Brasil, lalalalalalá… (Notas obre la fertilidad política)
por Rosa Lugano
¡Brasil tiembla!
Mirar al Brasil, se
nos pide por derechas y por izquierdas, Lo hacemos ahora con gusto. Una
potencia emergente, global, en desarrollo ha estallado. La política de lxs
muchxs ha hecho su re-ingreso a la región por la puerta grande. Ya no es la
miseria (o la “economía”, o la “crisis”), ahora es la política. ¿A quiénes
incomoda la emergencia de una política de lxs muchxs? ¿Qué afectos produce?
El odio infértil de
los soberanistas
Frunce el ceño ante
tamaña irrupción la tribu de los adoradores de la soberanía estatal: advierten
el peligro de lo intempestivo. Las movilizaciones, descontroladas, provocan
acidez estomacal entre quienes –a izquierda y derecha- ejercen el poder de
mando sobre el orden social. Artífices del neo-contractualismo, los
“soberanistas” viven apesadumbrados estos días de retorno al estado de
naturaleza, en los que jóvenes consumistas, caceroleros indignados,
nacionalistas, incluso fascistas –en sus millones de variantes–; entes
manipulados por los grandes medios de masas y demás emigrantes inesperados del
modelo “nacional y popular”.
Las mujeres hemos
visto crecer en nosotras una fina semiótica de la vida. Llamamos “eternos
femenino” a la capacidad de suspender las percepciones habituales –fundadas en
representaciones de conciencia– a tal punto que sea posible reconocerle
fertilidad a cualquier terreno. Los odiadores de hoy, son los estériles de
siempre. Odian, en el alboroto callejero, la neutralización de las relaciones
de mando que sufren estos días las instituciones (incluida la Fifa).
Estos días son
felices, en cambio, para la política en femenino. Esa que obliga a los estados
a coordinar, a expresar, a articular, en una palabra, a negociar con lxs muchxs
y anónimxs, con una multitud amorfa e incontenible, con un indescifrable
nosotrxs. En Brasil, parece, se está forzando una negociación: asamblea
constituyente. ¿Ocurrirá? Y si ocurre, ¿servirá para algo? Nadie lo puede saber
a priori.
El infértil odio de
los “críticos”
Pero no sólo entre
los políticos reconocemos el dejo amargo. Podemos reconocer (por su ceño
fruncido por la eterna desconfianza por la subjetividad de las masas) a los
aristocráticos adoradores de la Teorías Crítica. Adustos, graves,
siempre-preocupados, no saben sino advertir sobre el peligro del nazismo. La
primera reacción de estos germanófilos consiste en adjudicar a las personas una
imperdonable compulsión al consumo, al goce de sus impulsos, en fin, a lo que
llaman su en jerga reproducción
de la lógica cultural del capitalismo tardío.
Estos epígonos
involuntarios de la moral (¡a la Bergoglio!) nos enseñan otro de los caminos de
lo infértil. Brasil para ellos es una tierra anacrónica y salvaje, en la que el
deseo circula, silvestre y amenazantes, al margen de toda sanción de normas sobre
el matrimonio homosexual. No confían en lo público sino tal y como lo define el
estado. De alma y cuerpo se han habituado a identificar razón con poder
disciplinario. Nunca fue tan clara la familiaridad entre hobbesianismo político
y tradición dialéctica como en estos articulados inoculadores de trascendencia,
izquierdosa medrosa, enamorada de la mediación progresista.
Adiestrada en los
mercados y ferias, la vida popular sabe olfatear cuándo la cosa viene para el
repliegue y cuándo para la expansión. Es curioso cómo el crítico cultural del
capitalismo tardío desplaza el objeto de su crítica al entusiasmarse con el
acople entre estado centralizado y economía capitalista, al mismo tiempo que se
ensañan –exclusivamente– con el deseo popular desencuadrado.
Encontramos aquí, en
el estado capitalista que da derechos, otra cara de lo estéril, ya que esos
derechos se asientan en el ensamble entre gobiernos y mercado.
En ruptura con esta
cultura patriarcal, las calles del Brasil nos muestra el lado fértil de este compost de movimientos sociales, gobiernos
progresistas y crecimiento capitalista: allí están los hijos del PT,
efectivizando su derecho más igualitario, el de hacer las cosas a su modo y de
luchar por bienes públicos de mejor calidad, de establecer –como lo dijo en la
tv estos días una mexicana bien chingona que paso estos días por Buenos Aires—
un horizonte apropiador.
El odio populista a
la democracia radical
Finalmente,
reconocemos también por su ceño fruncido y su bipolaridad creciente a los amigos
del pueblo, los adoradores populistas de los liderazgos y las identidades
nacionales. Estas arañas sólo conciben su amor a las masas en andas de emotivos
discursos presidenciales, o en el peor de los casos votando –ya desarticuladas-
un plebiscito. Vaya vaya con estos seres articuladores de demandas y cultores
de la identidad cultural de su pueblo: basta que unas movilizaciones se
realicen en contexto de gobierno progresista y “pobristas” para que comiencen
con su lloroso lamento de “golpes” y ataques a la democracia.
Odian, telúricos, la
tierra fértil: consideran inadmisible que la democracia y la gestión colectiva
sea algo al alcance efectivo de la gente que hace sus vidas por fuera de las
relaciones de mando. Temen la irreverencia juvenil, desconfían de la
constitución de nuevos deseos y subordinan toda dinámica efectiva de defensa de
la calidad de los bienes públicos a la creación de instituciones a la guerra
mística contra la “derecha” (con la que, igualmente, siempre tranzan). Amantes
de lo estéril, se refugian en su fe ciega por el sistema-político (al que
llaman “la política”) y en sus transacciones económico-financieras (las únicas
legítimas) a partir de su inserción “realista” en el mercado mundial.
Pues bien, las
prácticas de la crianza –que no es sino el cuidado de la vida misma– nos han
enseñado a reconocer en lo inesperado los signos de lo vivo que pugna por
engendrarse colectivamente. No hay promesa emancipatoria en esa multitud amorfa
e incontenible, no hay garantías de avance en ese indescifrable y aluvional
movimiento.
Es sólo la gente que
quiere negociar su existencia. Nada más que eso; nada menos que eso.
Izquierda / Pueblo /
Critica / Estado / Derechos / Derechos humanos / Militancia / Inclusión: ¿no
hemos aprendido ya a reconocer en esta lengua pedagógica el caparazón en la que
el mando patriarcal capitalista anula nuestras sensibilidades?