Amor amarillo // Agustín Valle
El
kirchnerismo como problema de la resistencia; el imperio de la actualidad;
breve genealogía del eficientismo y la desmovilización de la revuelta.
“Vosotros me decís: 'la vida es difícil de
llevar'. Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra
resignación por las tardes? Nosotros amamos la vida no porque estemos
habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar.”
“'En la tierra no hay ninguna cosa más grande que
yo: yo soy el dedo ordenador de Dios' -así rige el monstruo-. ¡También os
adivina a vosotros los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la
lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando servicio al nuevo ídolo!”
Así habló Zarathustra
“Sería una revolución
basada no tanto en una crítica del sufrimiento en la sociedad dominante sino en
una crítica total de su idea de felicidad. (…) 'A decir verdad, la única razón
por lo que uno lucha es por aquello que ama -dijo Saint Just-. Luchar por todos
los demás es sólo una consecuencia.”
Rastros de carmín
1.
Está rebotina Buenos Aires, cada uno vuelve del
descanso y cranea fugarse de nuevo; pero Monstruópolis es pegajosa y su gravedad puede más que las opiniones de
quienes la padecemos y gozamos. Aún convertida en este encierro en el presente
que es el verano macrista (“no se puede pensar en otra cosa”). Pero este
“sinceramiento” de la vida capitalista que triunfó en Argentina, produce mejor
dicho un encierro en la actualidad, y es un atentado masivo contra el presente
entendido como el espacio potente de la presencia, abierto por naturaleza.
Actualidad lisa, obvia, inmune a nuestros chillidos.
También el kirchnerismo modulaba el tiempo
histórico; con una política discursiva sobre las periodizaciones históricas,
hizo pasar continuidades por rupturas y rupturas por continuidades, como decía
Ezequiel Gatto y demuestra Bruno Nápoli en su En nombre de mayo. Hablar
ahora del kirchnerismo parece vetusto y reaccionario ante la inundación de la
cínica violencia amarilla, pero el kirchnerismo es un problema para resistir al
macrismo -aunque haya que reivindicarlo situacionalmente, como en el último
acto electoral, si es herramienta del ánimo multitudinal que lo precede-.
A solo un par de meses, ya parece poco firme su
protagonismo en la resistencia (entre lo limitado del “placismo” clasemediero y
la fragmentación pejotista), pero además, aún en su versión más romántica el
kirchnerismo puede contener la movilización opositora como contención ejerce un
féretro, si, como dijo Diego Genoud, se obstina en la misma lectura de sí que
nos llevó a la derrota. El motivo triunfante en las elecciones fue el anti
kirchnerismo, sustento básico de legitimidad del gobierno que, así, puede
alimentarse de una resistencia que tenga identidad kirchnerista (por eso, una
de las primeras “plazas”, convocada en principio por un cualquiera desde
internet, fue titulada por La Nazión como “concentración del kirchnerismo”: les
conviene más eso que una multitud informe).
Borrar la fecundidad de 2001, tratándolo como llana
crisis terminal, fue la más clara violencia del kirchnerismo sobre la
genealogía que lo parió. Ver en la revuelta pura crisis es propio de una óptica
plantada en el sistema representacional, y -como me apunta Damián Huergo- en el
economicismo. Negaron la revuelta como eclosión de intolerancias positivas y
arrebatos contra imágenes de lo humano sesgadas y excluyentes; intolerancia
alegre y viril contra los condicionamientos políticos de la posdictadura sobre
la vida. Negaron que 2001 fue fuente de la agenda y agrimensor de la legitimidad
gubernamental ulterior. No se fueron todos pero pudieron quedarse los que
entendieron la obsolescencia popularmente determinada del ajuste y la represión
(y la corte adicta y en realidad miríada de cosas), del gobierno pleno del
embriagado capital concentrado.
