Kirchnerismo: extemporaneidad latente
Por César Altamira
Punto de partida
En los últimos tiempos, especialmente a partir de la llamada crisis del
campo, junio de 2008, he evidenciado con dolor, el distanciamiento de
compañeros con quienes compartí una vida de militancia política afín. Sin
percibirlo, se gestó una fuerte tensión derivada del posicionamiento político
que cada uno manifestaba con relación al gobierno kirchnerista.
Los desacuerdos, que hasta ese momento se expresaban en matices, se
volvieron diferencias irreconciliables que derivaron en separación y desunión.
¿Dónde buscar las causas de esta intemperancia? ¿Cómo dar cuenta de esta
imprevista situación, inimaginable, inédita y al mismo tiempo extraña, que
lesiona y lastima, disgrega y debilita? En los últimos días, luego del
apabullante triunfo electoral de CFK del 23 -10, a raíz de la lectura de
escritos y valoraciones políticas relacionadas, comencé a percibir los motivos,
las causas más profundas de los alejamientos. Las líneas que siguen intentan
dar cuenta de estas diferencias.
Considero que el motivo del apartamiento y tirantez debe buscarse en la
valoración dada a los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 y en
cómo se lee el rol que ha tenido la política kirchnerista respecto de las
perspectivas posteriores a los mismos. Aquel formidable laboratorio político
argentino del 2001 puede verse como antesala de los procesos del 2011 en Túnez,
Egipto, Barhein, Grecia, España, Italia y del propio Wall Street y Wisconsin, a
condición que cada uno se mire desde su especificidad y particularidad propia.
La crisis argentina del 2001, anticipación de la crisis global de nuestros
días, evidencia la primera gran derrota del neoliberalismo en América Latina.
El 19-20D clausuró una etapa de hegemonía neoliberal y generó dimensiones
políticas inéditas hasta ese momento. Fue el despertar de un proceso de
multitudes que tras la consigna “que se vayan todos” expresaba la crisis de
representación que asolaba a la Argentina. Tiempos asamblearios y de
horizontalidad, donde los voceros eran las mismas asambleas, expresión visceral
de rechazo a los partidos políticos, fueran estos del sistema o no. La política
adquirió un significado diferente como registro del propio accionar de los
participantes, desbordando los canales institucionales tradicionales. La praxis
social cuestionaba la democracia representativa del Estado burgués, mediante
reapropiaciones del espacio público y nuevos lazos colectivos de solidaridad
que se dieron en un marco de deliberación social. La creación política del
19-20D proyectó nuevos valores y principios frente a la lógica de la
representación.
Vivimos una etapa de transformación histórica del capitalismo, similar a
aquella indicada por Gramsci en su trabajo “Del americanismo al fordismo”;
pero, en este la transformación se da del capitalismo industrial a un
capitalismo cognitivo. Mientras esto es para mí evidente mis antiguos
compañeros de lucha lo desatienden. Otorgan al kirchnerismo un rol renovador
que para mí es regresivo respecto al panorama abierto en 2001. Todo esto puede
resumirse en una pregunta: las luchas de resistencia ¿deben interpretarse como
luchas anti-neoliberales tout court o considerarse como luchas
biopolíticas?
Creación política, autoorganización y
resistencia
Nadie entre los oprimidos y explotados imaginó que esa rebelión
engendraría un movimiento independiente de asambleas barriales, quizá el más
importante producto social y cultural desde el Cordobazo que adquirió el
carácter de destituyente. Desde entonces, la vida social se aceleró al ritmo de
la crisis política, mientras el mundo percibía la aparición del fenómeno. Lo
que era impensable se volvió posible. Un amplio sector de los nuevos
trabajadores, formales e informales, desempleados, precarios, piqueteros,
estudiantes, vecinos del conurbano, decidieron subvertir su propia existencia
tirando por la borda muchas de sus viejas creencias. Nunca un movimiento
naciente tuvo tanto programa junto en tan poco tiempo. Pero pocas veces fue tan
versátil, invertebrado y hasta contradictorio. Las asambleas eran el programa
en movimiento, fenómeno que les imponía el desafío de ejercitar nuevos
aprendizajes, inéditos en muchos sentidos, modificando hábitos estructurados
por años en rígidos locales partidarios, programas y modelos históricos.
