Guattari según Nosotros
Primavera, verano, otoño, invierno y
otra vez primavera*
por Mariano Pacheco**
“Sobre los viajeros/ Mientras la lluvia cae/ La primavera llegó”
(Haiku de Ikegami Kosanjin, traducido y citado por Stéphane Nadaud)
Fue un 29 de agosto,
en 1992. Sábado. Contaba con 62 años y una vida entregada a la aventura (no al
“aventurerismo”) de poner en cuestión lo dado, de desafiar al mundo e intentar
gestar otros modos de habitarlo. Luego de una cena alegre con su hija Emmanuelle,
el viernes por la noche, se metió en su pequeño despacho. Allí murió, horas
después, de un ataque al corazón, rodeado de sus libros, de sus anotaciones, de
lo que había constituido el centro de sus reflexiones, ligadas íntimamente a una
práctica que se desplegó en múltiples direcciones.
Cuentan que Félix
Guattari no tenía a su salud como a su mejor compañera. Que era bulímico y
catatónico, que padecía violentas y dolorosas crisis de cólicos nefríticos, que
tenía problemas cardíacos y que tomaba
muchos medicamentos. También que durante la última década de vida, conoció a Josephine,
quien sería su última pareja, treinta años menor, con quien se casó y con quien
no dejó de tener serios problemas, al punto de precipitarse en una grave
depresión. “Las líneas de fuga pueden devenir líneas de muerte”, había escrito
con Gilles Deleuze en Mil mesetas,
segundo tomo de capitalismo y
esquizofrenia. También, junto a su camarada, amigo y compañero, en Kafka, para una literatura menor, habían
sostenido que “la madriguera puede taponarse”. Así y todo, su hija supo contar
con orgullo que en su padre “la máquina intelectual nunca dejaba de funcionar”.
Es que, también con Gilles, habían afirmado que estamos, todos,
“segmentarizados”, “por todas partes y en todas las direcciones”. Seguramente
por eso, más allá de cuan o no estaba deprimido, entre 1985 y 1992, Guattari no
deja de trabajar. Ese, al menos, es el enfoque que nos presenta Stéphane Nadau
en la presentación de ¿Qué es ecosofía?,
en clara polémica con Francois Dosse
El
recorrido de esa “extraña amistad” –como supo titular Jean Paul Sartre uno de
los tomos de su novela Los caminos de la
libertad– entre Félix Guattari y Gilles Deleuze, es lo que más se conoce.
Vínculo que, como ellos mismos se encargaron de afirmar una y otra vez, implicaba
mucho más que un trabajo “entre dos”. Así y todo, y a pesar de que varios de
los conceptos centrales de ese trabajo conjunto pertenezcan a Guattari
(molar/molecular, máquina, ritornello), el primero suele aparecer con
frecuencia como “el segundo” de esa relación. Incluso, como se sabe, hay una
suerte de “borramiento” del trabajo conjunto, sobre todo a partir de la lectura
que Alain Badiou realiza en su libro El
clamor del ser. De allí que en este
texto nos propongamos, centralmente, rescatar la figura de Guattari, el filósofo
de los devenires, el militante de las micropolíticas, el clínico del
esquizoanálisis.
Politización precoz
En 1952, con 22 años
Guattari abandona el hogar familiar para irse a vivir solo. Lleva ya varios
años de “politización”, que como a tantos otros, llegó a su vida con la
liberación de París, en 1945, cuando la denominada Segunda Guerra Mundial llegó
a su fin. También desde adolescente Félix ya había comenzado a escribir:
poemas, historias, sueños. Aunque quienes lo conocieron sostienen que era mejor
orador que escritor, esa etapa marcó para siempre una vocación irrenunciable.
De aquellos años de la primera juventud consta su paso por el Partido Comunista
Internacionalista, fracción francesa de la Cuarta Internacional (trotskista) y
su “táctica de infiltración” en el seno del Partido Comunista Francés,
posicionado en la línea oficial de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS).
Militante comunista
crítico del stalinismo, Guattari cuestionó con fuerza las posiciones del PCF
respecto de la guerra de Argelia, y transitó distintos momentos de activismo en
los marcos del marxismo, antes de incursionar en sus propias apuestas por
gestar “organizaciones políticas de nuevo tipo”.