Sabido: aquel agite que tumbó al consenso
neoliberal noventero fue gestado y efectuado por modos múltiples y complejos,
protagonizado por bandas de pibas y pibes, HIJOS, los redondos, motoqueros,
desocupados organizados... y, con la idea de que “la juventud volvió a la
política” básicamente con La Cámpora, se negó -para aquellos sujetos pero
también por tanto de modo genérico- la politicidad que surge de modo inmanente
y orgánico de las vidas, sacralizando, en cambio, un modelo de politicidad
conciencial, programático, adhesionista, ideológico-moral, en fin, militante:
encuadrado, obediente, sacrificial (y, sí, también, soberbio, aunque a quién le
importa... salvo por su condición sintomática: solo un triste de fondo, un
finalista, es soberbio). La proliferación de agrupaciones diversas se
homogeneizó en la morfología de la tropa (desparejamente, por supuesto, en
algunas zonas más y en otras menos, pero hasta la propia CFK salió, alertada, a
decir “ustedes no son tropa”).
Hubo dos grandes vectores gubernamentales de
desmovilización del acontecimiento 2001 como agite abierto, solidarios entre
sí: el vil asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (en el que el
odio de clase, en los hombres-agentes, como decíamos en A quién le importa,
no fue exceso, sino que encarnó, hecha instinto, la razón de Estado), y el otro
vector de desmovilización de 2001 fue el kirchnerismo, detrás de varias de
cuyas facetas se pergeñó, conflictiva pero firmemente, el umbral de
restauración del orden conservador.
La masacre y el gobierno kirchnerista fueron
dispositivos ante todo distintos, pero, aún así, vimos cómo la inyección de
tristeza y espanto de aquella intervención policial produjo una mutación
anímica de trasfondo en los movimientos sociales desde la cual se entiende su
posterior aceptación del llamado gubernamental, al abrazo del Estado y su
provisión de guita y nuevos derechos -bueno, en realidad la guita resultó ser
un derecho: esa fue una política del capitalismo argentino provocada por el
sacudón de 2001, iniciada pragmáticamente por Duhalde, convertida en divisa por
Kirchner.
El encargado de operar la conversión de agitadores
en micro empresarios sociales o en funcionarios o en “receptores” de dádiva
estatal fue el mismo que, cumplida la desmovilización de los sujetos más
organizados de la revuelta, se ocupó de reinstalar la represión, y por cuya
boca el gobierno de los derechos llamó energúmenos a trabajadores que defendían
luchando el civilizado botín de sus puestos de trabajo, doctor Garca Berni: repartió
primero plata -que resultó disolvente de la organicidad de muchos movimientos-,
luego palos y tiros.
¿Realmente debemos recordar que los derechos solo
son subjetivantes -es decir hacen a una mutación efectiva del cuerpo- cuando se
conquistan y elaboran, nunca cuando simplemente se reciben de parte de alguien,
que pasa a ser condición necesaria de mi -refutada- libertad? Y parece que
debemos recordar, también, que si el grueso esencial de los derechos recibidos
consiste en un aumento cuantitativo de los productos y servicios que se reciben
por dejar la vida en el mercado (incluso el trabajo mismo como premio, “tengo
trabajo”, “conseguí trabajo”, etc), lo que más se reconfirma, en la médula
misma de la inteligencia corporal y social, es el juego del cual esos son los
premios, y no la potencia inventiva y soberana de la subjetivdad.
(Ya la idea misma de redistribución de la riqueza
-con todo lo bancable que obviamente tiene- puede ser una vía de refirmación de
fondo del juego capitalista, sobre todo si en realidad se trata de un aumento
del mercado interno pero sin alteración de los poderes adquisitivos relativos
entre los estamentos sociales; alteración política hay si se redistribuyen
también los poderes decisorios y valorativos -como ejemplito, recuerdo un video
que circuló, sobre asambleas ciudadano-escolares donde se decidía
colectivamente cómo sería el uniforme de los alumnos, en Cuba: pura belleza e
intensificación cualitativa de la vida. No se trata nunca de la cosa,
sino del tipo de movimiento vital que la involucra-).
Esa desmovilización de la revuelta alcanzó su cénit
en los festejos del bicentenario: una fiesta programada gubernamentalmente, con
lo político como espectáculo. Yo ahí lo vi a Julio Blanck con su familia: ni él
podía no estar, porque la afectividad de la fiesta era más fuerte que discursos
argumentos o ideas. Se estaba ahí y punto, en esa movilización total del
traspaso del protagonismo desde los cualquiera, comunes, los nosotros, etc,
hacia el mediador representante. De la jauría al rebaño, pero todos contentos:
hay Luz y hay Bien.
