Primer paso de la contienda electoral: el Acontecimiento-Massa como novedad y la eficaz máquina política del kirchnerismo
Por
Juan Pablo Maccia
Qué hay de nuevo tras el cierre de listas? Pregunto
así porque de “novedad” hablaron los grandes medios los últimos días. ¿Y qué
sería entonces “lo nuevo”? La decisión del intendente de Tigre, Sergio Massa,
de candidatearse por fuera de la lista oficial como diputado nacional por la
provincia de Buenos Aires. Concedamos, sin queja, a responder la consigna y
tratemos de entender en qué consiste esta supuesta novedad.
Ante todo, parece,
que esta decisión de armar un frente “renovador” evidencia y anuncia el fin de ciclo de la gestión kirchnerista.
Este razonamiento, podríamos diagnosticar, tiene todos los tics de la
eyaculación precoz. Pues es evidente para cualquier ser sensato que la
presidenta sigue conservando todo su poder. Quienes lo contrario sostienen señala
con ahínco, como principal evidencia, que la caja negra del kirchnerismo (una
caja negra ocupada, en general, por Cristina Fernández) se encuentra en un
proceso de marcado debilitamiento, cuyo signo distintivo es la pérdida de influencia
(admiten que relativa) respecto de la CGT, de la justicia, de cierta prensa, de
la iglesia, del dólar, ahora de algunos intendentes del FpV.
Pero es una
verdad de Perogrullo que el precoz, en su celeridad, pierde de vista la
materialidad real del tiempo. Se pasa, así, por alto que, lejos de ser un
proceso en desintegración y de reconfiguración de nuevos poderes
político-electorales, fue la misma presidenta quien decidió y forzó la ruptura
con sectores de la corpo sindical,
judicial, periodística, financiera y eclesial. Y hasta con algunos intendentes;
lo que incluye la casi ruptura con el principal gobernador del FpV.
Sin embargo,
es evidente que con sólo ganar las próximas elecciones (algo que parece de lo más
previsible), esta caja negra –y la presidenta en primer lugar– recuperaría
buena parte de su influencia sobre el sistema político y social. El “fin de
ciclo” no es un fenómeno natural,
evidentemente, sino el horizonte de deseo de la oposición. Y sería su principal
objetivo político sino fuera que su debilidad le impide imaginarse grandes
metas.
Podría
arriesgarse que la demasiado macrista novedad
de fenómeno Massa sería el retorno recargado de la vieja post-democracia. Es
decir, la preeminencia de un modo de gobernar en el cual los números de las
encuestas, la audacia en la construcción, mayormente mediática, de sí mismo y
los negocios constituyen las variables fundamentales del poder constituido.
Pero esta novedad que le estamos atribuyendo a
Massa, no es difícil darse cuenta, tiene mucho de kirchnerista. Veamos por qué.
Después del
2001, la construcción de un sólido sistema
político es la utopía, impotente en su nostalgia, de todos los sectores de
poder. Indica la genealogía que fue sin dudas Duhalde el padre y primer gestor del “retorno de la política”. La emergencia
sorpresiva del kirchnerimo –continuación del duhaldismo por otros medios… progresistas–
vino a enturbiar la escena con elementos propios: con más épica (Néstor) y
glamour (Cristina), la década ganada por el “proyecto” tiene como rasgo
principal la puesta en juego de una capacidad de hiper-gobernabilidad fundada en
la proliferación de excepción permanente.
O dicho en
otras palabras: la caída de Duhalde –a causa de adoptar la opción represiva
ante el movimiento piquetero– abrió las puertas a Néstor, un maestro de la
política que supo consolidar poder ampliando su base de sustentación hacia
elementos por naturaleza inestables
(movimientos sociales, sindicales, de derechos humanos, intelectuales críticos,
juventud).
También
Cristina demostró su maestría en la alquimia de la política dotando a estos
elementos (nuevos en la formación del estado) en un eficaz dispositivo de
gobierno del peronismo. Con solo mirar el cierre de listas uno puede hacerse la
idea de hasta qué punto este sistema de poder sigue funcionando a la hora de
subordinar a un sector electoralmente muy importante del PJ, sobre todo en las
Provincias. Y caso Scioli y su andar dubitativo son un ejemplo palpable de este
funcionamiento. La novedad Massa, entonces, encuentra su primera y principal
contracara en el problema de cómo sostener su ciclo, re-inventando su sistema
de liderazgo.
Del lado de la
oposición, el panorama hace rato que está claro: se trata de ver quién logra ponerse
el disfraz de Capriles y aparecer como opción convincente de recambio. La
“centro izquierda” intenta jugar de local y ganar de aquí al 2015 la Ciudad de
Buenos Aires. El peronismo disidente procurará sostener sus votos en Córdoba y
Provincia de Buenos Aires. Pero, insistimos, ¿cuál es la novedad de Massa en
este entramado?
En perspectiva
histórica, Massa aparece como el primer dirigente de la derecha del Frente para la Victoria que se decide a
desobedecer al sistema de poder que hegemoniza cristina, sin pasarse a la
oposición antikirchnerista. Si Scioli aspira
–no sin cierta ingenuidad– heredar un kirchnerismo sin reelección ni candidato
de recambio (el Daniel-Nauta), Massa inaugura una modalidad mucho más activa de
convocatoria y conducción política. Se trata de anticipar el tono y los modales
del postkirchnerismo, apurando al kirchnerismo en su punto más flojo: su
incapacidad para el relevo en el vértice de la conducción política.
En síntesis,
si la poco alentadora novedad Massa existe
pareciera hacerlo como radicalización de la ultra-gobernabilidad kirchnerista, pero
en este caso enfatizando en la neutralización definitiva de aquellos elementos
inestables que fueron la base de la rebelión del 2001 (la juventud, el cambio,
la organización social).
¿Puede
funcionar tal cosa entre nosotros? Espero que no.
¿Podemos
esperar reacciones ante tal tentativa? Imagino que sí.
Pues, por
imperceptible que sea, este paso a la moderación y la insensatez implica cruzar
la invisible línea roja a partir de la cual la iniciativa pasa a ser definitiva
de la reacción.