Del cookismo al coquismo. Primer informe

por Marcos Santoro



La primera y única Unidad Básica que logré fundar con algunos amigotes la llamamos John William Cooke. No tuvo la menor importancia, salvo para dos o tres de los que participamos en ella. Eran 16 metros cuadrados baratos, habitados con mucho calor humano, mucha juventud dispuesta, mucho mate, mucho cigarrillo, algo de garche, algo de discusión. Así pasábamos las noches. Si no recuerdo mal alquilamos el local en el año 90, con Menem presto a sancionar los indultos, preludio de la era convertible. Con ese nombre, claro está, queríamos reafirmar una pertenencia al movimiento nacional por izquierda cuando toditos los hechos y toditos los signos se orientaban inexorablemente hacia la derecha. No éramos jóvenes setentistas, éramos una banda de semilúmpenes condenada al extravío desde mediados de los ochenta, cuando empezamos, por decirlo así, a militar todos los días en el barrio. Volanteadas, mesas, festivales, reuniones. En promedio leíamos bastante: documentos y libros sobre el peronismo y la izquierda, las cartas de Cooke y Perón, los números viejos de Envido y Unidos. No se nos ocurría, todavía marcados por la fuerza oral del mito bravo de la resistencia, que el destino de la militancia fuera el de ser funcionario en algún dependencia municipal, provincial, o nacional. A compañeros como Coqui Capitanich ya por entonces sí. Se formaban para eso. Estudiaban economía y administración. Y lo bien que hacían.

El semblante del Coqui se me ocurre parecido al del viejo Sandrini, con inflexiones lenguaraces de un técnico del Banco Mundial. No exagero: Coqui tiene algo de Luis Sandrini en la mirada diagonal, convencido como está de ser un actor que llegó para quedarse en la comedia argentina. Pagni, la pluma lúcida del periodismo liberal-conservador lo subestima demasiado. Y creo que se equivoca porque entiende muy bien los procesos de larga duración pero no tanto a los individuos y sus oscuras motivaciones. El historiador preocupado por la disolución del bipartidismo le gana más de una vez al periodista, y el resultado es, en general, bastante malo. Sea como sea, me importa Coqui y no Pagni, que es un tema del compañero Maccia. Coqui es una de las esperanzas de continuidad del proyecto nacional y popular. No es la única. Tal vez no sea la mejor. Pero quienes sabemos arreglarnos con poco no despreciamos su inscripción política, su lealtad y su semblante sandrinesco.

¿Habrá sido el Coqui lector entusiasta de Cooke como fuimos nosotros? Me han dicho que sí, y ahí cifro la apuesta a seguirlo de cerca, aunque no alcance ese rumor para redondear el primer informe. El dato posta es que sabe mucho de fútbol y que tiene un método todavía no aplicado para conducir cualquier equipo al triunfo. Con las patas en la orilla del río, mientras charlábamos de estos módicos entusiasmos, un amigo me recordaba sin malicia que en el 2012 Chaco organizó un partido de fútbol entre las selecciones de Argentina y Brasil que se suspendió por un corte de luz. Tambaleó entonces el prestigio coquista de político previsor. En diciembre la luz de las privatizadas y las tinieblas policiales lo tuvieron a mal traer. A nosotros también. Dicen que todavía no puso en práctica el discurso del método. La razón popular sabe que todo es cuestión de tiempo y fe. Se abre nomás un compás de espera. En eso estamos.  

19 de Enero 2014

Posdata dominguera. Finalizo el informe en la madrugada, me levanto y leo la entrevista que Pág./12 le hizo hoy a Capitanich. Todas mis impresiones buenas se reafirman, y sin embargo, para terminar de perfilar su descripción del actual proceso político utiliza una vieja analogía que me deja un tanto perplejo. Dice así: “Yo siempre repito una frase de Perón cuando decía que la Revolución Rusa tenía cuatro etapas: la toma del poder, que atribuía a Trotsky; la fase doctrinaria que le correspondió a Lenin; la fase dogmática que fue la de Stalin, y la institucional, de Kruschev. Esta etapa del peronismo le corresponde un afianzamiento institucional. En democracia la toma del poder no es revolucionaria sino a través del voto popular. Después, una etapa doctrinaria para plantear objetivos que deben ser aceptados por la mayoría del pueblo, y después una etapa dogmática para fortalecer esos principios. Ahora llega la etapa de carácter institucional, para que estos grandes cambios sean apropiados por la mayoría del pueblo argentino. Eso se logra generando conciencia sobre estos cambios.” Peronismo y revolución rusa, institucionalización y kirchnerismo: ¿cómo leer esta analogía de etapas y nombres propios que termina colocando tan cerca al propio Coqui de Nikita Kruschev, líder soviético durante la guerra fría? Algo tendremos que decir en el informe de febrero.