En el México de Ayotzinapa: cuando el mundo de arriba se derrumba, escuchar las voces de abajo

por Jérôme Baschet
(Traducción: Marita López)

“¿Escucharon?
Es el ruido de su mundo derrumbándose.
Es el del nuestro resurgiendo.”
Ejército Zapatista de Liberación Nacional, 21 de diciembre de 2012

Desde hace dos meses la situación en México -donde las masacres, las desapariciones forzadas y la violencia masiva de la supuesta “guerra contra el narco” no tienen nada de inédito- ha devenido literalmente en insostenible. La atrocidad de Iguala es conocida por todos. En la noche del 26 al 27 de septiembre último, los policías de la tercera ciudad del estado de Guerrero tiraron ráfagas sobre autobuses que transportaban estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa y en la confusión también ametrallaron otro donde viajaba un equipo de fútbol juvenil, dejando numerosos heridos graves y matando a seis jóvenes. Uno de ellos fue encontrado con la cara y los ojos arrancados. En un segundo ataque, perpetrado en el momento en que los sobrevivientes trataban de informar a los periodistas locales, 43 estudiantes fueron arrestados, llevados al puesto de policía, luego arrojados a camionetas oficiales y remitidos a los sicarios del cartel “Guerreros Unidos”, sin que se sepa de manera absolutamente cierta lo que ha pasado con ellos desde ese momento. Todo esto (según la versión más difundida, que bien podría ocultar otros elementos) por orden del alcalde de la ciudad, aparentemente porque temía que los estudiantes vinieran a perturbar las festividades que marcarían el lanzamiento de la campaña electoral municipal de su esposa, reputada de ser la principal operadora de Guerreros Unidos en Iguala. Compartiendo con el corazón destrozado el horror de la Noche de Iguala, millones de mexicanos se encontraron inmersos en un dolor y una rabia que no se apaciguan.
Desde ese día, no pasó uno sin aportar más noticias que ahondan el abismo sin fondo que Iguala comenzó a revelar a los ojos de todos. Buscando a los estudiantes se han descubierto decenas de fosas. No son ellos y entonces, ¿quiénes son? Con el paso de las semanas, México se transformó en un inmenso cementerio clandestino y cada mañana nos toca la misma letanía: Señor procurador denos nuestra fosa cotidiana. No hay un día de respiro para pensar que las cosas podrían “ponerse en orden”. No hay más orden que aguante.
Algunos fragmentos de este calendario maldito:
*22 de noviembre (justo para distraerse un poco). Nos enteramos de que el general a cargo de la seguridad del presidente de la República (segundo en la jerarquía del Estado Mayor Presidencial), en el momento en el que las puertas del Palacio Nacional estaban en llamas, salió en aparente estado de ebriedad, enfrentando sólo los manifestantes y agrediendo periodistas presentes (Proceso, 22.11.2014).
*26 de noviembre. Los medios mencionan un secuestro masivo de 31 alumnos de la secundaria de Cocula en pleno día sobre la plaza central de esta pequeña ciudad limítrofe con Iguala, realizado por hombres fuertemente armados que circulaban en vehículos de la policía municipal. El director del colegio afirma no haber notado nada. Los hechos no han sido confirmados, pero en esta ocasión nos enteramos de que otros dos secuestros masivos tuvieron lugar en Cocula: 14 jóvenes en marzo y otros 17 en julio del 2013, probablemente esclavizados en las plantaciones de marihuana y de opio que, en los últimos años, han duplicado su extensión en la región. Todo esto sin suscitar reacción ninguna por parte de las autoridades.
*26 de noviembre (también). El Secretario de Gobernación indica que cuarenta mil policías han sido reprobados en los exámenes de confianza realizados a nivel nacional y reconoce que siguen en servicio, aun cuando deberían de haber sido destituidos. Por lo tanto, hay cuarenta mil peligros públicos uniformados en el país.