Entre batalla
política y batalla política Félix estudio primero farmacia, y luego –lecturas
filosóficas mediante– llegó a los seminarios de Jaques Lacan, de quien también
fue “paciente”. De la mano de su amigo Jean Oury, joven y brillante psiquiatra,
Guattari combina su pasión por la militancia con lecturas ligadas a la
filosofía, la psiquiatría y el psicoanálisis. En abril de 1953 Oury funda Le
Borde, la clínica que abre sus puertas en julio de 1956 y que rápidamente entra
en bancarrota. Y allí es donde se verá al joven Guattari entrar en acción, mostrando
sus dotes de organizador. Con 25 años, se hace cargo de las finanzas de la
institución, salvándola, y convirtiéndose en su director de hecho.
Crítica y clínica
Le Borde trabaja a
través de la organización de “comités”: de cocina, de cultura, de limpieza, de
menú… que se intercalan con ámbitos de discusión política sobre la coyuntura.
En la “Carta fundadora” instituyen un principio común del colectivo de trabajo
como grupo terapéutico según tres principios organizadores:
1) El
centralismo democrático: que
garantiza la preeminencia del grupo de gestión, y responde al clásico principio
marxista-leninista.
2) La utopía
comunista: que estable la precariedad
de los estatutos y promueve la puesta en cuestión de la división del trabajo
manual y el trabajo intelectual.
3) El
antiburocratismo: a partir del cual
se ponen en común las responsabilidades, las tareas y los ingresos económicos
de cada uno, en la búsqueda por gestar una organización comunitaria de la vida.
Cuentan que para
incitar a los militantes comunistas a romper con el partido, Félix los invitaba
a Le Borde, para que conocieran “en la práctica” aquello que desde lo teórico
ya comenzaba a esbozarse como una crítica sagaz a los modos de hacer política
de las rígidas estructuras de izquierda.
Esta labor clínica
de Guattari se presenta de un modo inescindible a sus modos de practicar la
investigación y llevar adelante una práctica política. Así, entre 1956 y 1966,
pasará por algunos momentos claves en este sentido.
En 1961, Guattari se
suma al GTPSI, Grupo de Trabajo de Psicoterapia y Socioterapia Institucional, fundado
el año anterior. Experiencia que, hasta 1965, funciona con dos reuniones
anuales, llevadas adelante durante un fin de semana completo, en la búsqueda
por “hablar fuera de los propios establecimientos”.
En 1965 participa de
la fundación de la Sociedad de Psicoterapia Institucional, con un grupo de
psiquiatras que definen un campo teórico-práctico de intervención que toma el
nombre de “psicoterapia institucional”, que tiene entre sus principios
considerar que “solo es posible hacerse cargo de los locos dentro de una
institución que ha reflexionado sobre su propio modo de funcionamiento”. Por
otra parte, esta tendencia promueve tratamientos que inventen nuevos
agenciamientos y conexiones sociales, en la búsqueda por hacer surgir nuevos
“grupos-sujetos”, que deshagan a su vez los grupos que “están sujetos” a las
leyes exteriores. Un año antes, en 1964, Guattari ya había presentado en el
Primer Congreso Internacional de Psicodrama, desarrollado en París, su tesis
sobre la “transversalidad”, concepto que pone en cuestión un doble supuesto: el
del eje vertical en tanto estructura piramidal, como el eje horizontal que
yuxtapone distintos vectores sin conexión entre sí.
También en 1965 se
funda la Federación de Grupos de Estudios e Investigaciones Institucionales
(FGERI), que en enero del año siguiente lanza el primer número de su revista Recherches, donde –entre otras
cuestiones– sostienen que “la repetición es la muerte” y cuestionan la
utilización que algunos sectores hacen de Karl Marx y Sigmund Freud (“el modo
de la repetición es entregarse a una suerte de adulación mortífera”, insisten).
No es que el grupo no rescate los aportes del freudismo y el marxismo, sino que
lo hacen poniendo la libido en el centro del proceso de investigaciones, que
conciben desde una perspectiva “transdisciplinaria”, es decir, como un proceso
de interrogación original sobre cada disciplina, a la vez que se apuesta por
articular sus orientaciones y poner en discusión “la división de propietarios
preocupados por sus límites fronterizos”. En junio de 1967 la revista inicia la
publicación de números temáticos.
