¿Y ahora qué? La crisis vuelve vía China
por Isidro
López y Emmanuel Rodríguez
En
los años de crisis nos hemos acostumbrado a que en los medios del mainstream,
así como en los discursos de los políticos, se maneje un tipo de argumentación
económica y financiera, estrictamente funcional a los intereses de las finanzas
y de los gobiernos que las soportan. Se trata de ocultar así los movimientos y
los intereses reales de los agentes financieros. Dificilmente podemos decir que
esto sea una novedad, aun cuando la hegemonía de las finanzas, quizá más que
otros modelos de acumulación capitalista, tiende a una presentación
particularmente interesada de los fenómenos económicos. Sobra decir que para
las ganancias financieras, al igual que para el turismo, todo depende del parte
meteorológico: las expectativas lo son todo. A los efectos que aquí nos
interesan, la consecuencia de esta invisibilidad permanente de las causas de
los movimientos financieros tiende a provocar que las crisis aparezcan por
sorpresa y en abierta contradicción con los discursos oficiales.
La
crisis que se está fraguando en China, y sobre todo sus efectos globales,
particularmente sobre la Unión Europea y sobre España, va a responder con toda
seguridad a este patrón. Metidos en la
ideología de la recuperación económica, es difícil asumir que las verdaderas
causas de fondo de la supuesta recuperación —valga decir, las políticas de
expansión de los bancos centrales conocidas como Quantitative Easing (QE)—
están llegando a su límite.
Por
ser rápidos: las políticas de QE de estos años han generado un carrusel de
dinero girando sobre sí mismo en los mercados financieros. El QE ha inundado
los mercados de liquidez pero es incapaz de generar ciclos de crecimiento
medianamente sólidos. No obstante, en Europa, en la medida en que han
desplazado el foco del beneficio financiero desde los mercados de deuda hacia
las operaciones en los mercados bursátiles (acciones, bonos y derivados), han
relajado también las primas de riesgo, suavizando los pérfiles de la crisis de
deuda. Incluso, en el caso español han servido para reavivar los rescoldos de
la burbuja, a partir de la ya clásica especialización inmobiliaria de la
economía española. Así es como superados los límites de estas políticas, la
economía global se está rompiendo por su polo de crecimiento: China.
Las
dimensiones del crash bursátil chino y de su arrastre al resto de bolsas son
gigantescas, pero el problema de fondo, cómo sucediera en 2007, es una
tendencia estructural a la caída de la rentabilidad provocada por un exceso
permanente de capacidad productiva a nivel mundial. La consecuencia de este exceso ha sido una
situación de competencia destructiva que ha impedido realizar grandes ciclos de
beneficios.
Desde
2007, la maquina de generar beneficios y crecimiento que era China se ha ido
erosionando paulatinamente. En 2007, los beneficios industriales de este país
crecieron un 39%. En los años de la depresión mundial, 2008 y 2009, bajaron al
entorno del 10%. Con un perfil característico de crisis y políticas
contracíclicas de expansión monetaria, estos índices se mantuvieron con subidas
y bajadas pronunciadas durante los años que siguieron, hasta que en 2014
registraron, por primera vez, cifras negativas. La formación de capital fijo,
el gran pivote estratégico del crecimiento chino, bajó entre 2007 y 2013 más de
diez puntos porcentuales en términos relativos.
En
otras palabras, estamos una vez más ante una crisis de beneficios capitalistas.
Nada nuevo si consideramos la evolución económica desde los años setenta
siempre que seamos capaces de retirar la patina de la acumulación financiera.
