Ignacio Lewkowicz: estrategia de pensamiento, estrategia vital
por Pablo Hupert
“Esa
conjunción momentánea de una idea y unos retazos que se organizan en su entorno
caracteriza la emoción que llamamos pensamiento: un camino promisorio y
provisorio”.
Ignacio
Lewkowicz[1]
I.
Nacho
trabajaba incluso engripado. Me contó Raquel Bozzolo que algunas veces los
recibía engripado o afiebrado, y le decían: “Che, Nacho, suspendamos; tenés que
ir a descansar.” Y él respondía: “No, no, arranquemos.” Al terminar la reunión,
transpirado y desplomado sobre una silla, exclamaba en un susurro: “¡Qué bueno
que estuvo…!”. Para él, pensar era una necesidad
vital.[2]
Ubicar
el pensar nachiano como estrategia vital es la pretensión de esta nota (en una
siguiente, “Pensar según Nacho”, me detendré más minuciosamente en diferentes
dimensiones de ese pensar).
Si
algo lo ocupaba a Nacho, era como estar según la presentación. En términos más
acostumbrados por él en sus últimos años: ¿cómo habitar la situación? A mí me
planteó la cuestión cuando comenzábamos a leer El ser y el acontecimiento de Badiou y andábamos distinguiendo
entre situación y estado de la situación. Al menos para una introducción
didáctica –que tan bien hacía Ignacio–, la situación era lo que se presentaba,
y el estado de la situación era lo que la representaba y así nos impedía
“morder lo real” o empalmar con una potencia situacional (o impedía, en
términos de Badiou, “el compromiso con lo real
de la situaciones”). Así que la estrategia nachiana, “habitar la
situación”, era la estrategia de estar en la situación según la presentación.
Así, pues, doble laburo: por un lado, percibir lo que se presentaba en la
situación;[3]
por otro, desmontar las representaciones que nos hacían estar en la situación
según su estado y sus instituidos (y no advertir lo que se presentaba, su
devenir, su advenir, su derivar, su poder, su pensar, su exceder).
Así,
caracterizar los modos en que las situaciones ‘padecían’ un “estado de la
situación” se convertiría en estratégico (y llevaría por ejemplo a distinguir
Estado-Nación de mercado, o academia de discurso massmediático, por ejemplo).
Era estratégico porque en el estado de la situación se producían los obstáculos
que impedían a los habitantes habitarlas; retomaré esta cuestión luego.
Irnos
de la representación de lo que hay para llegar a lo que hay. Como dice Pancho
Ferrara, no se trata de irnos de acá, sino de irnos acá. Si a algún viaje nos invitaba Nacho, era al viaje a la
situación: vamos hacia acá. Vivamos
acá, y no en la representación de acá. Para esta operación, Nacho tenía un
verbo claro y oscuro: la llamaba pensar.
¿Cómo
aprehender eso no representado que se presenta? Pensándolo, claro. Laburo
cuando menos doble: una percepción atenta a lo no-representado, por un lado. Lo
buscaba con maestría, Nacho: en una desatención[4]
o en una incoherencia[5]
en el nivel de la representación; o en el nivel de la presentación en una
mutación inadvertida[6]
o en un acontecimiento[7]
o en un exceso[8],
o incluso en una falta.[9]
Esta enumeración no agota los caminos que podíamos tomar para alcanzar la
presentación, pero ilustra la disponibilidad, la apertura, la atención que
Ignacio empeñaba en ese viaje a que nos invitaba, ese viaje que necesitaba hacer para habitar la
situación, para ir acá. Y por otro
lado, aunque en un mismo movimiento (e incluso antes), el laburo de pensar eso
que se presenta y que las representaciones obstaculizan percibir y aprehender.
Si una sensibilidad mayúscula tenía Nacho, era la que captaba lo que se
presentaba. Tenía olfato, sin duda, pero, ¿cómo aprehenderlo? Pensándolo, y
aquí pensarlo significaba concebirlo, trabajarlo, determinarlo, hacerlo, y
también significaba dejarnos afectar o hacernos alterar por lo que se presenta
y no se representa.
