Las crisis y la gobernabilidad y un más allá de esto
por Pablo Hupert
La coyuntura, dicen, es crítica. Hablemos de crisis, pues,
pero no tanto de coyuntura. Ubiquemos la especificidad de nuestro momento
político no por las urgencias sino por tendencias y procesos de largo alcance
que este momento prolonga o altera -o controla.
1. La crisis económica de 2001 y la no tan crítica de 2013-14
tienen en común una curiosidad: el 'barómetro' que tanto periodistas como
políticos aceptaban en ambas fue un criterio econométrico: el riesgo país,
entonces; el nivel de reservas, hoy. Esta curiosidad indica que en un mundo
globalizado y una Argentina posneoliberal, la legitimidad de los gobiernos de
este país sigue dependiendo de su solvencia.
2. Tanto kirchneristas como antikirchneristas avisan que las
catástrofes pasadas pueden repetirse. Es que los tiempos líquidos han cambiado
el modo de obtener consenso los poderes: no piden calma hoy para que llegue un
futuro mejor sino para que no se repita un pasado peor. No se insufla
esperanza; se agita miedo[p1] .
En este sentido, crisis también es una tecnología de gobierno, tanto bajo la
forma de condiciones cotidianas de vida (miedo e incertidumbre, sea bajo la
forma de inseguridad, accidentes de tránsito, desalojos o bajo las formas
inestabilidad laboral o inflación, e incluso desligazón, e incluso acoso
policial) como bajo la forma de comunicación (promoción comunicacional de
alguna de esas condiciones y silencio de otras), e incluso de zigzagueo
gubernamental (lo que Barcelona llamó "Plan Económico Vamos Viendo").
Pero, como veremos, este zigzagueo es inevitable en condiciones pos-2001 cuando
la opción por la heterodoxia no es una opción.
3. No entraremos aquí en las discusiones entre anti y pro kirchneristas.
El kirchnerismo no es un conjunto
coherente, sistemáticamente articulado, no es un bloque (o como sea que se
llame a algo homogéneo, contundente y consistente de extremo a extremo y desde
la base hasta la cima). Eso que llamamos kirchnerismo es una 'época' más que la
obra o la cohorte de un presidente o de dos. Es una madeja de condiciones y de
recursos para moverse en ellas, de fuerzas inestables, una madeja ella misma
inestable y contradictoria, que incluye tecnologías de gobierno de esa
complejidad muy variadas, flexibles y heterogéneas. En tanto época, incluye a
kirchneristas y antikirchneristas. Como dice Biset: no tiene afuera.[1]
Y tampoco tiene identidad. Si debemos creerle, tiene principios, pero no
debemos. En su trayectoria, vemos que tiene capacidad de adaptación
estratégica, y es esta estrategia la que intentamos leer aquí.
En cuanto a los antikirchneristas, mantienen un consenso de
fondo en el modelo de acumulación de capital (extractivismo rural mineral y
urbano, concentración y extranjerización, precariedad laboral, mercantilización
general de la vida, Estado gestionador, sistema tributario regresivo, etc.). No
es seguro que acuerden en las políticas de compensación a las mayorías y
desarrollo del mercado interno -pero tampoco es seguro que puedan darse el
gusto de abandonarlas, por mucho que hablen de reducción del gasto estatal,
pues las condiciones que hicieron posible el neoliberalismo puro ya no están.
4. Así como se agita un miedo difuso, también se mencionan crisis
anteriores. Veamos sucintamente, obviando especificidades y atendiendo a los
cambios de época.
1975. Una brutal concentración del ingreso, como las
siguientes, pero a diferencia de estas, es una crisis de instalación del
neoliberalismo, pues la lucha obrera obliga al ministro Rodrigo a renunciar.
Convence a los sectores dominantes de que semejante instalación requiere Dictadura:
el aplastamiento de la capacidad de contestación de los sectores populares.
1981. Otra brutal concentración del ingreso, pero es la
primera crisis propiamente neoliberal, por desfinanciamiento externo. Lleva a
ajuste y a crisis política de la Dictadura.
1989. Segunda crisis por desfinanciamiento exterior. Lleva a
crisis política (los ajustes los hará el gobierno siguiente).
2001. Tercera crisis por desfinanciamiento exterior. Lleva a
crisis política, a concentración del ingreso, pero no a nuevos ajustes: en 2002
comenzará "el modelo" de superávits gemelos, congelamientos
tarifarios y retenciones a las exportaciones.
5. ¿Por qué se salió del modelo neoliberal y no se siguió en
él solo saliendo de la Convertibilidad? Porque los sectores populares, ya no predominantemente
fabriles, reinventaron su capacidad de contestación y podían derribar
gobiernos. La continuación del neoliberalismo hubiera requerido una nueva
masacre. El hecho de que Duhalde haya debido adelantar su salida por el
asesinato de 'solamente' dos piqueteros, que para los gobernados ese número
fuera tan intolerable como 30000, revela hasta qué punto un nuevo genocidio era
imposible. El efecto-derrota que Menem pudo aprovechar ya no estaba. Así 2001
fue la crisis terminal del neoliberalismo porque también fue una floración de
prácticas de autoafirmación popular. Cualquier gobierno por venir debía
encontrar los modos de gobernarlas sin reprimirlas. Desde el punto de vista
estatal, había una razón más, pragmática y no moral, para apostar a la heterodoxia:
la ortodoxia neoliberal, cíclicamente, impedía la gobernabilidad.