Pero el FGERI no se
queda solo en una “práctica profesional” –que como puede verse no es
“desatendida”, ni desde el punto de viste teórico ni práctico– sino que busca
sus conexiones con el afuera. El Grupo de Estudios y de Investigaciones del
Movimiento Obrero (GERMO) y el Grupo de las Mujeres de Izquierda (GROBOFEGA),
que impulsa el FGERI, son muestra de ello. El primero ligado a las experiencias
sindicales de izquierda –que a su vez tienen un fecundo vínculo con sectores
del movimiento universitario– y el segundo aportando a difundir la liberación
sexual, la libertad de abortar y la anticoncepción gratuita, en combinación con
reflexiones en el campo de la historia y la etnología. En 1967, como cierre de
todo este período, Guattari crea el Centro de Estudios, de Investigaciones y de
Formación Institucionales (CERFI), un colectivo autogestionado que se propone
estar “a la escucha” de los distintos actores sociales.
Simultáneamente,
Guattari interviene en el campo específicamente político.
Desde 1958 –momento
en que abandonan la “táctica de infiltración” en el seno del PCF– y hasta 1964,
Félix participa de una organización y un periódico (que publica 49 números
entre 1958 y febrero de 1965, momento en que es embargado por publicar un
Manifiesto en defensa del pueblo argelino que lucha por su liberación) que
lleva por nombre La Voie Commnunista,
que cuenta con un “núcleo obrero” (en la Hispana) y otro “estudiantil” (en La
Sorbona).
En
1965, un año después de haber dejado La
Voie Commnunista, crea la Oposición de Izquierda (OI), una organización
política que, a su vez, sirve como espacio de contención militante de sus
allegados profesionales. En los marcos de esta experiencia Guattari da un paso
más allá de la crítica al burocratismo de corte stalinista. En la “Plataforma
Programática” –que es redactada en la Clínica Le Borde y se publica como
folleto en febrero de 1966– aparece con claridad una crítica, incluso, al
“centralismo democrático” que sostenían desde sus posiciones trotskistas. Desde
este espacio fundan el Bulletin de l´ Opposition
de Gauche (BOG), que tiene una frecuencia quincenal.
Mayo del 68
“Como un pez en el
agua”. Así define Francois Dosse (biógrafo de Deleuze y Guattari), la posición
de Félix durante el “Mayo Francés”, cuando es “tomado” el Teatro del Odeón. Y
cuenta esta anécdota que vale la pena transcribir:
“Con esto se apunta
a la cultura oficial de la República, pues el Ministro de Cultura André Malraux
frecuenta este teatro. Guattari forma parte de la ocupación, después de evaluar
los peligros que representa el ataque frontal de uno de los símbolos del
Estado. La Universidad, vaya y pase: está protegida de las intervenciones
intempestivas de la policía por los derechos universitarios, ¡pero el teatro
subvencionado de jean Louis Barrault es otro asunto! Guattari, entonces, pone
toda la habilidad de la FGERI –sus médicos, sus diversas redes de militantes-
al servicio de la toma del Odeón. ´Muchos trabajan en los hospitales. Llenamos
los autos de vendas, desinfectantes, antibióticos´. Otros se ocupan del
abastecimiento necesario para sostener una hipotética ocupación. ´Habíamos
visitado el teatro diciendo que éramos periodistas y vimos que podíamos subir
al techo, llevar colchones, y que había sitio para almacenar medicamentos y
comida´. Después de la gran manifestación del 13 de mayo, el Odeón es tomado
por asalto el día 15 y el movimiento irrumpe en una escena donde artistas e
intelectuales, pero sobre todo una multitud anónima, toma la palabra en el hall
de entrada. El comando principal escribe en rojo esta advertencia:
Cuando la Asamblea Nacional se convierte
en un teatro burgués, todos los teatros burgueses deben convertirse en
Asambleas Nacionales”.
