El peronismo y La salada
por Marcelo Laponia
Hoy domingo primero
de septiembre La Nación publica esta nota de Adriana Valguer sobre la relación
de Enrique Antequera, a quien llama cacique de la feria La Salada, con el
peronismo, en épocas de elecciones. Transcribo párrafos claves.
Habita los suburbios de la política. Estuvo con
Menem, Duhalde, Kirchner y siempre fue candidato, a concejal, diputado y
senador provincial... Pero nunca llegó a ocupar una banca. Los dirigentes lo
buscan cada vez que hay elecciones porque tiene tropa propia, y es capaz de
llevar hasta quince ómnibus repletos a cualquier acto proselitista. Sin
embargo, una vez que terminan las campañas, lo dejan de visitar. Hasta la
próxima vez.
En las últimas primarias, la política lo encontró
desairado por el kirchnerismo, que lo dejó fuera de las listas, y acelerando
reuniones con el entorno de Massa, que concretó en varias ocasiones antes de
las PASO. Él se considera la pata peronista de la feria de La Salada, y estuvo
junto a Cristina Kirchner en el acto de cierre en La Matanza, pero como tantos
otros punteros y caciques políticos, está esperando que la interna dentro del
justicialismo se termine, para jugar con el ganador. Sea Daniel Scioli, Massa o
quien el PJ decida.
"El de Cristina es un buen gobierno, pero lo
está matando la soberbia", lo han escuchado decir sus amigos feriantes,
los que siempre le han respondido, fuese quien fuese su líder espiritual. Los
mismos que lo ayudaron a colgar el cartel en el que, gracias al fotomontaje,
aún aparece junto a la Presidenta en la entrada al predio. Los que también le
agradecerán, de por vida, que haya hecho lo imposible, tocando cuanto contacto
tenía, para que no se instalara la feria las Mil columnas, en las inmediaciones
del Mercado Central.
Enrique "Quique" Antequera, 48 años, está
al frente de la feria que lleva el nombre de Urkupiña -en honor a la Virgen más
popular de Bolivia, patrona de la integración-, que junto a Ocean y Punta
Mogotes, componen el complejo La Salada, un predio de 20 hectáreas en el que
entre otras cosas se consiguen réplicas de primeras marcas, pero a menos de la
mitad de su precio en cualquier shopping. Razón suficiente para que, semana
tras semana, lleguen a visitarla cientos de combis y ómnibus en tours de
compras, incluso desde el interior de la Argentina y países vecinos.
Ahí, al borde del Riachuelo, en Lomas de Zamora, la
tierra de Martín Insaurralde, el feriante devenido en presidente de una
sociedad anónima hace política a baja escala: lo suyo es el trabajo social con
los feriantes, sus familias y los vecinos del barrio, que en un 80% trabajan en
esas instalaciones. "Es común ver que se le acerque algún pibe a pedirle
plata y él saque un fajo de cambio y le dé 200 pesos para un sándwich. Por ahí
conoce al chico de algún campeonato de fútbol de esos que organiza o quizá le
haya dado laburo como changarín, pero si no es así, no importa, lo ayuda igual.
Y siempre con bajo perfil, nada de andar ostentando", confía el periodista
Nacho Girón, autor del libro La Salada .
Sin embargo, no es por su popularidad que los
políticos lo buscan, sino por controlar gran parte de este mercado que congrega
en total cerca de 10.000 puestos, pero que abastece varios cientos de ferias
minoristas de todo el país. Una microeconomía con la que ni Guillermo Moreno se
anima a meterse, a pesar de que muchos de los productos que allí se venden (sin
factura) sean el fruto del contrabando hormiga o el trabajo en talleres
clandestinos. La Salada factura más de 150 millones de pesos diarios que
circulan en efectivo en cada una de las tres jornadas en las que permanece
abierta.
