Entrevista a Toni Negri: “Europa actúa de forma estúpida”
por José Andrés Rojo
Antonio Negri, catedrático de Teoría
del Estado en la Universidad de Padua, ha estado involucrado en la lucha
revolucionaria desde los años sesenta del siglo pasado, como pensador y como
activista. Participó en distintas iniciativas, como Poder Obrero o Autonomía Obrera, que cuestionaban el
papel de los trabajadores en la gran fábrica mecanizada. En 1979 fue detenido
y, aunque los distintos cargos de asesinato de los que le acusaban fueron
descartados por falta de pruebas, se le condenó a 30 años de prisión al
considerarlo “moralmente responsable” de los actos subversivos contra el Estado
de aquellos años. En 1983 fue elegido diputado por el Partido Radical de Marco
Pannella, y pudo abandonar la prisión. Huyó entonces a Francia, donde estuvo
exiliado hasta 1997, trabajando en la Universidad de Vincennes y el Colegio Internacional de Filosofía,junto a
Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Derrida o Felix Guattari, con el que
escribió Las verdades nómadas. Volvió a Italia, donde terminó
su condena en 2003 (tras una reducción a 13 años).Negri
(Padua, 1933) es autor de numerosos libros —algunos dedicados a
Hegel, Spinoza o Marx— y Traficantes de Sueños acaba de recuperar El poder
constituyente, escrito en los ochenta y publicado por
primera vez en 1992. Estuvo en España recientemente, donde participó en
diferentes actos con Podemos y en un debate con el vicepresidente de Bolivia
Álvaro García Linera.
Pregunta. ¿Cuál es su diagnóstico sobre
el Estado de bienestar, la gran conquista de la Europa de posguerra?
Respuesta. La reciente crisis económica ha
tenido un papel importante para desvelar que la socialdemocracia llevaba mucho
tiempo fuera de juego. Pero la debacle de la socialdemocracia es anterior: la
crisis no la produce, simplemente la saca a la luz. Estaba tan perdida que no
tuvo más remedio que unirse a la derecha. Hay que fijarse en el entorno
productivo. Es ahí donde el Estado de bienestar abdica de sus funciones,
facilitando la extracción de plusvalías. Desde hace mucho se ha dejado atrás el fordismo [sistema
de producción en serie] y ahora el trabajador ha quedado excluido de los
procesos de producción y reproducción.
P. Si el viejo modelo ya no sirve, y la vieja
clase trabajadora ha perdido el peso que alguna vez tuvo, ¿cuál sería entonces
el sujeto político que podría forzar algún tipo de cambio?
R. Hay mucha gente que está pasando por
situaciones muy dolorosas. No solo en términos temporales, y me refiero a los
que tienen trabajos precarios y no saben qué futuro les espera, o a los que ni
siquiera están seguros de contar con una pensión. Es que también ha cambiado la
dimensión espacial del trabajo: para salir adelante cada vez es más necesario
cambiar de sitio, desplazarse, convertirse en nómadas. Ha cambiado la relación
con el tiempo de la vida, con el ocio. La incertidumbre es ya permanente. ¿Hay
algo positivo en todo esto? Quizá un cierto grado mayor de libertad. Ahora
bien, toda esta gente que vive en esas condiciones de precariedad y nomadismo,
¿pueden convertirse en un sujeto político? Todo depende de la capacidad que
tengan estos nuevos trabajadores del conocimiento, que saben utilizar las
nuevas tecnologías, para generar redes de solidaridad y comunicación que les
permitan movilizarse.
P. ¿Cómo valora, en ese sentido, experiencias
como las del 15-M?
R. Fue un estallido de espontaneidad, una
protesta popular multitudinaria. Y ha provocado, de manera implícita o
explícita, una radical crisis de lo político. La ruptura con la
representatividad es profundísima, y el bipartidismo, como fórmula de gobierno,
ya no sirve. Han salido a la luz enormes problemas de corrupción. Y esa
corrupción no tiene nada que ver con la moral, ni tampoco se trata de una
patología que pueda curarse. La corrupción es una parte estructural del
sistema. Y puede resultar explosiva.
P. ¿Cree que una fuerza como Podemos puede
canalizar ese descontento?