El encuentro con Deleuze
Sin lugar a dudas el
“clima de mayo” tiene entre sus efectos el encuentro, en 1969, entre Gilles y
Félix. Deleuze es un filósofo con claros dotes de polemistas, y seguramente el
recorrido militante y profesional de Guattari lo hayan atrapado, por las
conexiones con sus planteos. Por supuesto, el interés de Deleuze por el
psicoanálisis ya estaba presente en sus textos previos, a la vez que Guattari
siempre tuvo un manejo muy fluido de la filosofía. Sobre este comienzo dice
Deleuze:
“Felix y yo
decidimos trabajar juntos. Al principio lo hicimos por cartas. Luego, de tiempo
en tiempo, en sesiones donde uno escuchaba al otro. Nos divertimos mucho. Nos
aburrimos mucho. Siempre había uno que hablaba demasiado…”. Y continúa:
“También leíamos
mucho. No libros enteros, sino trozos. A veces encontrábamos cosas totalmente
idiotas confirmaban nuestros prejuicios del Edipo y la gran miseria, la gran
pobreza del psicoanálisis. A veces nos encontrábamos con cosas que nos parecían
admirables y teníamos ganas de desarrollar. También escribíamos mucho. Félix
trata a la escritura como un flujo esquizo que carga toda suerte de cosas…”.
En 1972 sale a las
calles el primer trabajo conjunto: Antiedipo,
primer tomo –a su vez– de Capitalismo y
esquizofrenia. El libro no solo lleva el nombre de ambos, sino que pone en
cuestión el concepto mismo de auto, que ya había sido criticado –entre otros–
por Michel Foucault. Deleuze insiste en remarcar que, más que trabajar “juntos”,
trabajaban “entre los dos”.
Antiedipo, entonces, es el inicio de una serie de producciones
conjuntas, pero también es un encuentro,
que produce una mutua afectación. Ninguno de los dos será el mismo de allí en
más. Nacerá así una amistad, en sentido cabalmente filosófico. Tal como remarca
Raúl García en La anarquía coronada. La
filosofía de Gilles Deleuze, la amistad así entendida “niega la
identificación”. No hay –entonces– analogías ni equivalencias, sino diversidad,
alianza (que suele ser “aberrante”). También Foucault dedicó unas líneas muy
bellas a reflexionar sobre la amistad.
Antiedipo
como cruce de una doble apuesta: por un lado, la propuesta del esquizoanálisis
sale a confrontar con la línea hegemónica dentro del psicoanálisis, el
lacanismo (en una búsqueda por reconectar el inconsciente con la política y lo
social, poniendo en cuestión “la Ley del Amo” y dando paso a la liberación de
la producción deseante). Por otro lado, el texto despliega sus cañones contra
el estructuralismo marxista, tan en boga en Francia por aquellos años,
replanteando tanto la filosofía política como las “prácticas colectivas”, todo
a la luz del faro del 68.
Antiedipo,
también, da inicio a un trabajo
conjunto que es una verdadera apuesta transdisciplinaria: filosofía,
psicoanálisis, política, cine, lingüística, literatura, antropología aparecen
sin saberse bien cuando se está hablando de cada cosa.
En el caso de
Guattari, por su trayectoria militante, las preocupaciones por “las nuevas
formas de subjetivación” siempre estuvieron vinculadas a otras más de corte
político: cómo encontrar nuevas formas de lucha colectiva, que refundaran la
perspectiva del proyecto revolucionario.
En textos de su
autoría, como “Las luchas del deseo y el psicoanálisis”, Guattari plantea que ambas luchas “no pueden ser
excluyentes entre sí: “por una parte, la lucha de clases, la lucha
revolucionaria de liberación, que suponen la existencia de máquinas de acción
capaces de oponerse globalmente a las fuerzas opresivas, funcionando para ello
de acuerdo a un cierto centralismo, o por lo menos un mínimo de coordinación;
por otra parte, la lucha en el frente del deseo, en el frente de los agenciamientos colectivos que proceden a
un análisis permanente de la subversión en todos los niveles del poder”. Y en “Micropolítica
del deseo” (ambos textos reunidos en el libro Cartografías esquizoanalíticas), cuestiona la idea de “representar a las masas e interpretar
sus luchas”. Así y todo, no condena a priori “toda acción de partido”, toda
idea de “línea, de programa, incluso de centralismo”, pero sí se esfuerza por
situar y relativizar esa acción, en función de una práctica “que se opondría
punto por punto a los hábitos represivos, al burocratismo y al maniqueísmo
moralizante que contaminan actualmente a los movimientos revolucionarios”.