*28 de noviembre. Un estudiante es “secuestrado” a la salida de la Universidad Nacional Autónoma de México. Lo suben a un automóvil particular con inusitada violencia y sin explicación. Lo golpean. Le ponen una pistola en la sien y lo amenazan con violarlo y con desaparecerlo como los de Ayotzinapa. Lo alojan en la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada, y después lo largan, ya que un video de su arresto se había difundido inmediatamente.
*28 de noviembre (también). Militares armados hacen irrupción en la Universidad Autónoma de Coahuila buscando identificar los estudiantes y maestros que participaron en la manifestación del 20 de noviembre. El Comando de la 11 Región Militar debe reconocer que se trata de “un error” cometido por un mando medio que actuó “a título personal”.
* El 29 de noviembre. Once cuerpos decapitados son encontrados sobre el borde de una carretera en el Estado de Guerrero y al día siguiente otros cinco calcinados.
Uno se debate cada día entre este horror y el que lo supera al día siguiente, en una sensación de indignidad insoportable y de aberración permanente. Absurdidad de un mundo que, después de voltearse tantas veces, ya no tiene ni derecho ni revés. Nada o casi nada se mantiene en pie.
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No hay más remedio que cambiar de calendario y de geografía. El 15 de noviembre en el Caracol de Oventic tuvo lugar un encuentro entre el EZLN y los padres de los estudiantes asesinados y desaparecidos de Ayotzinapa, que han formado tres caravanas para recorrer el país. Prevenidos de su arribo unas horas antes, dos mil zapatistas de los alrededores se juntaron para recibirlos, juntos con el subcomandante Moisés y el comandante Tacho. Todos estaban allí para recibirlos con los brazos abiertos, “con todo el corazón, para escucharles su dolor y su rabia”. No es exagerado afirmar que este encuentro fue de gran importancia. Esto se percibe en las fuertes palabras pronunciadas por Moisés en nombre de la Comandancia General del EZLN. Y se percibe en las palabras de los padres y los estudiantes de Ayotzinapa quienes, en una conferencia de prensa tuvieron el cuidado de precisar:“nosotros fuimos los que los buscamos, no ellos a nosotros”.
Lo que da sentido al encuentro de Oventic es, en primer lugar, la escucha. Moisés lo dijo. Los zapatistas estaban allí para escuchar a los padres de Ayotzinapa. Su dolor y su rabia. Escucharlos de verdad, ellos y ellas, sin dejarse distraer por otras palabras que a veces recubren las de ellos, por tantísimos otros actos que se multiplican en todo México, por otras consignas a veces lanzadas con intenciones partidarias. Solamente ellos y ellas, con sus exigencias simples y claras: aparición con vida de todos los desaparecidos, castigo de los culpables en todos los niveles, medidas para que este horror no se repita jamás. Escuchar verdaderamente, este arte tan difícil de aprender que supone abrirse y hacer un lugar a lo que el otro trata de decir sin traducirlo de inmediato con nuestras propias categorías ni reducirlo  a nuestro propio punto de vista. Los zapatistas estaban allí para escuchar a los padres de Ayotzinapa. Y ellos se sintieron escuchados, comprendidos y dijeron “ellos nos escucharon con atención y abrazaron nuestra rabia”.
A veces, escuchar es también reconocerse. Los zapatistas explicaron que comprendían el dolor y la rabia de los padres porque las conocen. Lo habían expresado el 8 de octubre durante su marcha en San Cristóbal de las Casas, silenciosa y elocuente: “Su dolor es nuestro dolor”, “Nuestra es su rabia”, repetían sus pancartas. Y también el 22 de octubre, encendiendo, como en otras partes del país, miles de velas en centenas de comunidades, que sólo ellos podían ver. Los zapatistas se reconocen en el dolor y la rabia de los padres y estudiantes de Ayotzinapa porque ellos también tienen sus muertos y sus desaparecidos. El dolor y la rabia, contenida por la dignidad, es lo que muchas veces han sentido, particularmente el 2 de mayo pasado, cuando el compañero y maestro Galeano fue asesinado en La Realidad.