Pero esa desmovilización del acontecimiento 2001
también tuvo “accidentes”, trastocamientos, desbordes, al menos en 2008 (contra
el lock-out), 2010 (muerte de Néstor), y “la Plaza del 9” que despidió amorosamente
a Cristina, así como las semanas previas al 22 de noviembre, de burbujeante
movilización anti macrista. Quizá también algunos momentos de saqueos en los
que traccionaba más la alegría del agite que el influjo mercantil. Bicentenario
y plaza de Néstor coinciden en año, pero diversan en naturaleza; una es zumum
de la coincidencia entre la programática de las “productoras” como maestras de
ceremonia y rectoras de lo común, la otra es un desborde inesperado que muestra
que el aparato tiene un grueso de su potencia en su condición de pieza elegida
por la multitud.
Hay por supuesto una cercanía, por momentos
promiscua, entre el agite y la aparatización; hay una interfaz, que permite
tanto reconversión como pivotes, ambivalencias y complejidades. En esa zona de
disputa interviene CFK, cuando confronta a la propia multitud que la fue a
bancar el 9, diciendo “ustedes no son autoconvocados, son empoderados”. Ustedes
son efecto, el Gobierno es causa, dijo. Bien podría haber dicho que toda
resistencia, toda victoria democratizante, tiene como fundamento la
movilización decidida de los comunes (aún si luego su garante se organiza
gubernamentalmente). Y que al fin y al cabo ella era la empoderada. Pero
no: desde su posición de mandataria (saliente) y jefa del peronismo
(¿saliente?), consideró necesaria una reacción para negar la figura de los
autoconvocados (y eso que tampoco “autoconvocados” es figura incendiaria...).
Dijo: vos no estás haciendo historia sino en cuanto te hicimos nosotros, desde
determinados “resortes”.
2.
No busco reponer acá a 2001 (nadie quiere volver a
ser como antes), cual animado tomuer busca cerebros, no: sobre todo porque algo
de 2001 está bastante presente. De la notablementemente lúcida, corajuda y
oportunista lectura de Néstor, quedó fuera lo que puede verse como un “resto
formal”, un tercero excluido del noviazgo del kirchnerismo con dosmiluno...,
que fue creciendo mientras el kirchnerismo llevó adelante una agenda progesista
haciendo las cosas mayormente de modos precarios, gestuales, con realidades
locales muy ambivalentes (por hacer veloz la crítica), mientras crispaba y
crispaba a la derecha -esta crítica la hacemos desde 2007, y, sin embargo,
ahora, viendo la facilidad con que entra la estocada amarilla y se evapora el
aire pingüino, hasta los más incrédulos encontramos que fuimos ingenuos.
Si el macrismo borra de un plumazo muchos de los
espacios institucionales valiosos y bancables creados en la década k, es porque
los ideologemas puestos a rodar no fueron una afirmación consistente jurídica,
política, estatutariamente, como leí en un breve post de Diego Sztulwark hace
poco. Muchos de los espacios y políticas “ganadas” se sostenían en la
precariedad de las condiciones de sus trabajadores. Por poner un ejemplo, las
universidades en barrios periféricos son loables espacios donde campean los
contratos basura, las exigencias a los trabajadores precarizados de realizar
“sacrificios para sostener el espacio”, además de los amiguismos berretas, los
giles “empoderados” con un escritorio de dirección departamental, etc. Más allá
del ejemplo (podría ser seguramente cualquiera de los programas inclusivistas),
no es por criticar, es por ser realista y entender: la flexibilidad laboral -el
neoliberalismo en ese plano- fue condición material de la inclusión
neodesarrollista.
Pero además de que el neoliberalismo regente en la
cotidianeidad de las vidas fue condición de base de la pragmática concreta de
los programas de inclusión y derechos, hay otro aspecto que también rompe con
la polarización k-pro. En esos espacios de inclusión, la imagen era esencial
siempre; la realidad local, a veces. Y si los mirábamos de cerca, la presión
por “los números” de cada espacio y programa, la codificación estadística de
las realidades vitales, una y otra vez se divorcia de -sino aplasta- la calidad
de las presencias concretas. Y eso preparó el terreno para la razón
gestionista, para la cual la gestión es más importante que lo gestionado.
