¿Un mundo feliz?
por Ver qué onda
Uno
La nota de Valeriano baraja el supuesto de que en una escuela
hueca del pulso vital de otra época, los cuerpos que la transitan a fuerza de
choques e inercia por no haber carriles predefinidos que hoy los interpelen,
quedan librados a su propia dinámica. ¿Y qué pasa entonces? Esto los beneficia:
dejados a su propio empuje, mucho lo pueden.
No se termina de entender en el discurso de Valeriano si se
percibe que los chicos dejados a su propia energía configuran fácilmente circuitos
propios que les permiten afirmarse desde un impulso autónomo, más inmanente a
sus propias aspiraciones y deseos, o en cambio, como si apareciera alguien que
les avisa que se fijen, que miren bien, que mejores condiciones que las que hay
ahí en otro lugar no van a encontrar…
Sea un caso u otro, se niega una ambigüedad constitutiva: no
siempre los pibes la pasan bien en la escuela, no siempre saben armar planos de
complicidad que les caben, como que pareciera que en nombre de las propias
posibilidades de los pibes y pibas, apareciera una voz onda consejo, de esos
que saben qué es lo mejor para los demás…
Hay un supuesto que palpita en los párrafos de Valeriano: como
si la interrupción de la maquinaria escolar implicaría automáticamente la potencia de los pibes de hacer sentido en ese
escenario resbaladizo. La
escuela innegablemente ocupa una zona oscura para muchos pibes: no solo por el
aburrimiento, sensación vacua de la no-experiencia, sino de afecciones zarpadas
como consecuencia de bardeadas, hostigamientos jodidos e, inclusive, de algo
que escuchamos varias veces y que no da para subestimar: “acá no aprendemos
nada, profe”. Contamos una escena de fin de año. Se hace un desayuno-despedida
de los pibes de sexto de una escuela en Casanova. En medio de la comilona
pregunta una de las docentes que la organizó “Y chicos ¿van a extrañar la
escuela el año que viene?”; contesta una piba: “más o menos… como que la escuela ‘ya
está’, fueron un montón de años…
pero tampoco queremos ir a trabajar mil horas o ponernos a estudiar de verdad”.
Si la escuela es un no lugar, un espacio donde es difícil conectarse, siendo positiva
en tanto no se sufre como en otro
espacio valorado como negativo, no obstante se dificulta percibir como
abundantes esos mundos alternativos a lo escolar que se tallan según Valeriano… Circuitos que nadie
niega que existan y en relación con todo esto sería interesante saber qué pasa
con esas configuraciones que se arman en la escuela cuando se ponen en juego en
otros espacios sociales, sea al mismo tiempo que transcurren lo escolar como
luego de concluir el ciclo educativo: la calle, gimnasios, canchita, esquina,
compu, noche, la familia heredada y la que se arma, laburos, la facu, lo que
pinte…
Decir que la escuela
puede ser el mejor de los mundos para los pibes nos parece algo arbitrario (al
igual que decir que sería el peor de los mundos posibles). Nos suenan a frases
cerradas que niegan una ambigüedad que percibimos todos los días, donde pasa un
poco de todo, según quien sea, donde sea y como sea. Pero
hay una secuencia más contundente en demostrar lo poco interesante que es la
escuela para tantos pibes: los índices de ausentismo y deserción escolar. Si
bien la única causa de la no permanencia en la escuela no se relaciona
exclusivamente con el deseo del pibe de ir o no a la escuela –hay mambos económicos,
familiares- es un claro síntoma de la negación de la escuela como el mejor
lugar para trazar complicidades y simpatías para muchos pibes que en cambio
decidieron desertar de ser alumnos, sujetos escolares (tanto de lo tradicional
como alternativo).
Dos
El texto de Valeriano sostiene una especie de binarización
escolar: los pibes son pillos y con todas las luces, los demás, bueno, los
demás… Se invierte la dicotomía docentes que saben qué es lo bueno para los
chicos y los chicos que no aprovechan
la oportunidad y están en cualquiera. A todo esto es como su irrumpiera una
voz –la de Valeriano- que agita en medio del barullo: no: los pibes la hacen bien en no darle bola a ustedes docentes y son
ustedes los que no entienden nada.
¿En cuántos territorios donde hay pibes que se conectan
vitalmente lo hacen con docentes, y no solamente con una clase, típica y común,
sino con docentes que remoldean o directamente salen de su rol? ¿O que ni siquiera
en calidad de docentes que devienen otra cosa desde lo docente, sino que por
fuera de lo escolar, tras el choque y conocimiento en la escuela, arman cosas
en común? Y no se trata de leer estas preguntas en clave de coyuntura –en mi
escuela esto pasa o no pasa- sino en función de posibilidad real, ontológica.
Pero algo más. ¿Cómo no compartir la necesariedad de ver los
hechos escolares como lo que son, hechos? Nada de etiquetas onda “acá no pasa
nada” o “esto es un quilombo”. No nos cabe percibir lo que pasa y verificarlo
si está bien o mal en relación con un juicio armado de antemano por una
institución, sea la escuela, la familia, o lo que fuera.
Ahora: ¿cómo jerarquizamos? ¿Todo es igual? Nosotros que nos
dedicamos a dar clase: ¿no tenemos derecho a bancar un circuito más que otro? ¿Cómo
salir del juicio pero sin reconocer la importancia de una evaluación inmanente,
constante de la práctica escolar que incorpore nuestros afectos? Inclusive, si
esos circuitos implicarían no solo
desdibujar rol y darle un nuevo contenido, sino salir de la posición de docente
y que se evapore su figura en pos de algo que aun no conocemos… Pero sabemos que parte
de estas experimentaciones es saber que no podemos banalizar los roles. Ser
docente es un trabajo: las consecuencias fallidas de armar encuentros no
tradicionales condicionan la generación de billete. Si bien la frase “de algo
tengo que vivir” es una frase muy canalla que cínicamente pretende justificar
cualquier cosa, no deja de ser para nosotros un lugar de partida objetivo a
considerar de nuestra estrategia escolar.
Resumiendo: nos interesa salir de cualquier binarización y
de repartir postulados de que es lo mejor para los pibes y pibas; también
obviamente nos interesa bancar las tramas no escolares que se arman en la
escuela a partir y en contra de lo escolar, pero con el impulso de bucear en
esas tramas seleccionando y ensayando desde nuestras inquietudes como docentes,
que no dejan de ser hechos, como cualquier otros. Se trata de dinamitar los
guetos y prestar atención a las movidas más promiscuas, ambiguas, entre
diferentes personajes del mundillo escolar.
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