En Oventic, el 15 de noviembre, los padres de Ayotzinapa y los zapatistas se reconocieron cada uno en el espejo del otro. Ambos diferentes pero semejantes en su dolor y en su rabia. Este ha sido un encuentro verdadero entre los dolores de abajo, un abrazo verdadero entre las dignidades de abajo. No una “alianza”, ni un “pacto” como dijeron ciertos medios prontos a transcribir el acontecimiento en el pobre vocabulario de las intrigas de poder y las estrategias políticas. Nada más la posibilidad de sentir un vínculo verdadero hecho de presencia sensible, de dignidades que se reconocen, de comprensión fundada sobre la escucha y la confianza. Eso es todo y es enorme.
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Podemos retomar, a la luz de este encuentro, el esfuerzo para comprender lo que pasa actualmente en México. El subcomandante Moisés lo subrayó: “han sido ustedes, los familiares y compañeros de los estudiantes muertos y desaparecidos quienes han conseguido, con la fuerza de su dolor, y de ese dolor convertido en rabia digna y noble, que muchas, muchos, en México y el Mundo, despierten, pregunten, cuestionen”. No es que el horror de Iguala haya revelado cosas inéditas, porque la profundidad de la corrupción, la penetración de las organizaciones criminales en las estructuras del Estado, la amplitud de la impunidad son de notoriedad pública. La lista de masacres es larguísima, de Aguas Blancas a San Fernando pasando por Acteal. Y el balance de la supuesta “guerra contra el narco” lanzada por Felipe Calderón es tristemente conocido: más de cien mil muertos y de veinte mil desaparecidos. Es cierto que en Iguala el terror ha sido particularmente masivo y acentuado, la complicidad entre las autoridades políticas, las fuerzas policiales, y la delincuencia organizada más evidente aun que lo acostumbrado y la identificación con los estudiantes víctimas de la agresión más íntimamente sentida (en parte también porque lo acontecido reavivó el recuerdo de otra masacre, aquella del 2 de octubre de 1968 en la plaza de Tlatelolco). Pero lo que contribuyó en buena medida a hacer la diferencia fueron la determinación, entereza y solidaridad organizada de la comunidad formada por los padres y estudiantes de Ayotzinapa que han sabido mantener a lo largo de las semanas y hacer crecer, al mismo tiempo que su palabra, la movilización en todo el país: entrevistas, marchas, acciones casi cotidianas en Guerrero, coordinación nacional, caravanas, etc.
Animados por su dolorosa esperanza y su lúcida rabia, los padres y estudiantes no solamente suscitan la solidaridad y empatía que expresa el grito que sale del corazón dolido de cientos de miles de personas “No están solos”. Por su dignidad tan entera y su implacable firmeza tienen también el poder de disolver las apariencias del juego institucional. Y resulta que si las instituciones se encuentran tan desnudas como el rey, ya no queda gran cosa de ellas. Dos momentos han sido, desde este punto de vista, particularmente impresionantes. El 29 de octubre los padres fueron recibidos por el presidente de la República en su residencia oficial, como lo habían exigido. Un ritual de alto riesgo en el cual más experimentados que ellos han perdido el rumbo. De hecho, es un momento propicio para que las autoridades traten de ahogar la energía reivindicativa con alguna limosna (las del estado de Guerrero ya habían encima tentado la maniobra de 100 000 pesos por hijo asesinado o desaparecido), o solamente para que aprovechen el ceremonial institucional para poner a sus interlocutores en posición de inferioridad y para atribuirse el rol de quien consiente, acuerda y resuelve. Pero los padres de Ayotzinapa no cedieron nada. Con el aplomo de su simplicidad y la fuerza devastadora de su dolor pudieron reducir a nada la pompa del poder y rebajar a las altas autoridades del Estado a su miseria y su insignificancia. Interpelando sin temor y reiterando una y otra vez su falta de confianza, aniquilaron todo formalismo y finalmente (ante la sorpresa consternada del ejército de altos funcionarios presentes) se negaron a dejar la residencia presidencial en tanto que su ocupante no hubiera puesto su firma debajo de los requerimientos exigidos.