(Abro
un paréntesis para hacer una aclaración fundamental: la representación de la
situación es, decía Nacho, “trascendente”, incluso “ajena” y un “obstáculo”,
pero es la que organiza mi experiencia, mi subjetividad instituida. Yo soy mis
representaciones; “yo repite, nosotros piensa”, decía. Así que estemos atentos
a esto: lo que nos aleja a los sujetos instituidos de la inmanencia de la
situación, lo que nos pone obstáculos al habitar y al estar en la situación
según su presentación, lo que nos impide pensarla en interioridad, lo que logra
que no nos situemos, no son “los malos” ni “los maquiavélicos” sino yo, o el
grupo, o la clase o el partido o la facultad, o, en general, los instituidos.
Instituido representa, nosotros piensa.)
Cierro
el paréntesis y retomo la cuestión de cómo aprehender eso no representado que
se presenta. El interés en esta cuestión es vital: en eso puede
comenzar/continuar un proceso de subjetivación. En otras palabras, pensar eso
no representado que se presenta también significaba preguntar: este hallazgo,
este exceso de la presentación sobre la representación, ¿cómo afecta al
instituido que somos y nos permite emanciparnos de él?, ¿cómo nos hace devenir
otros con otros? Así, a mediados de 2002, recién escrito con otros Sucesos Argentinos, Nacho nos dijo a
Andrés Pezzola y a mí: “soy otro que hace seis meses; seguro que para un
psicoanalista sigo siendo el mismo… pero para un traumatólogo también.” Este
chistecito, creo, transmite la alegría de pensar que Nacho contagiaba, la
necesidad vital de vivirla, de viajar hacia acá, de palpar lo que hay, de
habitar la presentación en el diálogo con lo otro y los otros.
Ahora
bien: las representaciones vuelven fatalmente (las fuerzas activas devienen
reactivas, las situaciones acontecimentales devienen normales, el Jesús que
navegó en la mar deviene el Jesús del madero, etc.). Ignacio Lewkowicz lo
recordaba una y otra vez. Decía, por ejemplo, “no hay conceptos a prueba de
manipuladores”, o decía que el hombre casado se pregunta si está con su mujer
porque la quiere o porque la quería. En breve, pensar más allá de la
representación no nos libra de ella de una vez y para siempre. Las
representaciones vuelven. A veces, porque lo que pensamos ayer se volvió
representación hoy (“ya es ideología entre nosotros”[10]);
más generalmente, porque lo instituido vuelve a inhibir lo instituyente.
Porque, como dice Liliana Grandal, “los humanos estamos condenados a
representar”. Las representaciones vuelven, fatalmente. Entonces,
decididamente, volveremos a pensar. Aunque, en rigor, no volveremos, sino que
seremos otros, y esos otros necesitaremos pensar para habitar la situación. Por
supuesto, Nacho citaba nuevamente a Heráclito (“no te bañarás dos veces en el
mismo río”) y a Borges (“alcanzaba con decir no te bañarás dos veces”).
Citas
exquisitas aparte, con Ignacio Lewkowicz el aforismo podría haber sido “no
pensarás una única vez”. Si bien el pensamiento tiene, entre otros más
interesantes, un efecto retroactivo del estilo “¡cómo no me avivé antes!” y
también “¡qué giles que son los demás!”, nunca los viajeros podíamos darnos por
definitivamente avivados. Así, estar en la situación según la presentación,
habitarla en inmanencia, es pensar, pero no se puede estar permanentemente a
salvo de la representación, no se puede permanecer
en el pensamiento; pensar es una actividad y no un lugar, un verbo y no un
sustantivo. Estar según la presentación no es recuperar para siempre una
facultad inherentemente humana ni renegar para siempre de una condena también
humana. Habitar no es un estacionarse sino un perseverar en una actividad
necesaria.
Esa
máquina indetenible organizada en su entorno es, también, la emoción que
llamamos Nacho. No una voluntad, sino una actitud activa. No una genialidad, sí
un dispositivo. No una vida individual, sí unas situaciones vitales. No una
identidad, sino unas prácticas de subjetivación. No un despliegue de la Razón , sí un agenciamiento
de sensibilidad, departamento 17
C , brillantez, erudiciones, chabacanerías, diálogos,
mate, libros, chismes, burlas, anécdotas, ignorancias, casetes… Un proceso
subjetivo que nombramos Nacho.