Estamos pues ante una crisis global, no frente a una crisis China. Recordemos
que todo el orden de la globalización neoliberal se ha construido sobre lo que
algunos llaman Chimerica, un tipo de arreglo económico en el que el capital se
exporta a China para encontrar beneficios mediante la explotación de un fuerza
de trabajo más barata. Al tiempo, esos mismos beneficios financiarizados viajan
de vuelta a Estados Unidos en forma de compra de activos en Wall Street y de
deuda pública norteamericana que financia los enormes deficits externos de la
economía norteamericana y, en última instancia, mediante el crédito
generalizado que los consumidores estadounidenses, la demanda necesaria para
propulsar el crecimiento chino y global. En términos políticos, como
argumentaba el excelente libro de Peter Nolan ¿Está China comprando el mundo?
(Traficantes de Sueños, 2014) este proceso ha estado controlado por los grandes
agentes financieros y empresariales occidentales y sus aliados asiáticos, las
élites de la franja litoral China.
En
Estados Unidos y también en Europa, particularmente por medio la burbuja
española, esta crisis estructural de beneficios se ha intentado superar por
vías financieras. Si en EEUU las hipotecas subprime y sus productos financieros
asociados proporcionaron dos terceras partes del beneficio de la economía
estadounidense durante los años que van de 2003 a 2007, China intentó superar
la ralentización económica mediante una fuerte burbuja inmobiliaria centrada en
la expasión urbana y la construcción de infraestructuras. Cuando esta entró en
declive, la sustitución de las fuentes de liquidez necesaria se produjo
mediante la entrada en masa de pequeños inversores y ahorradores en el mercado
bursátil chino. Finalmente cuando el dinero de estos ahorradores se agotó, el
gobierno chino dio grandes facilidades para que estos pequeños inversores
contrataran créditos que mantuvieran al alza los valores en bolsa. El camino es
conocido sólo que en dirección inversa al de EEUU en los primero años dos mil:
primero burbuja de la construcción y después burbuja de valores bursátiles.
No
obstante, China no es Occidente. Las capacidades de regulación del gobierno
chino son superiores a las de cualquier otro gobierno del mundo. Esto hace que
el desarrollo de la crisis china tenga ese aspecto de caída a camara lenta. Y
esto ha provocado que los grandes fondos de inversión hayan ido colocando sus
activos, lastrados por la previsión de caída de beneficios, a los pequeños
ahorradores propulsados por el crédito, al tiempo que la caída paulatina de los
valores provoca un agujero de malos prestamos bancarios. Ayer mismo, las
autoridades chinas bajaron los requerimientos de capital de sus bancos, al
tiempo que hacían descender los tipos de interés para seguir alimentando de
liquidez los mercados financieros. Una medida de tan dudosa efectividad como la
bajada del yuan para relanzar las exportaciones de hace algunas semanas, puede
sin embargo seguir retrasando la caída.
Avancemos
un poco más. ¿Cómo va a aterrizar la crisis estructural de China, en tanto polo
de crecimiento global, en el resto del mundo? Un escenario probable es que
Estados Unidos, que ya lleva tiempo anunciando una retirada progresiva del QE y
una subida de los tipos de interés, intente ahora una maniobra parecida a la
que en 2008 trasladó la crisis a Europa. Se trata de la misma estrategia que ya
operara en los últimos años setenta: mediante una bajada temporal y moderada
del dolar se pueden inflar los precios del petroleo y de las materias primas.
De hecho, es de manera inversa a la cotización del dolar como viene funcionando
el mercado de futuros sobre estas commodities —¡ojo a las implicaciones
ecológicas!, este factor es mucho más determinante que las previsiones de
demanda global de petróleo y materias primas—. El proceso se podría acompañar
de nuevas rondas de rescates financieros, tanto en Asia como en EEUU.
De
este modo la dinámica inflacionista se descargaría sobre Europa, deficitaria en
petróleo y materias primas, seguramente a través de una subida considerable de
los tipos de interés y probablemente de una revaluación del Euro. La permanente
amenaza de la vuelta de los ataques a los mercados de deuda soberana europeos
—los de los países del sur pero también quizás Francia y Bélgica, que se
libraron por los pelos de sufrirlos en 2010-2012— empujaría en esas condiciones
hacia un nuevo episodio de crisis soberana. Desde luego, el celo que han
mostrado las elites alemanas en el sometimiento de las políticas
presupuestarias al pago de la deuda y los intereses de los acreedores,
fácilmente podrá animar a los agentes financieros a volver a un modelo de
generación de beneficios que sustituya las operaciones “habituales” en bolsa
cuando estas dejan de ser rentables.