El 7 de noviembre fue la gran conferencia de prensa del procurador de la República. Un amplio montaje destinado a dejar la gente pasmada ante la abyección, para tratar de imponer la hipótesis hasta hoy día no confirmada de una hoguera que durante 14 horas habría permitido a los sicarios reducir a cenizas más de 40 cuerpos. El procurador pensaba que su tarea estaba acabada y trabajo bien hecho. Por mucho que su presentación pudiera tener cierta apariencia de plausibilidad, los padres se obstinaron en recusar su versión. Subrayaron las incoherencias y el hecho de que está fundada únicamente en confesiones, cuando bien se sabe cuánto las autoridades mexicanas son hábiles en fabricarlas. Para ellos mientras que no haya pruebas irrefutables, sus hijos están vivos. No dejaron de repetir que otras líneas de investigación debían de abrirse, exigiendo que continúe la búsqueda de los jóvenes con vida. Así el grito de“vivos se los llevaron, !vivos los queremos!” continuó resonando en todo México y la “ciencia” desplegada por el procurador no fue tomada en cuenta. La palabra popular tuvo más fuerza y la venció.
¿Qué es lo que dicen los padres de Ayotzinapa a las autoridades? Simplemente esto: no les creemos nada. No creemos nada de lo que nos dicen. Esto no se refiere únicamente a la explicación oficial de los hechos ni tampoco solamente al procurador, del cual se sabe que por lo menos desde el mes de abril tenía información detallada sobre los actos criminales del alcalde de Iguala de suerte que una acción decidida contra éste hubiera permitido evitar el horror del 26 de septiembre. El enunciado es absolutamente general: las instituciones no gozan de ninguna confianza. Ya no se trata solamente de un sentimiento vago, compartido desde hace tiempo por muchos. Es ahora una palabra explícita y pública, portada en todas partes por los padres de Ayotzinapa. Es una palabra que millones actualizan y pronuncian con ellos y a través de ellos. Así es suficiente escuchar verdaderamente la palabra de los padres para entender lo que hay en juego en México hoy en día.
Hay otro ingrediente más: lo revelador que es el horror de Iguala se combina con el asunto de la inverosímil “Casa Blanca” construida y habitada por la pareja presidencial y sin embargo registrada a nombre de una empresa de obras públicas que ha sido beneficiada por decenas de miles de millones de pesos en contratos durante los mandatos de Enrique Peña Nieto como gobernador del estado de México y después como presidente. En lugar de disiparse las sospechas de conflictos de interés y corrupción se reforzaron por la decisión de separarse de la casa (supuestamente en curso de adquisición por la primera dama y ex actriz de telenovela) y también por la anulación precipitada de un mega-contrato para la construcción de una línea de Tren de Alta Velocidad que implica a la empresa en cuestión, junto con una corporación de Estado china. Más allá de las implicaciones judiciales que debería tener este asunto, recuerda con una claridad deslumbrante la existencia de dos México: el de abajo que se resiste al despojo y que, junto con los padres de Ayotzinapa, que no dejan de presentarse como simples campesinos, lloran sus muertos y buscan a sus hijos desaparecidos y el México de arriba, del cual el presidente y su esposa son la perfecta encarnación, con su mansión estilo Hollyday Inn de 7 millones de dólares (por no decir nada de las otras mansiones declaradas por Peña Nieto o de los departamentos de Angélica, de los cuales sólo uno en Miami está estimado en 3 millones de dólares). Ella apareció delante de cámaras creyendo que iba a hacer llorar a la gente de las Villas Miseria, haciéndose la ofendida, la mujer honesta frente a quienes se atreven a sospecharla y a pedirle cuentas (pero fue inmediatamente ridiculizada en las redes sociales y su intervención fue rebautizada: “La última telenovela: Nosotros los ricos, ustedes la prole”). Explicó al buen pueblo que trabajó duro toda su vida con el fin de construir un patrimonio para sus hijos, sí, tan duro que en un solo año, el del 2010, Televisa (la cadena de la que se dice que hizo presidente a su marido) le ha pagado 88 millones de pesos (7 millones de dólares), además de otra mansión valuada en 26 millones de pesos. Es más de lo que se necesita para develar la esencia del poder: la perfecta colusión entre funcionarios públicos, círculos de negocios y grandes medios de comunicación, donde solamente parece faltar el ingrediente del negocio ilícito. Pero esta ligazón está suficientemente encarnada por el alcalde de Iguala quien hace unos meses atrás seguramente tenía muchos amigos bien ubicados y era ejemplo de una magnifica ascensión social. Visto desde abajo, la obscenidad es absoluta. Entre los dos México la separación es abismal. ¿No termina volando en pedazos lo que podía quedar de la Nación, cuando esta construcción imaginaria resulta pulverizada por una diferencia tan radical entre dos mundos que ya no tienen nada en común?