II.
Hasta
aquí, la lección que creo principal entre las que Nacho daba. Aun si es seguro
que lo escrito hasta aquí no hable tanto de un Ignacio Lewkowicz objetivo e
irrefutable sino del sesgo que se le ve desde la relación que mantuve con él,
considero que hablé más de su transmisión que de ‘mi’ recorrido posterior a su
muerte. Quisiera decir un par de líneas sobre la distancia que estos diez años
sin él fueron creando sin y con él –ya que esa fue la invitación de Lobo
Suelto! Vaya un par de líneas parciales sobre cómo continué lo que aprendí con
Nacho (cómo continué: es decir, cómo mantuve y mudé su enseñanza).
Antes
retomemos la necesidad, que mencionaba más arriba, de pensar el “estado” de la
situación –ese que representa la situación y dificulta habitarla. Ahí “estado”
puede significar “Estado”, pero también puede significar otras cosas. Puede referir
a un Estado-nación, pero también a la academia, el mercado, los massmedia, la Teoría (marxista o
psicoanalítica), una problemática agotada (como la racionalista de la
historia), etc. ¿A qué llamamos estado?
“Depende”, diría con deliberado laconismo Nacho. Depende de la situación.[11]
En
La historia sin objeto, ese mayúsculo
pequeño libro mayor que escribió con Marcelo Campagno, “estado de la situación”
se convertiría en “práctica dominante”,
que permitiría considerar como tal al mercado (una práctica dominante que no
funciona como el badiouano estado de situación). Así la cosa se hacía más clara
para el trabajo de pensar: será obstáculo a habitar la situación según lo que
presenta, según lo que hay, esa práctica que asuma la representación del resto
de las prácticas a cambio de reconocerlas como integrantes de la situación. Esa
representación –o sea, esa dominancia, o sea, esa obstaculización del habitar
la situación– operará según procedimientos generados histórico-socialmente,
impredecibles a priori: el Estado egipcio, el régimen espartano de los homoioi, el régimen del saber académico,
el no-discurso de la información massmediática y la opinión, las
representaciones progresistas heredadas, la fragmentación mercantil… Una
variedad tan grande que solo quien viera el fin de la historia humana podría
hacer una enumeración completa. Pero no se trataba, justamente, de completar la
enumeración, sino de pensar cómo, en cada situación o circunstancia específica,
cada dispositivo específico de dominación practica su dominación, esto es, cómo
practica la obstaculización de la afirmación singular de las prácticas
específicas de la situación específica.[12]
III.
De
tal manera, me estuve (nos estuvimos) ocupando de una tarea modesta: pensar las
prácticas que en nuestra circunstancia obstaculizan habitar la situación según
la situación y no según sus representaciones. Y nos encontramos con que luego
del agotamiento del Estado-nación y su degeneración en “Estado
técnico-administrativo”, puede conformarse un Estado posnacional que, con
procedimientos específicos, evitan que nos situemos –aunque también, por no
funcionar con la pretensión de exhaustividad inherente a un Estado-nación y por
su incapacidad para instituir las asimetrías de fuerzas, puede aquí o allá
acompañar ciertos procesos de afirmación situacional… tiempos, en este sentido,
de política posestatal o a-estatal.[13]
Se trata entonces de un Estado que no procede por totalización,[14]
como definía Nacho, sino por compatibilización y gestión ad hoc, más conectando término a término que poniendo un suelo
metainstitucional.[15]
Por
supuesto, percibir estos procedimientos, requería/requiere atravesar las
representaciones heredadas y las publicitadas que dicen que todo Estado es
sólido y nos impiden pensar situaciones con Estado fluido.