Sin embargo, sería erróneo suponer que las asambleas barriales surgieron
como consecuencia directa y unívoca de los acontecimientos sucedidos el 19 y 20
de diciembre de 2001. No obstante, podemos establecer esta fecha como
condensación de un momento histórico que da origen a la auto-organización
vecinal, especialmente en barrios de la ciudad de Buenos Aires y, en menor
medida del conurbano bonaerense y otras regiones urbanas del país. Previo a
estas jornadas, se sucedieron una multiplicidad de hechos dinamizados en gran
parte por el movimiento piquetero. En los sucesivos piquetes, la dinámica
asamblearia devino en órgano de decisión política y en dispositivo de
regulación de la vida enmarcado por la solidaridad y el compañerismo. Una de
las características distintivas de las asambleas fue su grado de heterogeneidad,
que en vez de resolverse en eclecticismo caótico y amorfo, emergió como dialogo
permanente y transversal entre las diversas prácticas y corrientes de opinión
al interior del campo popular. En este tipo de espacios (auto) organizativos,
cientos de vecinos y vecinas confluyeron en pos de proyectos colectivos
diversos, que se delineaban en la propia acción cotidiana como instancias
fundamentales de aprendizaje.
Un difundido análisis destaca al kirchnerismo, como gobierno
neo-desarrollista “inclusivo”, favorecedor de políticas reparatorias en
DDHH asentadas en la Memoria, Verdad y Justicia, impulsor de la
ampliación de Derechos sociales (Ley del matrimonio igualitario, Asignación
Universal por Hijo, AUH, Jubilación para amas de casa, Plan Trabajar etc.) y de
la democratización de los Medios, en diálogo con los movimientos sociales,
refractario a la represión social y hacedor de un importante crecimiento
económico que, si bien se asienta en la sojizacion y en las industrias
extractivas, ha “derramado” un apreciable crecimiento sobre la industria así
como una importante disminución del desempleo y de los índices de pobreza.
Desde esta perspectiva el rol de oposición y crítica queda reservado a una
derecha anacrónica que excluye toda exterioridad y formulación de política de
izquierda. Esta representación del kirchnerismo refuerza una dominación
centrista; lo que Etienne Balibar ha denominado extremismo de centro. Ello
implica renegar de las diferencias específicas entre los discursos políticos
ubicándolos indiferenciados en el lugar a disputar. Lisa y llanamente la
anulación de la política. Rechazo esta cándida y falsa lectura del
presente. Propongo en cambio considerar el 19-20D y el nivel de luchas
alcanzado como el momento en el que se pone de manifiesto la época del
capitalismo que vivimos.