¿Queda por lo menos una institución que se salve del desastre? Seguramente no es el caso de los partidos, todos implicados, comenzando por el que se pretendía de izquierda, el Partido de la Revolución Democrática, bajo cuyos colores fueron elegidos el alcalde de Iguala y el gobernador de Guerrero (hoy día único funcionario de alto rango compelido a renunciar). Seguramente tampoco la Justicia se salva, comenzando por la Suprema Corte, cuyos magistrados después de dictaminar la liberación de los paramilitares implicados en la masacre de Acteal y el rechazo de la consulta popular sobre la reforma energética se aumentaron el sueldo por arriba de los 500 mil pesos por mes, de tal forma que en un día aproximadamente perciben lo que el salario mínimo permite ganar en un año. Seguramente tampoco se salva el Ejército, implicado en el escándalo de Tlatlaya donde en junio último 22 personas fueron ejecutadas por soldados, no durante un enfrentamiento como quería hacer creer la versión oficial, sino después de que se rindieran, así como lo demostró un reporte periodístico tardíamente confirmado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Encima un Ejército que declara que sus mandos medios actúan con su propia iniciativa, ¿sigue siendo un ejército?
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Lo que se revela en el presente contexto es una verdadera disolución de las instituciones del Estado, de la cual la firmeza de los padres de Ayotzinapa es el principal vector. El suelo de la credibilidad y la legitimidad se hunde bajo los pies de quienes encarnan las instituciones. El Poder sigue ahí, pero sin fundamento. Entonces, la pregunta es la siguiente: ¿Qué pasa cuando los policías, los jueces, los políticos aparecen a todos como criminales y ladrones, o por lo menos como mentirosos e incapaces? ¿“Cuando el representante del derecho, el político, el policía, el juez, se pasó al campo del crimen y sirve a la injusticia”, así como lo dijo un sociólogo que no pasa por ser un agente de la desestabilización revolucionaria (Alain Touraine)? ¿Cuando no se logra distinguir el Estado de las mafias, así como lo titula un periódico que no se conoce como órgano de propaganda militante (Le Monde)?
Entonces, ha llegado el momento de elegir. Están los que se aferran a la política de arriba y consideran que hay que restaurar la credibilidad en las instituciones y refundar el Estado de Derecho. Y están quienes piensan que otra concepción de la política es posible y que, para eso, hace falta mirar abajo. Los padres de Ayotzinapa lo dijeron con fuerza en San Cristóbal de las Casas: “De quienes ya no necesitamos es de las autoridades gubernamentales y de las instituciones del Estado, que hasta este momento han demostrado una incompetencia, una corrupción, una impunidad total en nuestro país. Para nosotros, ellos ya no sirven”. Sacaron conclusiones y anunciaron el inicio de una encuesta independiente, tomando en sus manos la búsqueda de sus hijos, incluso en las zonas en donde la Policía Federal no se atreve a aventurarse. Incluso si implica armarse para hacerlo.