Ahora
bien, ese pensamiento condujo a otro hallazgo: hay prácticas dominantes que
dominan a otras pero no representándolas. Apareció entonces que el
reconocimiento que “la dominante” otorga a las prácticas podía ser imaginal y no representacional. La
dominación ya no opera entonces ni por lo que Nacho llamaba “el puro cuerpo a
cuerpo” mercantil ni por la mediación representacional de la identidad de las
prácticas. Puede operar por mera conexión de imágenes emitidas de manera no
centralizada y sin pretensiones de adecuación y coherencia (sin disciplina).[16]
Por
supuesto, percibir estos procedimientos del dispositivo imaginal,
requería/requiere atravesar las representaciones heredadas y las publicitadas
que dicen que todo signo es representacional y nos impiden pensar la dominancia
del semiocapital, con signos conectivos.
Lo
que hoy nos desvía del habitar no es tanto entonces lo instituido, lo
representacional, sino unas codificaciones y unas ¿instituciones? mucho más
fluidas, que también pueden recurrir a un contundente “cuerpo a cuerpo”, pero
que no pueden quedar instituidas… ¿Cómo se hace hoy para estar en situación
según la presentación?
IV.
Oigo
a muchos suspirar “¿Qué diría Nacho hoy de esto o aquello?”. Muchos nos
preguntamos qué diría. Sería ciertamente encantador volver a verlo, oírlo,
contar con su agudeza. Por ejemplo: ¿Qué diría Nacho del estado argentino
actual, luego de haber declarado la necesidad de pensar sin estado? O, ¿qué
diría de cómo se hace hoy para estar en situación según la presentación?
Pero
añorar su agudeza nos separa de la situación. Así que retomemos un gesto muy
nachiano: reformulemos la pregunta de modo tal que abra a una actividad con
otros, configurante.
¿Qué
haría Nacho hoy con esto o aquello?
Pensar.
[2] Esta conclusión es de Raquel. No se
lea aquí, sin embargo, una sobreatención a la actividad laboral o intelectual
en desmedro del cuidado del cuerpo o de la salud. Nacho también tenía una ética
(en el sentido de cuidado de sí) del cuerpo: nadaba, se deleitaba con la
belleza de las mujeres, evitaba el tabaco y el humo, reía… La anécdota no es
para reintroducir la dicotomía mente-cuerpo sino para entrarle a lo que en Nacho
era una necesidad vital de pensar;
una necesidad, un deseo y una actividad en las que se confunde el cuidado más
elemental del cuerpo y la actividad intelectual más abstracta (en Nacho, la
actividad intelectual podía ser abstracta, pero nunca era abstraída). La
anécdota, entonces, no solo no reintroduce la dicotomía mente-cuerpo sino que
introduce la conversación (entre yo y otros, entre mente y cuerpo, entre libros
y anécdotas, entre academia y tv…) como inherente al pensar.
[3] Si bien para el filósofo hay muchas
situaciones, para el habitante nachiano sólo hay la situación en la que está (“lo demás”, decía él, “es ideología”).
Ojo: una situación no se definía por simples coordenadas espacio-temporales,
empiristas y a-situacionales, y podía incluir la influencia de la luna en el
rendimiento de las cosechas que a su vez influía en la edad promedio de los
casamientos de una aldea medieval, y excluir la batalla que ocurría en la aldea
vecina e incluso los colores de los calzones de los casaderos.
[4] “Sé qué es el tiempo cuando no pienso
qué es”. Esta idea, tomada de San Agustín, era una muy empleada por Nacho para
abrirse cancha en un tema plagado de lugares comunes (por ejemplo, la
transmisión en educación), y significaba algo así como “sé qué es la
transmisión cuando me la represento y no cuando la pienso”.
[5] Como ejemplo, el colectivo que
escribió el primer libro en que participara Ignacio se llamaba Oxímoron. El
oxímoron básico que le abría lugar a la tesis del fin de la problemática
racionalista de la historia era el título de un decisivamente influyente libro
de Halperín Donghi: Una nación para el
desierto argentino. Si era un desierto, si a ese desierto había que
construirle una nación, ¿cómo afirmar que era argentino desde el vamos?
Semejante inconsistencia era síntoma: la representación de la historia hacía
agua y entonces podía y debía ser pensada.
[6] Como ejemplo, el pasaje de la
subjetividad ciudadana a la consumidora.
