Aguante el mundial

por De Pies a Cabeza
(http://futboldepiesacabeza.com.ar/)



Es fácil oponérsele antes de que empiece a girar la pelota. Argumentos sobran: se ve el circo montado por la FIFA, se ve la promoción corporativa del entusiasmo popular, se ve la mercantilización, el securitismo y la segregación social que la razón de estado mercantil hace avanzar en el terreno abierto por la copa.

Por supuesto. Pero con la bocha en juego se producen cambios de ánimo, cambios de atención, de distribución de los valores; el juego comienza y ahí es cuando se dividen aguas. Los argumentos se usan como coartadas.

Las movilizaciones callejeras anti mundialistas en Brasil son por demás interesantes; son un uso disidente de la libido futbolera. Agitan contra la Copa usando la remera de Brasil, cantando con melodías tribuneras… Y se trata, acaso, del primer caso de una movilización callejera insoslayable que ejerce una crítica por izquierda al capitalismo neodesarrollista que gobierna la región en lo que va del siglo. Ahora bien, ojalá que fracase, que fracase su objetivo puntual: detener la Copa, ¡qué horror! ¿Quién querría acaso vivir en un mundo en donde los mundiales se suspendan?

En este momento, Ecuador vence a Suiza, ¿no es hermoso? Como fue hermoso el cabezazo de Van Persie frente a España o los enganches de Robben, o Pirlo y su conocimiento total del fútbol. Porque el juego está cumpliendo, del verde césped se derrama puro placer, las figuras se parecen a sí mismas -Iniesta, Robben, Neymar, Pirlo, Benzema-, los equipos se paran en forma ofensiva, los partidos son dinámicos y de pura ida y vuelta (la mitad de cancha se podría suprimir)…Y ahí, en eso que nos pasa por el cuerpo cuando los vivimos, en ese estado de embriaguez e hinchazón afectiva está lo real del fútbol...

                             ***

Es evidente que el mundial llega a Brasil chorreando cemento y sangre por sus poros -lo dijo el Diego, “el cemento se tragó a la gente y la FIFA a la pelota”-. Que la Copa es de la FIFA es una verdad del orden jurídico capitalista; como el producto del trabajo de la cooperación de los cuerpos humanos es propiedad de los burgueses. Por su hechura, por aquello de lo que está hecha, la Copa es nuestra: de todos los cualquiera que investimos la pelota de pasión, la misma que en su despojo constituye un elemento central de la acumulación originaria que permite la existencia del mundial…Eso que se ve ahí, en las pantallas, en las continuas horas de vivo, en las publicidades, es la apropiación mercantil de la riqueza afectiva y libidinal común.  Es así: si hay mafias es gracias a que hay magia; si hay negocio y choreo es porque hay un valor previo; todo valor surge de los cuerpos, hasta que se demuestre lo contrario -las corporaciones están a la caza de plusvalía anímico-pasional. Hay que liberar al fútbol de sus capturas mercantiles, espectaculares, securitarias, sí, pero esa liberación solo es posible siendo leales a nuestras pasiones, no cediéndolas sin más.

Estas tensiones contradiccionan tanto que pueden rompernos el cuerpo… Pero así es la verdad, contradictoria; contradictorio es el mundo. Están quienes aprovechan la crítica intelectual-militante en Brasil contra la Copa para ejercer su amargura anti futbolera en Argentina. ¿Cuántos renuncian también al trabajo o al consumo por estar dominado por intereses creados y reglas espurias? No, el trabajo es necesario… Un rechazo político al mundial desde la seriedad militante y no desde la alegría del cuerpo futbolizado (cuerpo conmovido que piensa, que no está alienado).  El rechazo y la indignación frente al mundial se realiza desde un plano ideológico y moral, y eso –si sos una vida futbolizada- implica una impostura: para sostener esas consignas anti-mundialistas tenés que negarte a vos mismo. ¿Es lícito desoír las pasiones y las intensidades que recorren y alteran nuestros cuerpos en estas semanas para inscribirnos en un discurso político crítico? La política existe desde el cuerpo y sus afectos: quienes se pretenden críticos desde esa ignorancia no piensan la política en relación a la vida. Hay que blanquear la cuestión; quienes pueden impugnar el mundial desde este lugar ideológico y político de olvido del cuerpo son los amargos. Los anti-mundial son los anti-fútbol. Pero si conmovidos y todo por el mundial quieren deshacerse de esas afecciones en pos de una ideología o de una posición política crítica, son castrados. Y una política que parte del rechazo del cuerpo y de su castración ya está derrotada. ¡Viva lo que sentimos por el mundial! Y desde esa sensibilidad primordial, desde ese núcleo genuino de alegría, agite y movilización afectiva podemos gozar de lo que provoca el fútbol del mundial y a su vez rechazar el negocio millonario de la FIFA, la militarización de las ciudades, la pacificación de las favelas, el control poblacional, los desalojos y desplazamientos por la gentrificación capitalista, y los estadios repletos de blancos ricos…

Que el fútbol sirva para visibilizar la relación explotadora entre valor creado por los cuerpos y negocio organizado corporativamente, entre la magia y la mafia que se la apropia, no muestra lo perdido que está el fóbal, sino al contrario, su potencia. El fútbol permitió en Brasil declarar intolerancias hacia un cierto modelo de vida. El fútbol permite introducir en la vida común discusiones como si lo único importante es ganar, o si existe tal cosa como un triunfo puro desligado del modo de existir; el fútbol, el juego bien jugado como viene pasando en estos días de Mundial, puede hacernos hinchar por dos equipos enfrentados, porque sea gol cada jugada emocionante ya que la creación lo merece.

El fútbol no es la sociedad del espectáculo, es el espectáculo de la sociedad. Y necesitamos espectáculo: una superficie común a la que mirar y sobre la que establecer gustos, preferencias, elaborar códigos de valoración, donde encontrarse para hacer la fiesta… Aguante el fútbol, entonces, otra vez, aguante todos nosotros. La inminencia mundialera fue fría: entradas por sorteo, una maquinación mediática desfasada del estado de la sensibilidad colectiva, quizá, incluso, una distancia con jugadores que se forjaron poco en nuestras canchas –o nada, en el caso de Messi-. Cosas para seguir pensando. Ahora comenzó el juego. Y nos vienen con una moral: “divertirse es ser cómplice”. “Querido turista, lamentamos interrumpir tu fiesta, pero queremos informarte que Brasil no es lo que tu agencia de viajes te contó, que acá hay veinte millones de niños con hambre”, decía una paupérrima carta firmada por autodenominados “grupos e individuos anarquistas de Brasil”. Pero, ¿estás seguro de que esos “niños con hambre” no quieren ver los partidos del mundial, salir campeones, ver jugadas sorprendentes de sus talentosos ídolos? (Miembros de una revista villera argentina twittean desde una favela brazuca diciendo que “el que dijo que el fútbol es el opio de los pueblos nunca entró a esta favela que vibra de alegría con la pelota”. Porque el fútbol es un modo alegre de pensamiento colectivo).

Si no, toda la crítica es de “indignados” que denuncian el mal que algunos malos le hacen a otros pobres víctimas… ¿Y vos? Decime que te pasa a vos. Cómplices, acaso, del espíritu de la pesadez, de la adultez mal entendida, de la seriedad fría, no se animan a jugar. Aguante el mundial que es una fiesta. No es la fiesta de todos, es la fiesta del nosotros, la fiesta de los músculos tensionados por la pasión. La fiesta de los que juegan.