Entrevista a Germán Maggiori sobre Entre Hombres, un policial sin falsa modestia
por Pablo Chacón
Entre hombres, la novela del también
cuentista Germán Maggiori, pasó inadvertida en los 90 cuando el país atravesaba
la furia del monetarismo ortodoxo y las drogas duras eran moneda corriente,
como fumar en los restoranes y lamentar con pose estudiada el crecimiento de la
indigencia. Rescatada y reeditada por Edhasa, el
libro es un retrato de época y un estudio de caracteres, antes de la
videovigilancia, cuando los pichones actuales del liberalismo no habían roto el
huevo de la serpiente. Maggiori nació en Buenos Aires en 1971; es odontólogo,
urbanita y un lector compulsivo, además de autor “Poesía estupefaciente”, una
memorable colección de relatos publicados por Milena Caserola. Esta es la conversación
que sostuvo con Lobo Suelto!
¿Cómo pensás que se leyó Entre hombres cuando salió y cómo pensás
que se leerá ahora?
Cuando
salió se leyó bastante poco, debo decir. Alfaguara había armado un lanzamiento
bastante importante en México, organizaron la ceremonia de entrega del premio
en el palacio de Bellas Artes con un montón de gente y me pasé cinco días dando
entrevistas a los diarios, la radio y la tele como si fuera Gardel. Cuando
llegué acá la cosa se apagó de golpe, hubo muy poca prensa y el clima era otro.
Era agosto de 2001, la novela ponía en imágenes muy explícitas la parte más
atroz de la realidad; era como llevar a un moribundo a una visita guiada por la
morgue. Igual sobrevivió, la novela, digo, y se puede seguir leyendo como lo
que en realidad es: un policial. Creo que la intriga, el vértigo, la violencia
y el humor siguen estando ahí.
Es cierto que se respira un aire de
época, pero ¿es tan distinto al actual?
Sí
y no. El clima no es el de derrumbe inminente que se percibía entonces. La
tensión con la que recuerdo esa época, particularmente en el conurbano, donde
vivía, cambió de sentido. Antes, esa tensión era de abajo hacia arriba, hoy
sucede lo contrario. Por otro lado, lo que sí noto es una degradación del mundo
marginal que encarnaban los personajes de la novela, que es consecuencia, entre
otras cosas, de la degradación de los tóxicos que se consumen. Las grandes
bandas de chorros hoy perdieron terreno en manos de los pibes chorros y motochorros,
y eso es obra del paco y los transas que lo mueven en las villas. Se perdieron
códigos, grados de organización y la poca dignidad que quedaba. Hoy, los
cementerios de los barrios pobres están llenos de tumbas de chicos,
adolescentes o preadolescentes, víctimas directas o indirectas de estos vicios.
Lo que nunca cambia es la ausencia del Estado, o su presencia intermitente,
como dice Auyero. Y la cana, que sigue tan violenta y corrupta como entonces.
¿Cómo fue la construcción de los
personajes? ¿En la calle, dando vueltas, eran conocidos?
Hay
dos tipos de personajes: están los pibes, una banda de faloperos inofensivos,
que eran personajes que podían ser parte de mi entorno de entonces, parte de
esa generación a la que el menemismo supo anestesiar abriendo la canilla de la
merca. Y por otro lado están los chorros y los policías para los que, como
diría Borges, tuve que documentarme. Sobre todo para poder apropiarme de una
experiencia y una voz que me eran ajenas, y que de esa apropiación surgiera un
texto verosímil. En ese proceso de “documentación”, a veces estuve inmerso en
situaciones complicadas; hoy me parece una locura, y la única manera que me
atrevo a contarlas es desde la ficción.
Entre hombres parece indicar que no
hubiera mujeres. Sin embargo, buena parte de la novela gira alrededor de la
ausencia o el exceso de mujeres. ¿Esto es así?
El
universo de los hombres de la novela es de alguna manera también el de los
gauchos matreros de la gauchesca o el de los cuchilleros de las orillas de
Borges, o el de las “fieras” de Arlt, esos mundos bárbaros comparten, entre
otras cosas, la indiferencia por el género femenino, su ninguneo y
cosificación. La mujer es vista como un estorbo o una oportunidad donde saciar
una necesidad física circunstancial. Pero esa irrelevancia de lo femenino es
solo aparente. En el comienzo de la novela, por ejemplo, hay una orgía que está
en buena medida narrada desde la subjetividad de una prostituta adolescente y
me parece que en esa corta intervención está condensada y justificada la
importancia del género femenino, Yiyí es la más digna de todos los personajes.
Esto lo vio muy bien, y me lo hizo ver, Elsa Drucarroff.
Pensé en Ellroy, un Ellroy sacado,
atravesado de humor negro. ¿No podría ser “Entre hombres” un policial donde el
humor juega el papel de tornasol para situaciones insoportables?
Sí,
totalmente, el humor es una necesidad constante para sobrellevar la crudeza de
ese mundo, y en general apelo al humor para descomprimir situaciones narrativas
que, por naturaleza, tiendo a llevar a extremos insoportables. A veces siento
que sin esa cuota de humor, el lector me abandonaría, mi “yo” lector
abandonaría a mi “yo” escritor si no fuera por esos eventuales chispazos.