[7] Como ejemplo, la consigna que se vayan todos, en la que percibió
la apertura a una afirmación subjetiva posestatal (ver Sucesos Argentinos y Pensar
sin Estado). Otro ejemplo, la toma de la facultad de filosofía y letras en
mayo de 1999, en la que percibimos la afirmación de una universidad de
pensamiento y no saber (ver La Toma. Agotamiento y fundación de la universidad pública,
que escribimos Nacho, Andrés Pezzola y el que suscribe; permanece inédito, pero
quien quiera puede solicitar).
[8] Como ejemplo, la aparición de obreros
judíos a fines del siglo XIX daba la clave de algo (“un sujeto nuevo”, decía
Ignacio) que los judíos de entonces necesitaron pensar con sus movimientos
políticos y artísticos laicos. Otro ejemplo es la inquietante pregunta por si
existe el pensamiento infantil.
[9] Ese “preguntar por lo hay, y no por lo
que queda” en que perseveraba Nacho, trabajaba tanto al nivel de la
representación como de la presentación: no preguntar por lo que según la
representación instituida le falta a la situación, sino por lo que la situación
presenta y la representación obstaculiza aprovechar. Por ejemplo, en la
escuela, ¿a los pibes les falta disciplina o presentan modos de constitución
subjetiva posdisciplinarios?
[10] Escribe en Sucesos…: “La distinción entre el saber
y el pensar constituye ya entre nosotros un rasgo de ideología. El saber se nos
ha constituido en sinónimo de despensamiento – eso ya lo sabemos; por lo tanto,
deberíamos pensarlo un poco más. Al menos en las situaciones en que eso se nos
convierte en obstáculo.”
[11] También puede depender de
la época o del tipo de capitalismo en curso: de qué dependa a qué maquinaria
concreta consideremos estado dependerá a su vez de la estrategia de pensamiento
que nos ocupe (o sea, de la situación de pensamiento, o sea, de la situación
que habitemos, o sea, de la situación, a secas). Se me (nos) aparece entonces
una distancia entre la actividad pensante y la actividad pensada; mientras la
primera hace situación, la segunda no siempre, pues puede ser una situación
(como una asamblea ateniense o la aparición del Estado en Egipto), pero también
puede ser un malestar (“el enrarecimiento del número de hombres” en Esparta, o
la “mala conducta” de los niños en la escuela), una circunstancia, una época
(los “tiempos de mercado radicalizado”), un cambio (“la historia se ocupa del
cambio”, también decía Ignacio Lewkowicz), un tema (“el fin de la historia de
Francis Fukuyama”), un síntoma, una película, una aporía, una mujer u otra
cosa.
[12] Este singular situacional,
como en Badiou, es universalizable: ver “Particular, Universal, Singular”, en Fariña,
Ética: un horizonte en quiebra. Eudeba,
Buenos Aires, 1998. O también, “Paradoja, infinito y negación
de la negación” (clase de 2003).
[13] “Posestatal” es empleada
por el mismo Ignacio en Pensar sin Estado.
“A-estatal”, por S. Abad y M. Cantarelli en Habitar
el Estado. Más recientemente, Franco Ingrassia ha propuesto pensar una
política “metaestatal”, que hace “sin y/o con” el Estado. Cualquiera sea
nuestra preferencia en prefijos, el Estado, a diferencia del Estado-nación,
deja de ser centro y suelo. Que sí es –o mejor, qué sí hace– hay que verlo en
sus prácticas.
[14] Esa definición la formulaba
en una charla en FADU el 13/03/03: “Suceso, situación, acontecimiento”, Ficha
de la Cátedra
de Psicoterapia II, Facultad de Psicología, UNLP.
[15] Me permito referir a El Estado posnacional. Más allá de
kirchnerismo y antikirchnerismo, Pie de los Hechos, Buenos Aires, 2011.
Versión digital en elestadoposnacionallibro.blogspot.com.
[16] Me permito referir a El bienestar en la cultura y otras
composiciones precarias, Pie de los Hechos, Buenos Aires, 2012 y a Judaísmo líquido. Multiculturalismo y judíos
solitarios, Biblos, 2014. También me permito invitar a pensarlo en taller.