Una máquina de guerra textual
Como ya se ha dicho,
la máquina de guerra que Deleuze y Guattari ponen en marcha no pone en cuestión
tanto a las figuras y teorías de Marx y Freud como a sus intérpretes
contemporáneos, aunque –por supuesto– las críticas a “los fundadores de
discursos” no son menores.
Por un lado, sobre
todo el Antiedipo, se abre una
discusión con el psicoanálisis (Freud/Lacan). Contra la falta, el deseo; contra
el teatro de la representación, la fábrica que produce un “estar presente”;
contra la individualidad del sujeto (por más escindido que este se presente),
la trama social, colectiva en que el incosciente se ve anclado.
Por otro lado, con
Marx y los marxistas, se abre una polémica en torno a la necesidad como punto
de partida. En su lugar: el deseo. Contra la separación base/superestructura,
las “organizaciones de poder”; contra la “memoria” y el “desarrollo de las
fuerzas productivas”, el “olvido” y el “corte de amarras” con la situación
dada.
Aquí, sobre todo a
expensas de Deleuze, puede verse el claro linaje que se establece con el
pensamiento de Nietzsche, y aunque nunca lo nombran, también pueden
establecerse ciertas filiaciones con los planteos de Walter Benjamin, sobre
todo con sus “Tesis sobre el concepto de historia”.
Corte de amarras que
puede pensarse en un doble sentido.
Por un lado, con la
estructura social. Por otro lado, con el familiarismo.
“No se trata de la
libertad, sino de encontrar una salida”, dirán en su Kafka.
Así, en un cruce
entre Nietzsche y Artaud, surge el planteo de “Cuerpo Sin Organos”, y de
“Máquina de Guerra”, que postula la diferencia en la repetición.
La Máquina de Guerra
es una “máquina infernal”, que irrumpe inesperadamente y se presenta como lo
“inasimilable” para la estructura. Pero ojo, este repaso ligero puede ser
entendido en términos binarios, muy lejos de los planteos de Deleuze y
Guattari, que proponen la multiplicidad sin medida, el puro devenir.
Los agenciamientos
no parten de oposiciones binarias, y el eje horizontal/vertical aparece
entremezclado, enmarañado. “Todo es política”, dicen, “pero toda política es a
la vez micro y macro-política”, según postulan en Mil mesetas, el mismo libro en donde dedican un capítulo entero
(“Tratado de nomadología”) al concepto de Máquina de Guerra.
Inspirados en
las reflexiones del antropólogo francés Pierre Clastres, en Las sociedades contra el Estado, Deleuze
y Guattari trazan una genealogía con aquellas mujeres y aquellos hombres que
concibieron su existencia por fuera de la lógica estatal. Son conocidas sus
tesis de la meseta número 12. Glosemos, de todos modos, algunas de las aristas
que más nos sirven para repensar nuestra dinámica política. Allí contraponen la
máquina de guerra (MG) al aparato de Estado (AE). La primera, dicen, tiene otro
origen: es previa a su derecho y exterior a su soberanía. Posee otra justicia.
Potencia de la metamorfosis, multiplicidad pura y sin medida, la figura que
eligen para condensar sus postulados es la de la manada. De otra especie y naturaleza, el nómade es la figura del devenir por excelencia. No porque se
desplace geográficamente (y esto es importante remarcarlo), sino porque abre
otros trayectos, otros recorridos imprevistos, imperceptibles, a su vez, para
las anteojeras del Estado. En este sentido, el recorrido del nómade es más
parecido al de una guerrilla que al de un ejército regular. Huir, sí, “pero
mientras se huye, tomar un arma”, dice Deleuze en diálogo con Clarise Parnet,
en clara sintonía con estos planteos. Huir, que no es lo mismo que escapar.
Atacar, siempre, al poder. Destruir lo dado para crear algo nuevo.