Pero el actual fascismo contemporáneo gobernante
borra de un plumazo espacios que eran al menos ambivalentes, espacios
cuya efectuación cargaba con -o era regida por- el gestionismo, para el que
vale más la representación -básica pero no solamente numérica- de la cosa que
la cosa, sí, pero espacios que ponían a rodar ideologemas democráticos
(educación universal, educación sexual integral, naddie quedándose afuera de la
circulación de recursos elementales, etcétera), cuya implantación respondía a
lecturas más ricas y éticas de lo social; espacios con zonas útiles para el
igualitarismo democrático.
Las políticas kirchneristas fueron menos
consistentes que la crispación -y la subsiguiente cohesión- que produjeron en
la derecha. Crispación que, además, como me apunta nuevamente Damián Huergo, no
se erigió solo contra “los kirchneristas”, sino contra los sujetos que el
kirchnerismo al menos hizo visibles y en algunos casos legítimos, los putos,
los deshauciados, los rotos, etc. El fascismo actual tiene fuerte cuño moral,
ordenancista. Y por cierto allí hay, como dice Rubén Mira, una diferencia con
el noventismo y su fiesta. Acaso entre las cosas que los agentes del
propietariado aprendieron de estas décadas está la idea de que la fiesta de los
noventa terminó siendo escollo para la eficiencia de gestión de negocios y gobierno. Visto así, el
bailecito horrendo de Maurizio es bien sintomático: hay un momento y lugar bien
determinadito para festejar. Y se lo hace mecánica, patéticamente.
3.
Una defensa de zonas de igualitarismo conquistadas
encabezada por el kirchnerismo bien puede ser, decía, menos efectiva que una
más caótica, lenta y desreglada resistencia por modos cualesquiera, comunes, no
lineales, químicos... Prácticas vitales -rancheadas esquineras, autodefensa
campesina, intolerancia hacia “empoderamientos” policiales, trabajadores
ministeriales que logren “disimular” algunas líneas de trabajo popular, tiempos
dedicados a un potlach amistoso de fabulación, infinito etcétera- que banquen
lo que haya que bancar y atenten contra lo que haya que atentar y creen lo que
haya que crear por agregación de instintos, por aliento mutuo, por
convencimiento replicante de la verdad que se impone como tal por su gracia:
que todo lo que sea más vivo, fresco, autónomo y por eso gracioso, se
fortalezca ante la esencia de la explotación de lo vivo por lo muerto.
Resistencia del ánimo buscón sobre la pragmática autoevidente del
rendimentismo.
El macrismo es una rotunda afirmación de que la
vida debe someterse al orden, como si primero viniera el orden y después -a
perturbar- la vida. (Justo en esta tierra, donde escupís y pintan formas de
vida, tirás semillas, tirás bichos, tirás gente y, con los pies en esta tierra
-que comunica también nuestras vibraciones, de manera menos obvia que la
pantalla-, inventan formas de vida). En ese punto y aunque la superficie
engañe, el amarillismo es una expresión renovada de la Ley, “celosa y resentida
de los cuerpos porque ellos existen primero”. El gestionismo afirma que la
gestión sabe más sobre la vida que la misma vida. La ley, la ley no de los
papeles que nos hacía iguales, sino la ley que emana la materia misma, de las
cosas mismas en el orden capitalista, es el conjunto de deberes y limitaciones
coherentes con el mercado. (Este es el verdadero motivo por el que del Pro
surge el término “sinceramiento”).
Y los movimientos multitudinales, que como decía
pueden proveer de agenda para políticas de gobierno, cuando son creadores, sin
embargo, no es tanto por la agenda que imponen:
es por el tajo que trazan en la temporalidad normal. Convertir una
revuelta en agenda programática borra su potencia más específica, el
trastocamiento del espacio común que inducen gracias a ese agite sobre la
temporalidad, como dice Furio Jesi, y abre la transición hacia el orden del
eficientismo. Los agites son precipitaciones -también se da en muy pequeña
escala- donde el tipo de presencia que se inaugura vale por sí misma como
experiencia. Valen como una intensificación de la presencia tal que logran la
liberación del sometimiento del futuro: no se sabe a dónde se irá, pero
mientras estemos así, vamos. Vamos y vamos viendo: la verdadera
percepción se abre cuando la experiencia se emancipa del orden programático. La
revuelta conquista un no saber. Y ya no importa el desarrollo, importa quién
habla. Quién enuncia, quién pone los nombres de las cosas. Etcétera: y cosas.