Antequera era un simple tallerista de camisas
cuando el boom de lo importado que impuso la convertibilidad
lo dejó prácticamente sin trabajo. Sus cuñadas ya solían ir a vender a los
puestos improvisados desde fines de los 80 en Puente 12 (en el cruce de la
autopista Riccheri con el Camino de Cintura) y él comenzó a acompañarlas
cargando lencería. Ahí conoció al boliviano Gonzalo Rojas Paz y a su esposa,
Mary Saravia, quienes le propusieron darle otro vuelo al emprendimiento. A
mediados de los 90 arrancaron con lo que terminaría siendo la Ciudad del Este
del conurbano. Tiempo después entró en escena Jorge Castillo, el responsable de
los puestos ubicados en las viejas piletas del balneario Punta Mogotes, que hoy
tiene oficina en Puerto Madero.
Pero, de repente, lo que era un negocio en franco
ascenso tuvo un final abrupto. En 2001, una denuncia contra Antequera y Rojas
Paz por asociación ilícita, fabricación y venta ilegal de mercaderías y tráfico
de influencias, entre otros cargos, terminó con ellos presos en el Penal de
Ezeiza. Quique salió libre un año y medio después, firme en su versión de que
le habían hecho una "cama" porque no había querido pagarle una coima
de un millón de dólares a la policía bonaerense. Su compañero y socio apareció
ahorcado en su celda.
"Cuando volvió, de 11 pasillos que había
tenido la feria apenas funcionaban dos. Pero el tipo la remontó y hoy es
millonario", explica un puestero que lo conoce de aquellos años y que
puede dar fe de que cuando, por ejemplo, hubo que armar la ley 12.573 (que
regula la instalación de ferias en la provincia), Antequera consiguió una norma
que no perjudicara los intereses de La Salada.
Biografía política de Antequeda
Hasta que fue preso, Quique había tenido poco
contacto con el mundo de la política. Al único que conocía era a Carlos Menem,
gracias a la intermediación de la familia Mellino, un apellido emblemático de
la industria pesquera marplatense.
"Habrá estado con Menem, pero su padrino
político cuando volvió de la cárcel de Ezeiza fue Osvaldo Mércuri (un ex
duhaldista hoy enrolado en las filas de Massa). El problema fue que, como todos
los peronistas, Mércuri también armó privilegiando a su familia y Quique se
hinchó. Por eso, cuando aparecieron Lilita Carrió, Patricia Bullrich y
Margarita Stolbizer pidiéndole que les organizara un acto, en 2009, él les armó
todo el circo. Para joder a los peronistas... Y de agradecidos lo iban a poner
cuarto en la lista de diputados provinciales, aunque terminaron ubicándolo
séptimo justo ese año que metieron cuatro... Se quería matar", recuerda un
compañero de batallas.
El hombre de cabello retinto y sonrisa blanca
finalmente volvió al redil peronista de la mano de Mario Ishii, actual
intendente kirchnerista de José C. Paz. Fue en 2011, cuando aceptó ser primer
candidato a senador provincial en la interna contra el tándem Daniel
Scioli-Gabriel Mariotto, y aún hoy se ufana de que gracias a él, con sólo 18
días de campaña, en la tercera sección su lista hizo una elección
"legendaria".
Su vida es la feria. Ahí trabaja todos los días con
dos de sus cuatro hijos, y junto a varios de sus amigos, entre los que -dicen-
hay varios integrantes de la barra brava de Boca. Su ex esposa lo había ayudado
a afianzarse dentro de la comunidad boliviana en el país, que es muy nutrida en
la feria.
Días atrás, en la esquina de José María Moreno y
Rivadavia, en Caballito, una señora que lo reconoció por la televisión (tiene
un micro los viernes, en América 24), lo escuchó quejarse frente a una vidriera
por el precio de un saco de vestir: "¡Cómo te pueden cobrar dos lucas,
estamos todos locos!", dice que exclamó mirando su campera de cuero negra,
que posiblemente haya adquirido por muchísimo menos en su reino del consumo
popular.