También apelan,
Deleuze y Guattari, a la contraposición de los juegos de Go y de Ajedrez. Dos
nuevos ejemplos de AE y MG. El ajedrez como juego de Estado, con sus piezas
cualificadas (el peón siempre es peón; el caballo, caballo; y el alfil, siempre
es alfil...), sus piezas codificadas, con propiedades intrínsecas de las que se
derivan sus movimientos, posiciones y enfrentamientos. El Go, en cambio, se
caracteriza por la tercera persona, la función anónima y colectiva de fichas
que son siempre bolas situadas. “El ajedrez es claramente una guerra, pero una
guerra institucionalizada, regulada, codificada, con un frente, una
retaguardia, batallas. Lo propio del go, por el contrario, es una guerra sin
línea de combate, sin enfrentamiento y retaguardia... Otra justicia, otro movimiento,
otro espacio-tiempo”.
Conjurar los
equivalentes del AE en los colectivos militantes; esa es una enseñanza
importante que podemos tomar de estas reflexiones. Porque no se trata
(solamente), de evitar que en un futuro (de producirse) la revolución degenere.
Se trata, también -y sobretodo- de combatir hoy los dispositivos a través de
las cuales un sector del movimiento social se especializa al punto de constituirse
en un aparato separado de sus pares (cuestión que no tiene por qué implicar
negar las mediaciones: ¡los nómades tenían jefes –insisten– pero eran más
parecidos a un líder o una estrella de cine que a un hombre de poder!).
Conjurar,
entonces, las formas cotidianas de clasificación, de jerarquización, de
promoción de la división entre trabajo intelectual y manual; o dicho en otras
palabras: de las lógicas que profundizan la diferencia entre gobernantes y
gobernados. Conjurar (como sostienen en otra meseta -titulada “Micropolítica y
segmentaridad”-), los microfascismos que cada uno de nosotros lleva adentro.
“Las organizaciones de izquierda no son las últimas en segregar sus
microfascismos. Es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver al fascista
que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con moléculas
personales y colectivas”.
Poner el cuerpo
Una década después
de acontecido el “Mayo Francés”, cuando las dictaduras han hundido entre el
lodo y la sangre las apuestas de transformación revolucionaria en el Cono Sur
Latinoamericano, brota en Italia un proceso de reactualización de las
perspectivas emancipatorias.
Los cambios en el
“aquí y ahora” y no ya en un futuro que se torna inteligible, planteados –entre
otros– por el sector de la “Autonomía Operaria”, hacen que se reactualicen
muchos de los enunciados planteados por Deleuze y Guattari, a quienes se lee en
Italia desde hace unos años. En 1970 se crearon las “Brigadas rojas” y la
violencia política dejó de ser un tema lejano para los europeos, un “problema
del tercer mundo”, para transformarse en parte de su realidad cotidiana. Antonio
Negri –profesor de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad de Padua,
filósofo con cierto prestigio por algunos libro ya publicados, referente
político de un sector de la izquierda italiana– escribe una serie de textos que
dejan ver sus simpatías por la línea insurreccionalista y las accionas armadas.
Las presiones sobre los intelectuales no son menores. Así y todo, Félix nunca
condenó públicamente el accionar de las Brigadas Rojas y tuvo un comportamiento
profundamente solidario con sus camaradas italianos, particularmente con Bifo y
Negri.
Por Guattari Negri
conoce a Deleuze, asiste a sus clases en Francia y, según sus propias palabras,
se hace “spinozista” (de hecho, cuando Negri es detenido, Deleuze escribe una
carta a los jueces italianos, proclamando su inocencia). Podría decirse que fue
la tormentosa situación política que se vive en Italia durante la segunda mitad
de la década del 70 la “responsable” de esa amistad entre Guattari y Negri.
“Cuando las papas queman…”, dice un dicho popular. Cuando las papas quemaron,
Félix puso el cuerpo.