Pero la revuelta también se da en pequeñas
escalas, en espacios personales,
laborales, amorosos, etc. Un amigo miembro de una versátil banda decía que
cuando se juntaban se activaba tan claramente una frecuencia distinta, que
incluso entrenó y aprendió a “juntarse solo”. Lejos de la imagen de “la
revuelta” como sacralidad histórica, se trata de pescar las puntas anímicas que
pueden difundir dichas frecuencias presenciales, donde algunos sujetos se
despegan -más o menos- de su función, suspendiendo el orden normal...
4.
Es muy tentador olvidarlo, pero el macrismo se
incubó en el kirchnerismo. Como oposición, pero, también, con coherencia con el
tipo subjetivo dominante en la dékada. Recuerdo una propaganda, para Cristina 2011, que circuló por internet y pegó bastante: la de
“no seas rata Roberto, si te va bien”. Mostraba un tipo comprando un cero
kilómetro al que le preguntaban y decía que no sabía a quién iba a votar. No
seas rata Roberto, si te va bien, le decía el que había preguntado, que nunca
se veía en cámara, era un ñato escondido en la concesionaria. La propaganda la
firmaba la “comunicación kirchnerista clandestina”. Era clandestina respecto
de la imagen kirchnerista del kirchnerismo. Porque sinceraba lo que años
después también Cristina hizo explícito muchas veces al decir “No les pido que
miren al país siquiera, les pido que miren su bolsillo y comparen cómo estaban
antes”. Récord de venta de autos y motos, cuotas en frargarino y turismo por
doquier. Trabajo para dejar la vida ahí, para exprimirse (de los oprimidos a
los exprimidos, decía Pablo Húpert). Y laburar cada vez más para no quedarse
afuera de ningún tren que sea posible. Es cierto y valioso, se repartieron más
premios, todos -obviamente- deseables; pero lo que más se refirmó es el trunfo
del juego. El consumo moviliza. Vida capitalista. Y para vida capitalista, ¿por
qué no probar unos que ofrecen capitalismo sin más, sin verba, sin discurso ni
gritos? Sin política...
Y es ahí donde encontramos a 2001 (a un componente
suyo, luego “resto formal”) bastante presente, en la anti política del Pro. Es
una reconversión del “que se vayan todos”, hecha divisa del reino del capital,
trabajo muerto acumulado que se invierte para proyectar vida “ya
vivida”, programática, obvia. Reino que no concibe que nada exista porque
sí, donde la gestión es más importante que lo “gestionado”, y donde la
dominación de los más poderosos es naturalizada. Reino que opera una desubjetivación
parcial general: olvídense de ser protagonistas de la vida, esclavos. De
imaginarlo, siquiera.
El Pro fue la mayor lectura no kirchnerista de
2001, como le oigo decir hace rato a Ariel Pennisi. Ofrece como servicio aquel
componente antipolítico; ofrece una pospolítica de gerentes de empresa duchados
en after office, que hacen política pero no son políticos, son otra cosa: gente
subjetivada -y convertida en valor productivo- en otro ámbito, básicamente,
claro, el citado de la empresa. Pero ya cuando Daniel Scioli triunfó en la
interna del Frente para la Victoria, la dupla competidora del balotaje entera
consistía en “hombres no políticos pasados a la política”. Ganó -ambos
recibiendo enorme cantidad de votos de rebote, que los eligieron por descarte-
el que más plenamente ofrecía la versión de la política que negaba la política
como práctica específica, ofreciendo hacer “gestión” en el Estado. (Es muy
indicador, como me señaló Marcela Martínez, que el gobierno haya formado una
“mesa política” para tramitar los conflictos: implica que no conciben al
ejercicio de gobierno como inherentemente político).
