De Pies a Cabeza:


MANIFIESTO EDITORIAL




La cosa arranca con un pequeño desplazamiento: sacamos al fútbol de la sobremesa, de los pasillos de las facultades y los tiempos muertos en los horarios de trabajo, del corrillo a los apurones, de esas noches largas, insoportables… Si el fútbol trafica deseos, vivencias e intensidades, si se vuelve en muchos momentos registro y caldo de mutaciones en las formas de vida, si tiene capacidad de afectar y ser afectado por el mundo, el fútbol pide a gritos centralidad. Gritamos con él. Un grito eufórico, insensato y justo, desesperado y divertido, un grito que abre zonas de pensamiento. Porque el fútbol ya tiene centralidad, y el grito que hace escribir es de reconocimiento, de humildad, porque los que se dedican a los “oficios intelectuales” -vale decir los oficiales del intelecto- se permiten la veleidad de la ceguera. 



El fútbol mismo piensa. Es un modo de pensamiento; no únicamente lo pensado/valorado, sino un lugar desde el cual pensar/valorar. Un lugar de enunciación, y no solamente lo (una y mil veces) enunciado. Hablar de fútbol, hablar de las cosas desde una matriz futbolera, hablar futbolero, en fin, hablar-fútbol (por cierto que no hay mayor proveedor de metáforas en nuestra habla argentina que el fútbol, pero no se trata solo de eso). Y si creemos que desde ahí se piensa (o como diría Nietzsche: desconfío de todo pensamiento que no sea a su vez una fiesta de los músculos), el mundo de la pelota es entonces un lugar de acontecimientos. Acontecimientos que cuando nos atraviesan se convierten en problemas más o menos urgentes.El fútbol, entonces, como el pensamiento por otros medios. Unos medios no-mediáticos. Un pensamiento que pica, se juega, se mueve, que involucra músculos, nervios y estados de ánimo; un pensamiento que late

Fútbol estimulante de los pueblos, latir colectivo. Pero si bien criticamos la definición del fútbol como alienación colectiva, no gambeteemos el problema; este espacio se despliega con una apuesta política clara: el fútbol como estimulante de lo colectivo en tanto esté liberado (de las capturas mediáticas, publicitarias, políticas…). Menuda tarea. El fútbol se ha vuelto representación y simulacro del mundo. Un gran relato que es en realidad un monólogo. Una locución del mundo y de la vida. Para nosotros, en cambio, el fútbol no representa o identifica, sino que es acceso al mundo y fábrica de mundo (es un lenguaje, un saber, una serie de códigos e imágenes…). Así, un corrimiento: del mundo del fútbol, al mundo-fútbol. 

Un mundo-fútbol en donde se expresan y entrenan dispositivos de poder, inteligencias colectivas, proyectos vitales, modos de estar, lógicas sociales, mutaciones corporales y estéticas, éticas y morales. Formas de jugar… Estamos jugados. En tanto el fútbol es presa de las más intrincadas operaciones de todo lo turbio en este mundo, se abre como campo de batalla. Terreno donde los poderes se ejercen, terreno donde pueden ser combatidos. Los intereses espurios y las explotaciones de tan diversa calaña solo anidan en el fútbol porque le reconocen una inagotable fuente de pasiones auto-instituidas. La presencia del enemigo muestra el patrimonio fundante del nosotros y es otro motivo para hacer fuerza, ir a trabar, despejar y hacer jueguito con el fobal en nuestro sentido. 

Es así, hay un nosotros-fútbol. Por eso la cosa arranca también con la apuesta de desplegar una mirada generacional del fútbol. Por un lado, las memorias compartidas; los recuerdos de esos equipos, las risas sincronizadas, los códigos, aquellos álbumes de figuritas de la infancia, los videojuegos… pero también las vivencias del mismo cinismo: fuimos apalabrados por los mismos periodistas y expertos. Por otro lado, valoramos y recuperamos saberes generacionales que nos son comunes; las estrategias del aguante, la información sensible y vital de la época, los mismos desencantos y odios, los mismos trayectos por diferentes tribunas… Un común-sensible. Porque finalmente, sobre el verde césped corren y chocan colores enfrentados, fragmentando asimismo el espectro social en cuadros que se odian, tanto como se necesitan. La separación que induce el fútbol no es una partición, es una compartición: estilos, regiones, cantitos y nomenclaturas, colores tan ricamente variados, corremos todos, somos expresiones, todos, de un mismo deseo. 

Por último, esto es también un llamamiento a la des-vergüenza. Convocamos a pibes y pibas a desvergonzarse: el fútbol, como el rock, son textos generacionales. Cuántas historias, estrategias, cuánta secuencia y anécdota hay en la experiencia-fútbol, en la vida-futbol. En sus pliegues hay una potencia de combustible para la creación de nuevas imágenes para habitar la época. No son saberes bajos, no son objetos de estudios meramente académicos, no son únicamente tatuajes escondidos bajo las remeras; son lugares desde los cuales reinventar el mundo. En el fútbol, millones de nosotros hacemos historia. Tomando la experiencia y las memorias de las generaciones pasadas (el pensamiento generacional habilita lo inter-generacional), recreamos el espacio para los que vengan después. Desaforos y canciones, formas de estar en la cacha y de hacer fuerza y de jugar a la pelota y de conmoverse, nuestros gritos futboleros ligan el pasado con el futuro. (Presente es eso: un lugar imposible entre un pasado a disponer y un futuro a ser jugado.) 

Es así nomás, presionamos en el área contraria y recuperamos la pelota. Nos toca jugar a nosotros, somos un equipo que arriesga y va para adelante, y, sobre todo, que tira mucha pared. Paredes que, en el fútbol, no limitan, paredes que multiplican los senderos trazados en la vegetación –neutral pero cargada de hostilidades-, paredes que propagan las instancias de presencia nuestra. Levantamos la cabeza, los pies sensibles, y empezamos a tocar…