R. Hay que considerar dos aspectos. Podemos es
algo que se crea desde arriba, desde afuera, y es algo que al mismo tiempo
surge del propio movimiento. También ocurre con Syriza, que es el resultado de
la unión de diferentes iniciativas que puso en marcha la propia sociedad griega
para combatir la crisis. El desafío al que se enfrentan estas organizaciones es
su propia viabilidad. Nacieron de una estructura que no tenía nada de
partidista y se ven obligadas a constituirse como un partido. El problema más
grave con el que van a encontrarse es que son ajenos al sistema y por eso
pueden ser fácilmente neutralizados, o aniquilados, por el propio sistema.
P. Syriza lleva ya un tiempo en el Gobierno y
los datos económicos de Grecia son peores, ¿no es un aviso de que sus propuestas
no funcionan?
R. Syriza ha pedido tiempo. La situación griega
es desesperada, y no puede resolverse exclusivamente con el pago de la deuda.
Porque es una deuda que se va multiplicando cada día más y más. Y es, además,
una deuda de la que no son responsables las personas que más están sufriendo
los recortes. La responsabilidad de su enorme magnitud recae exclusivamente en
una élite financiera tardocapitalista. Lo que está intentando hacer el Gobierno
de Syriza es trabajar con el presupuesto. Buscar la manera de ir ajustando las
distintas partidas para encontrar alguna posibilidad de crecimiento. Y para eso
tendrán que potenciar la nueva sociedad del conocimiento, vinculada a las
nuevas generaciones, y devolverle a la gente la posibilidad de crear sus propias
empresas frente a un poder financiero que todo lo devora y que de todo se
aprovecha.
P. ¿Cuál es el lugar de Europa en la actual
correlación de fuerzas en el mundo?
R. El mercado internacional es actualmente
bipolar. De un lado está Estados Unidos, en profunda crisis, y de otro, China.
Y, en fin, alrededor giran un montón de poderes emergentes, donde Rusia
desempeña un papel importante, por su peso militar y la fuerza de sus nuevas
oligarquías. En ese contexto, Europa se enfrenta con urgencia a la necesidad de
reformar el sistema. Y, al no atreverse ni saber cómo hacerlo, actúa de forma
estúpida. No hay que olvidar que la disgregación de Europa nos lleva al
fascismo.
P. Es en ese marco donde usted propone una
reforma constituyente…
R. No puedo hablar, como Proudhon o Saint-Simon,
desde el detalle de la articulación jurídica de una reforma de esas
características, sino que solo puedo referirme a los grandes principios. Y esa
reforma tiene que hacerse para recuperar el espacio de lo que yo llamo “el
común”. Si se fija, la Constitución de Italia reivindica en su primer artículo
el trabajo. Pero el trabajo hoy se ha convertido en otra cosa, y ya no tiene
nada que ver con lo que hace crecer al ser humano. El desafío es enfrentarse a
una mejor organización de “el común” a partir de lo que está más cerca, el
Ayuntamiento o la metrópoli. Articular las respuestas en función de los
problemas sociales y reconocer la pluralidad de actores. Y para garantizar la
libertad, favorecer una dialéctica de contrapoder que garantice que las cosas
funcionan y evite los abusos.
P. ¿Qué lugar tendrían las viejas instituciones
representativas en esa reforma?
R. La división de poderes es fundamental, pero
siempre que esa división sea democrática y no el privilegio de unas clases
determinadas. Si existiera esa división de verdad, el poder jurídico estaría
hoy marcando las pautas con sus decisiones, y trabajando al margen de cualquier
injerencia externa. En las sociedades de hoy, sin embargo, la división de
poderes está estructuralmente corrompida. Es el cáncer de la democracia
representativa.
P. ¿Qué tiene que suceder para que se produzcan
estos cambios?
R. Mi posición es la del que observa lo que
pasa, no la del que se decanta por una opción u otra. Es importante que el
movimiento continúe, que se consolide, que cree sus propias instituciones. Yo
no soy anarquista. Y sé que sin instituciones no hay poder. Por eso los
movimientos sociales deben crear sus propias instituciones: de comunicación, de
producción… Hay que cuidar “el común”, encontrar la manera de trabajar juntos,
de convivir juntos.