En
definitiva, se está formando una tormenta sobre Europa. Si a esto se añade la
progresiva falta de credibilidad del gobierno europeo de Merkel en los países
del Sur tras el golpe de Estado financiero en Grecia. Si consideramos la
creciente inestabilidad política en los países del centro exteriores a la
órbita alemana, como Francia y Reino Unido, con Le Pen y Corbin como
candidatables con posibilidades. Si finalmente se toma la incapacidad
institucional de la UE para generar mecanismos de gobierno (por ende,
legítimos) más allá los dictados financieros enquistados en las políticas de
austeridad, Europa puede convertirse en un terreno políticamente muy pantanoso.
A este respecto, las lecciones griegas que parecían apuntar, tras el golpe de
Estado de Merkel-Schäuble, hacia el “carácter inmodificable” de la UE, podrían
muy pronto verse notablemente matizadas por los nuevos episodios de crisis. El
ciclo europeo está mucho más abierto de lo que parece.
Mientras
en España, nos encontramos al gobierno de Rajoy rezando todo lo que sabe para
que esta nueva ronda de crisis no estalle antes de las elecciones de noviembre,
llevándose por delante la frágil “recuperación” de base turística e
inmobiliaria. Ciertamente, un mercado laboral completamente procíclico como el
español, después de las sucesivas reformas laborales, puede estallar al menor
temblor económico, dejando pequeño el rápido crecimiento del paro de 2009. Lo
que seguiría ya lo conocemos: subidas de las primas de riesgo y nuevos
programas de recortes y privatizaciones. Sin duda si esto ocurre (y todo apunta
a que ocurrirá) también podemos esperar un clásico sainete de explicaciones
bizarras: desde culpar a los chinos a mentar el miedo a una victoria de Podemos.
No obstante, será difícil que ante una turbulencia financiera mundial próxima,
la crisis en España no vuelva a llevar el malestar político a primera línea de
escena. Los próximos años podrían ser tan decisivos como los que se han
sucedido desde 2011.
Por
todo ello es necesario considerar el ciclo económico y político desde una
perspectiva de “onda de larga”, al menos si se quiere entender porqué este no
va a alcanzar una estabilidad probable en los próximos años. Desde los años
ochenta, Immanuel Wallerstein y otros teóricos del sistema mundo vienen
anunciando una crisis profundísima del capitalismo para el periodo 2010-2020,
justo en el que ahora mismo estamos. La exportación de capital y la
recomposición del beneficio en Asia estaban en el centro de su análisis. Hasta
ahora, el capital ha resuelto —más correcto sería decir desplazado a futuro—
sus problemas estructurales para generar beneficios, de una forma más bien
clásica. En una secuencia prototípica, el capital ha huido hacia lugares donde
había menores costes de producción, en concreto y muy especialmente los
laborales. Lo que llamamos globalización neoliberal fue el resultado de esta
estrategia y el crecimiento chino fue la clave de bóveda de esta construcción.
Si esta pieza desaparece, podemos legítimamente hacernos la pregunta ¿y ahora
qué?
Para
Wallerstein este momento marca el final de una huida permanente de más de cinco
siglos del capital de sus obligaciones sociales y políticas. Tras China, el
capital ya no tiene por donde escapar. Parece que se ha dado comienzo a un
periodo en el que las iniciativas políticas transformadoras —pero también las
reaccionarias— tienen muchas más posibilidades de vencer que en las épocas de
estabilidad económica y férrea organización de las clases dominantes.
(Fuente:
http://blogs.publico.es/)