendentemente
muy querido por muchos de sus colegas republicanos en el Congreso, no como
alguien que habla de béisbol con ellos, sino como una persona que no habla de
una manera y actúa de la otra. En un discurso reciente en la conservadora Christian Liberty University, Bernie utilizó una
herramienta retórica que ha sido común a lo largo de su carrera, dijo a la
audiencia, “no podemos estar de acuerdo en todo pero podemos estar de acuerdo
en la injusticia que supone la desigualdad y en la corrupción y la disfunción
que define nuestro sistema”.
Así
como las primarias revelan profundas divisiones en cada uno de los partidos,
también manifiestan una división aún más profunda entre las culturas
conservadoras y progresistas en el país. Nadie parece ser capaz de imaginar un
escenario peor que la victoria de un candidato del partido contrario. Más allá
del mensaje de Bernie de transformación económica y política, él también nos
muestra cómo se puede re imaginar nuestra política fracturada en el siglo 21.
La posibilidad de una presidencia de Bernie Sanders nos proporciona una
importante, aunque sólo sea parcial, hoja de ruta para superar la traba de la
cultura política que nos ha dominado.
***
La
última vez que visité Vermont, con mi esposa fuimos a ver a mi abuela de 90
años, una vermontesa y ávida seguidora de golf y programas de entrevistas
políticas. No fue sorpresivo terminar hablando de las elecciones, y nos contó
que uno de sus hijos, mi tío, estaba tratando de convencerla de votar por
Bernie. Ella seguía indecisa. Conoció a Bernie durante décadas, le gusta y
confía en su juicio, pero quiere ver una mujer presidenta antes de morir. Fue
un argumento fuerte y simple, que consideré muy seriamente.
Mi
esposa le respondió que su país ha tenido una mujer presidente progresista,
Cristina Kirchner, durante la mayor parte de la década pasada y que, si bien
ella entiende lo histórico que sería para nosotros, ¿acaso sería comparable con
tener un presidente socialista en el país más capitalista y poderoso del mundo?
Un momento, dijo mi abuela, no con desconfianza pero si como desempolvando una
idea que ella no había considerado en un largo tiempo –¿Son ustedes
socialistas? Nos miramos el uno al otro y tras una breve pausa, dubitativos, mi
esposa contestó “si, supongo que si eso es lo que hace falta, lo somos”. Los
ojos de mi abuela se abrieron un poco de sorpresa o de picardía, o quizás en un
intento de absorber a su nieto y nieta política y la ola de ideas nuevas y
viejas a la vez. Bueno, contestó -sus palabras fueron lentas y cuidadosas-,
“mira nomás“.
La
próxima vez que visite mi familia, espero estar celebrando la última
intervención de Vermont en el curso de la historia de Estados Unidos. En el
mejor de los casos vamos a celebrar la elección del primer presidente
socialista democrático del país. Pero incluso si Bernie pierde, creo que su
campaña ha creado un espacio para imaginar una nueva era en la política
progresista. De cualquier modo, el mensaje de la revolución política de Bernie
va a haber sido transmitido a una nueva generación de jóvenes, un terreno para
que construyamos un futuro mejor.
(Fuente:
https://economixpodcast.wordpress.com)