En septiembre de
1977 el ex dirigente de Poder Obrero llega a Paris, huyendo de las autoridades
italianas. Guattari lo recibe en su casa, donde se queda a vivir. Pero al año
siguiente Negri comienza a realizar viajes a su país, desde Francia. Esta
situación pone en alerta a las autoridades italianas, que lo detienen en abril
de 1979, bajo la excusa de que su accionar es una “fachada legal” de las
Brigadas Rojas. Luego de cuatro años y medio en la cárcel, en 1983 Negri es
elegido Diputado por el Partido Radical Italiano y debe ser liberado, ya que
cuenta con inmunidad parlamentaria. Pero ese mismo año la mayoría parlamentaria
vota quitarle la inmunidad, y tras un juicio es condenado a treinta años de
prisión efectiva. “Me voy a Córcega en un barco que seguramente pagó Félix”, le
cuenta Negri a Dosse en una entrevista. Así llega a París, clandestino, y va a
parar a la casa de Guattari. “De 1983 a 1987 me llamé Antoine Guattari. Él
pagaba todo… Félix se ocupó de mí como un hermano”, remata Negri.
En la cárcel, Negri
leyó Mil mesetas, texto del que
afirmó: “es un libro importante. Acaso el más importante que haya leído en los
últimos veinte años”. Como modo de sortear las dificultades psíquicas del
encierro, sostuvo un fecundo intercambio de cartas con Guattari. Producto, en
gran medida, de la amistad trabada entre Negri y Guattari durante esos años,
del intercambio epistolar, de las discusiones cara a cara, surgió Por nuevos espacios de libertad, libro conjunto publicado en 1985.
Días de radio
Las radios funcionan
como verdaderos “andamios”, “organizadores colectivos”, en el sentido cabal
planteado en la teoría leninista de la prensa. Batallas en las fábricas y
universidades. Lucha en las calles, y también, combates por el sentido, por la
interpretación de lo que sucede y lo que hay que hacer. Eso sucede en Italia
poco menos de una década después del Mayo Francés. Ante la muerte de un
estudiante, o de una mujer a la que le niegan un aborto terapéutico –cuenta
Dosse–, por ejemplo, un anuncio en las radios logra que miles de personas salgan
a manifestarse a las calles. “En Bolonia, Guattari es considerado un héroe. Se
lo considera como uno de los inspiradores esenciales de la izquierda italiana”,
insiste el autor de la “biografía cruzada”.
Pero no solo en
Italia hay movimientos moleculares que pujan por hacerse escuchar. También en
Francia, con un contexto totalmente distinto y un mayo del 68 que parece haber
quedado demasiado lejos, sin embrago, se produce un intenso movimiento de
“radios libres”. Y allí está Guattari, junto a uno de sus hijos –que ya tiene
20 años– intentando abrir una grieta en las voces de los medios hegemónicos de
comunicación. Junto a su amigo Francois Pain, especialista en tecnologías,
Guattari ingresa clandestinamente, desde Italia, una serie de aparatos que le
permiten realizar trasmisiones más allá de no encontrarse acreditados por el Estado.
En 1977 se crea la ALO, la Asociación para la Libertad de las Ondas. Guattari
–junto a Deleuze, Foucault y otras quince personalidades” de la cultura
francesa– firma un petitorio para la liberación de las antenas. Pero Guattari
no se queda en la firma de un papel. Participa activamente del movimiento y
junto con un grupo funda la “Radio libre París”, que en 1980 pasará a llamarse
“Radio Tomate”, que emite las 24 horas del día, y además de los programas
culturales (teatro, música, cine) cuenta con un programa semanal de debate
político, que coordina el propio Guattari. Las problemáticas de las “minorías”
(como los ocupantes ilegales de casas) de Francia tienen un lugar. Incluso, las
minorías de otros países: palestinos, irlandeses…
Finalmente
la policía detecta las trasmisiones de las radios libres –que crecían con
velocidad– y las saca del aire. Las que sobreviven no tienen, de todos modos,
la capacidad técnica de proyectarse demasiado. En mayo de 1981 Francois
Mitterrand es electo presidente y legaliza las radios libres. Comienza, así,
otra etapa política, plagada de otros problemas, y otras contradicciones. Todo
sucede apenas un tiempo antes de que, en Argentina, se produzca la explosión de
“radios truchas”, que proliferarán durante los primeros años de la
post-dictadura, siendo pioneras del debate y el proceso de movilización que
desembocará en la amplia red de medios de comunicación comunitarios,
autogestivos y populares que pujarán por la aprobación de la denominada Ley de
Medios.
68-2001: Guattari y nosotros
Dijimos que “Mayo
Francés” fue clave en el encuentro entre Deleuze y Guattari. También que parte
de su apuesta de trabajo teórico, de intervención política desde la producción
cultural, fue un intento de “sacar conclusiones” de aquel acontecimiento del 68
y accionar en con secuencia.