Si uno no cree más en las autoridades, si están en proceso de disolución, se trata de “hacer por nosotros mismos”, así como lo expresó uno de los estudiantes sobrevivientes de la noche del 26 de septiembre. La apuesta es mucho más profunda que saber si Peña Nieto se va o no. Hacer por uno mismo es a lo que los habitantes de Guerrero son llevados en la lucha surgida de la abyección de Iguala. El 29 de noviembre, 5 Consejeros municipales populares fueron constituidos por fuera de las estructuras constitucionales, en distintos localidades, entre las cuales Acapulco, y una veintena más deberían seguirlos. Tal iniciativa puede apoyarse sobre una experiencia importante en el estado de Guerrero donde las Policías Comunitarias, en particular las de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, ha permitido, desde hace casi 20 años, proteger estas regiones de los traficantes de droga, y también impulsar instancias de justicia y formas de organización autónomas.
¿Gobernarnos nosotros mismos? Como lo dijeron los zapatistas el 15 de noviembre en Oventic, “la transformación real no será un cambio de gobierno, sino de una relación, una donde el pueblo mande y el gobierno obedezca”. Se trata de transformar radicalmente la naturaleza misma de las tareas de gobierno y las maneras de realizarlas. Es lo que el “hacer por nosotros mismos” expresa de manera particularmente amplia: más allá de las formas de gobierno, lo esencial es que se trata de organizar las formas de vida que son nuestras, las de las comunidades, las que permiten a todos llevar una vida digna.
Explicando la formación de los Consejos municipales populares, uno de sus promotores indica: “la política no es cuestión de unos cuantitos. Estamos diciendo un no rotundo a la política estatal; hay otro tipo de política que podemos aplicar nosotros, la política de abajo, la de la gente común y corriente”(La Jornada, 1-12-2014). Y esto, agrega, responde a una necesidad imperativa que cada padre, cada estudiante de Ayotzinapa puede resumir de manera extremadamente simple: que jamás vuelva a pasar lo ocurrido el 26 de septiembre en Iguala.
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Lo que los zapatistas habían expresado el 21 de diciembre de 2012, “el día del fin del mundo”, parece encontrar toda su pertinencia hoy día. Se trata de escuchar el sentido del momento que vivimos, cuando el mundo del poder se desmorona mientras el de abajo resurge. Depende de nosotros entender y hacer resonar la fuerza de este momento. De no permitir que el mundo de arriba, al derrumbarse, ahogue y destruya lo que acá abajo quiere nacer y crecer.
El Poder desapareció a los estudiantes; ahora desaparezcamos al Poder.
1 de diciembre de 2014

PD: el 6 de diciembre, después de que la identificación de los restos de uno de los normalistas desaparecidos fuera confirmada por el Equipo Argentino de Antropología Forense – que, sin embargo, aclaró que no existe certeza sobre el lugar en donde fueron encontrados estos restos y que, de cualquier manera, esto no implica la comprobación del conjunto de las explicaciones de la Procuraduría General de la República - los estudiantes de Ayotzinapa hicieron público el siguiente mensaje:
“Compañeros a todos los que nos han apoyado, soy ALEXANDER MORA VENANCIO. A través de esta voz les hablo. Soy uno de los 43 caídos del día 26 de septiembre en manos del narcogobierno. Hoy 6 de diciembre le confirmaron los peritos Argentinos a mi padre que uno de los fragmentos de mis huesos encontrados me corresponden.
Me siento orgulloso de ustedes que han levantado mi voz, el coraje y mi espíritu libertario. No dejen a mi padre sólo con mi pesar, para él significo prácticamente todo, la esperanza, el orgullo, su esfuerzo, su trabajo y su dignidad.
Te invito que redobles tu lucha. Que mi muerte no sea en vano. Toma la mejor decisión pero no me olvides. Rectifica si es posible pero no perdones. Este es mi mensaje.
Hermanos hasta la victoria”.