En Pro leyó también al 2001; de ahí entendemos que
el gorilaje careta usara, de 2008 para acá, métodos caceroleros y piqueteros
para combatir al gobierno kirchnerista, bajo el signo clave de las elites pero
que triunfaron apoyados por muchos trabajadores y otras clases de no-gorilaje
careta, muchos de los cuales -ya dicho- quisieron sacarse de encima “las
formas” kirchneristas. Y en efecto, hay una dimensión estética fundamental en
la política, donde lo que se impuso es un modelo espantoso de belleza lisa,
pastel, rubia, sintética y tersa, con sonrisas de guasón y baile de casamiento
enlatado, donde, está claro, los morochos tienen lugar como mascotas y amigos
de su propia servidumbre. (Y donde todo estaba perdido desde unos años atrás,
cuando el término “cheto” -en los pibes de las denominadas clases populares- se
liberó de su peyorativismo y pasó a ser ponderación.)
Pero es también por su condición de no-políticos,
de eficaces ejecutores, que es entendible su componente despótico: les resulta
natural que el jefe sea una voluntad que manda y ya.
También es por su anti política que tienen afinidad
con el poder judicial, los jueces también hacen política como si no fueran
hombres políticos. Tenemos ministros de la Suprema Corte que prácticamente ni
hablan en público, como si fuera una actividad meramente formal, casi
científico-administrativa, simple “aplicación de justicia”. La Justicia pasa
como no política porque se acerca al trasfondo del Estado, ellos son agentes de
la ejecución de la racionalidad estatal; el orden jurídico, cuyo sustento se
auto considera iluminista pero bien mirado es oscurantista, un poder sin
argumentos: la Ley manda porque manda y ya. No hay nada anterior.
Porque lo “anterior” es el conflicto, la vida, los
cuerpos, etcétera: y cosas, las cosas.
Y el Pro niega el conflicto. Esto no se refuta sino
que se confirma con sus medidas violentas económica, política y policialmente.
Porque niega al conflicto como constitutivo e inherente, natural a lo social.
Por eso mismo puede afirmar que hay sujetos que causan problemas. Al postular
que los problemas son causados por sujetos particulares, niega que lo que hay
es conflicto y sujetos entramados por el conflicto. Odiaban la conflictividad
retórica de los kirchner, porque incluía al conflicto dentro de lo explícito
del juego republicano. Para el gerente que “decide pasar a la política”, la
actividad política se rige por la eficiencia y todo depende de ella -y de la
buena onda, claro-. En el debilísimo acto electoral (ahora los progres
recriminan a los votantes de Macri, pero ¿pensaban que la elección era una
libre decisión?), y aunque engarzando, sí, con una poderosa voluntad popular
(ligada a ideas y percepciones sobre la vida y lo común), ganó la política de
que vengan al gobierno algunos que no son políticos, son eficientes y modernos
hombres de oficina -y after office-; gente que viene de las soluciones, no del
conflicto. Para ellos -para este entendimiento político-, aquellos sujetos
cuyas vidas, si se afirman, ejercen conflicto, deben ser mantenidos a raya,
siendo docilidad o desaparición sus pretendidos destinos naturales.
Es pifiado creer que el Pro está “provocando” con
sus violencias. No. Las marchas y repudios kirchneristas las espera, y sabe que
alimentan al consenso que lo hizo ganar, el anti kirchnerismo, que fue apenitas
mayoritario. Al contrario, así es la normalidad que buscan. Pero hay algo más
profundo. Los negociados infaustos, las políticas económicas enriquecedoras de
la elite más rica y propietaria, la escalada represiva y demás, no se impugnan
por visibilizarse. La denuncia tiene patas cortas. Esas violencias son
aceptadas. La crítica es un género viejo. Las críticas cabían a la ideología,
pero son estériles ante esta sensología triunfante (Ariel Pennisi me
contó que Mario Perniola acuñó ese término de post ideología). Gobiernan los
afectos, como hace rato dice Diego Sztulwark y también Hans Landa, en Bastardos
sin gloria, cuando sseñala que dan asco las ratas y ternura las ardillas:
“lo interesante del argumento no cambia lo que usted siente”.