En Argentina nos
encontramos en un momento complejo, atravesados por “los años de invierno” de la
“década kirchnerista”, que supo presentarse como contracara del 2001 y que hoy
muestra todos sus límites estructurales, no solo desde el punto de vista
específicamente político en los vaivenes de una coyuntura que marcada por la
dinámica eleccionaria, sino –sobre todo podríamos decir– desde el punto de
vista económico, y cultural. Las apuestas por la autonomía de los ofendidos y
humillados de siempre se encuentra en un impasse estratégico, según supo
argumentar Raquel Gutiérrez Aguilar, pero también ante la evidencia de lo
impotente que se mostraron los intentos de acelerar procesos, tomando “atajos
por arriba”.
Diciembre de 2001,
entonces, leído en otra perspectiva: no-progresista, ni desde el punto de vista
político ni filosófico. Rescatar a Guattari (y a Deleuze, entre otros) puede
ayudarnos a transitar más cálidamente –en compañía– lo que queda del invierno.
La primavera ya se hace presente, y no sólo en términos climáticos (con estos
soleados días que venimos teniendo en Córdoba), sino también políticos. La
dinámica del movimiento social autónomo local da cuenta de ello: las
experiencias de toma de tierras y proyectos cooperativos y autogestivos de
trabajo, de educación, de salud, de comunicación popular que impulsan –entre
otros– el Encuentro de Organizaciones, la Cooperativa de Carreros y
Recicladores La Esperanza, las luchas por justicia, contra la impunidad y contra
el atropello autoritario y represivo (que deviene asesino), que tienen su
máxima expresión los 20 de noviembre en la Marcha de la Gorra, los combates
estético-políticos que vienen librando camaradas como Zéppelin Teatro, son
ejemplos de este síntoma –como les gusta decir a los zapatistas– de algo que
acontece, por aquí y por allá, en Argentina y otros sitios de Nuestra América,
e incluso de otros continentes.
La meseta como
“imagen del medio” no puede ser más oportuna en este sentido. En clara sintonía
con Benjamin, la ruptura de la linealidad para pensar-hacer la política se
torna hoy fundamental. La filosofía, entendida como “invención”, como “creación
de conceptos”, siempre ligada a “nuestra historia, nuestros problemas y
nuestros devenires” –como proponen Deleuze y Guattari en ¿Qué es la filosofía?– puede ser también una máquina de guerra del
pensamiento, y no simple trabajo rutinario en los marcos de una academia que
reproduce en su interior las lógicas capitalistas. Fuga de la norma, entonces
–incluso de la progresista- para conjurar el “rostro despótico del feje”, de
los jefes y las jefas, los caciques que han proliferado como hacía rato no lo
hacían. Diciembre de 2001 en Argentina, mayo del 68 en Francia, 1ª de enero de
1994 en México son solo fechas-símbolos que dan testimonio de la irrupción
plebeya de la multitud sin nombres propios, con formas de hacer y decir
colectivas, siempre en una apuesta por la experimentación, la creación, y la
conexión de las experiencias.
*Texto
escrito especialmente para Lobo Suelto.
**Escritor
que transita las sendas del ensayo y el periodismo. Pro Secretario de Cultura
del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación (CISPREN) de la provincia
de Córdoba. Ha publicado los libros De Cutral Có a Puente
Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El Colectivo, 2010); Kamchatka.
Nietzsche, Freud, Arlt: ensayos sobre política y cultura (Alción, 2013)
y Montoneros
silvestres (1976-1983). Historias de resistencia a la dictadura en el sur del
conurbano (Planeta, 2014). También es co-autor de Darío Santillán, el militante que
puso el cuerpo (Planeta, 2012). Redactor en el diario El Argentino y
colaborador de Lobo suelto, Resumen
Latinoamericano, Me contó el Viejo Antonio, Deodoro,
Sudestada, Contrahegemonía, Colombia Informa, Marcha
Noticias, La Izquierda Diario. Ha colaborado con las revistas Los
Inrockuptibles, La Pulseada, Acontecimiento, Herramienta
y El
río sin orillas.