Luego de 2001, eran una necesidad un nuevo modelo de
acumulación y una nueva ecuación de gobernabilidad. El kirchnerismo empezó a construir
esta ecuación, tomando de las consignas de los nuevos movimientos sociales sus
fuentes de legitimación (AUH y juicio y castigo, por ejemplo), y de la fuerza
de esos movimientos, el contrapeso a "los mercados" necesario
para expandir la capacidad de acción del
Estado. El kirchnerismo no es "la defensa del interés nacional-popular
contra el capital extranjero" (contra Chevron o Repsol o los capitales
chinos, por ejemplo), sino, digamos, la defensa de algún tipo de autoridad y
viabilidad del Estado argentino entre las redes del capital global. Es, a la
vez, el intento de un Estado disociado de la mayoría de la sociedad por razones
históricas (retiro durante un cuarto de siglo) y por la subjetividad de sus súbditos,
de identificar su destino con el de la sociedad que gobierna: "hacer volar
a un gobierno es hacer volar a la Argentina", dijo CFK el 12/2, asociando
el destino del Estado con el de los argentinos y a la vez agitando un miedo.
Encontrar esas ecuaciones requería creatividad. Como dijo
Kiciloff antes de asumir, “la heterodoxia la tiene más complicada porque no hay
un recetario sino simplemente la realidad, los problemas concretos", y como
dijo antes de devaluar, "ellos tienen un manual de la
baja del salario y la desocupación, nuestras medidas no son prefabricadas.
Tenemos flexibilidad para ver qué es adecuado para cada momento del mundo y de
la Argentina." Obviamente, lo "adecuado" dependerá del poder
relativo de cada sector social para obtener medidas beneficiosas. Seis mil
enjuiciados por luchar y 84% de los establecimientos privados sin delegados
sindicales no parecen tender a que los sectores populares aumenten su poder
relativo.
6. Pero digamos algo de la
devaluación del 24/1. Desde el punto de vista ensayado aquí, ella muestra la
complejidad de bases de sustentación de este régimen político. Es menos intensa
que las neoliberales, como si buscara un equilibrio entre estimular a los
exportadores para captar dólares para dar solvencia al Estado y evitar más
empobrecimiento y exclusión de los sectores populares, acompañando con “Precios
Cuidados” y Progresar. Estas tensiones,
y otras no mencionadas aquí (necesidad de ajuste, complejidad ingente de la
gestión, y otras), dicen, van a estallar, pero el kirchnerismo no resuelve
dejando las crisis atrás, lo que sería imposible, sino incorporándolas como rasgos
propios, consiguiendo siempre, hasta ahora, desplazar y aplazar esa detonación.
Las tensiones k , por lo que venimos viendo, no toman forma de contradicción
antagónica (esas que llegadas a cierto punto estallan).
Dicen que el kirchnerismo deja bombas activadas para que
estallen en el próximo gobierno. Dos peros aquí: Por un lado, viene haciendo
eso desde su primer gobierno. Por otro, también deja bombas desactivadas y
condiciones de gobernabilidad de rango sistémico; sus políticas no se limitan a
favorecer su propio desempeño sino también el del Estado, y por lo tanto el de
los próximos gobiernos.
El kirchnerismo no es una identidad
política sino una estrategia de gobernabilidad con capacidad de reconfiguración
según las coyunturas, y esto imposibilita a ajenos y propios predecir su próxima movida. Empero,
si lo anterior no es muy errado, esas movidas en general tenderán a
sacrificar cualquier principio pregonado
en pos de la gobernabilidad y el crecimiento económico capitalista "de los
40 millones de argentinos" sin distinción
(es decir, el crecimiento de la asimetría política, de la depredación
ecológica, de la subjetividad mercantil,
de la explotación económica, la
acumulación originaria siempre renovada, el narcotráfico, etc.). No importa qué prometan o qué signifiquen cuando
dicen “proyecto nacional” o “popular”, debemos dejar de esperar que un gobierno
haga otra cosa que gobernar, y –como dijo Oscar Guerra– si seremos gobernados,
influyamos en las relaciones de fuerza que lo condicionan.
7. ¿Y qué otra cosa hay? Bueno, el Estado no es el centro de
lo social. Hay múltiples colectivos populares autoorganizados sin y/o con ayuda
estatal, sin programa ni partido, buscando un más allá del consenso
posneoliberal, un más allá del comando mercantil y estatal de las vidas. Ellos
ofrecen el punto desde el cual enunciar una política, no del gobierno, sino de
la igualdad.
[1]
"Vivimos un tiempo kirchnerista, es decir que el nombre kirchnerismo
define no sólo una determinada identidad política sino la constitución de
determinado tiempo y determinada experiencia." "¿Qué es el
kirchnerismo crítico?", en AAVV, Pasiones
políticas, Quadratta, 2013.
[p1]Es
un legado de los shocks que recomendaba el neoliberal Milton Friedman para que
las poblaciones aceptaran reformas neoliberales y que hoy es una técnica de
control incorporada a la gubernamentalidad.