Las violencias gubernamentales son concebidas como
violencia necesaria para que las cosas puedan seguir siendo como son, que es
como deben ser. Justas y necesarias para el deseo de “romperme el orto
tranquilo sin que me rompan las pelotas”. También para los ricos, el deseo de
gozar del privilegio (es decir, de la violencia histórica) sin que nadie te
rompa las pelotas.
Pero mayoritariamente, esa violencia económica,
política, policial, es justa para una vida que tiene como premisa callada
-envuelta en capas y capas de rin tin tín y de alegría- al temor. Porque el
régimen existencial del mercado capitalista está fundado en la derrota. Todos
-casi todos- entramos a un juego donde ganan otros, donde ya ganaron. Entramos
ya con el estigma de la inferioridad, la enajenación. El juego tiene premios,
eso sí: resultan ser premios que valen más que la vida que los produce.
Sobre un plano silenciado de una derrota gigantesca, la derrota de la
aspiración de libertad, las carreras por estar conforme dan premios que son la
consolación de esa vida. De esta vida. Un temor de fondo, un temor en este país
del desierto: que no haya máquina alguna que enganche tu vida en un movimiento.
(El cagazo, por cierto, es el que puede refutar la esperanza de que “no se le
saca a la gente umbrales de consumo así nomás”).
Temor, y premios adorados que valen más que la vida
que los produce, porque son su consuelo. Cualquier molestia o amenaza, ahí,
merece violencia. Molestias como que haya gestos que sí comportan un ansia de
libertad -arrebato de no coincidir con la funcionalidad de nuestra vida-. Esa
molestia, que amenaza los premios y cuestiona su sentido, que deja cara a cara
con la vida, conecta con la consentida violación a sí.
Y es por eso también que cualquier guiño que la
festeje sin más, a esa esa vida, que le sonría, que le prometa animarla sin
recordar su sometimiento basal, engancha, engancha como cabeceo rozagante que
saca a bailar a quien, solo, se moría de angustia.
Ahora cambió el dj y todos esos odiadores están
henchidos graznando en el centro de la pista.
Todos comen el sintagma más esencial -y callado- de
la nueva gubernamentalidad: la riqueza y los ricos son algo natural y nunca
postulables como causa de padecimientos sociales.
5.
¿Entonces? Ahí otra trampa. La pretensión de
“saber” en materia política. Nadie sabe, no se puede saber. No tiene sentido
denunciar ni se puede saber. El saber es parte del orden. Si hay movimientos
revoltosos, grandes o chicos, que tajean la temporalidad normal, conquistan
justamente un no saber, e impera el divino mientras tanto ensanchado. Ahí es
posible olfatear y estar a la altura de las prácticas que no son gobernadas por
esta mierda, como dice Juguetes Perdidos. Instinto de vínculos y modos de hacer
fuerza que ejerzan otra calidad de presencia.
Lejos de dedicarse llanamente a “hacer política”,
casi en lógica de “respuesta” a lo que impone la actualidad, repetida y renovadamente
hay que preguntarse “¿cómo me imagino el
socialismo?”, o lo que cada uno pueda preguntarse para conducirse a las
prácticas que expanden lo mejor que puede concebir en la vida, sea cuidar
viejitos o bailar y beber ron o ayudar a aprender las matemáticas a los niños o
construir barcos o cocinar o... No es la política la que puede sostener una
resistencia históricamente relevante; es la vida. La actualidad del mundo
acecha, y la Política es partícipe y beneficiaria de esta dominación mediática
de la fabulación. El facebook ofrece tres íconos de sucesos en la pantalla
personal: amigos, mensajes, y el tercero es el mundo: hoy el mundo tiene
treinta y dos notificaciones para ti... Catarata que evanesce la presencia, que
invade su tiempo con, siempre, otro lugar. Y es la presencia la que puede
subrepticiamente hacer manar el flujo que rompa la actualidad. Presencias
-comunicacionales, callejeras, etílicas, musicales, naturalistas, escolares...-
que logren desmarcarse de lo debido para lograr movimientos desde la óptica de
lo que pueden por sí, sus accidentes, sus encuentros, sus instintos, en combate
involuntario hacia la ridiculización y el disecamiento del eficientismo (como idea,
deseo, policía, etcétera).