Kirchnerismo al desnudo
Uno de los mayores méritos del kirchnerismo es haber leído correctamente
el malestar político existente en Mayo 2003, agudizado por el asesinato de
Kosteki y Santillán, junio-2002, hecho muy presente en la memoria corta de
quienes habían sido actores principales en el 19-20D. Montado sobre el
descrédito del gobierno justicialista de Duhalde, Kirchner sembró la bandera de
la “transversalidad” y el diálogo con los movimientos sociales, como construcción
política alternativa a la burocracia del Partido Justicialista, mientras
iniciaba una política de fuerte compromiso con los DDHH, y remoción esperada de
la Corte de Justicia. La primavera kirchnerista recogió
rápidamente sus frutos: en pocos meses el gobierno, que había asumido con un
escaso porcentaje de votos, revirtió esos números superándolos largamente. Tres
momentos simbolizan lo mejor del capital político progresista que supo acumular
el oficialismo en esos años: la entrega de la ESMA a los organismos de Derechos
Humanos, la derrota de George Bush y del ALCA en Mar del Plata y finalmente la
recuperación y entrega del Campo de Concentración de La Perla en Córdoba. Las
tres actividades abrían tiempos de esperanza para avanzar en un diálogo político
productivo gobierno-movimientos. Pero las promesas fueron naufragando. Desde
las elecciones parlamentarias de 2005 Kirchner optó por renovar el clásico
andamiaje electoral del PJ, especialmente la maquinaria clientelar de los
intendentes del conurbano bonaerense. De esa manera, la transversalidad política
postperonista se redujo a reciclamiento de las caducas estructuras políticas y
sindicales, siempre proclives al gatopardismo. Lo menos que se puede decir es
que el grado de persistencia de lo viejo contrasta vivamente con la enfática
retórica declamativa de nuevos tiempos. Los procedimientos y las formas de la
política se condicen harto más con los deslegitimados usos del pasado, que con
los contenidos políticos pretendidamente nuevos de los que se alardea en el
presente. El kirchnerismo siempre se caracterizó por decir una cosa y hacer
otra.
Obsesionado por subordinar el movimiento a su proyecto político,
anulando la autonomía y el diálogo que se apartara de este objetivo, politizó
de diferentes maneras el espacio de las luchas de resistencia biopolíticas,
buscando retrotraer la experiencia autoorganizativa del 19-20D a modalidades
previas. No se dudó en quebrar por asfixia, restando ayuda social, a aquellos
grupos refractarios que mantenían grados de autonomía; integrar, incluso a
nivel institucional para gestionar las políticas sociales, a quienes se
mostraron permeables a su construcción política abandonando el corte de
ruta; e ignorar a aquellos que se mostraron como insumables e
incorregibles. Se estimuló, con obsesión permanente, el divisionismo para
cooptar aquellas organizaciones sociales que le vistieran de una pátina
progresista, como fue el caso de la CTA. Casi no hubo estructura política
y social, más allá de algunas versiones de izquierda dogmática, que no entrara
en fuerte crisis interna durante el gobierno de los Kirchner. Inclusive algunas
de las organizaciones que se sumaron al oficialismo fueron deshilachando su
poder de convocatoria, como el caso de la Federación de Tierra y Vivienda. Otras,
como el Movimiento Libres del Sur, se alejaron del gobierno cuando Kirchner
asumió como presidente del PJ, 2005. Esta estrategia de captación y
subordinación política culminará en mayo del 2011 cuando salen a la luz una
sumatoria de hechos vinculados a desvío de fondos, estafas y corrupción
asentada en la carencia de controles del kirchnerismo sobre fondos públicos
entregados a la ONG Fundación Sueños Compartidos que las Madres de Plaza de
Mayo habían formado, para la construcción de viviendas populares. Lo
inaceptable es cómo, impulsado por el kirchnerismo, una organización de DDHH
pudo convertirse en tres años en la segunda empresa constructora del
país. Más allá de la responsabilidad política compartida,
gobierno-Madres, nos interesa subrayar cómo el afán de cooptación y
subordinación del organismo Madres de Plaza de Mayo condujo a su transformación
en empresa capitalista.
Quiero remarcar que no tengo nostalgia del 19-20D, ni sostengo una
visión de teleológica de la política. Me inclino por leer en la contingencia y
en lo inesperado el signo de la época antes que por entenderla como un devenir lineal
y necesario. Mi fidelidad política al 19-20D tampoco me inhibe reconocer la
productividad política del kirchnerismo. La decisión de ejecutar la AUH
(Asignación Universal Por Hijo), más allá de no ser iniciativa del gobierno,
significó un valioso aporte a la productividad social: un reciente informe
atribuye a esta medida social el aumento de 140.000 nuevas escolaridades en sus
beneficiarios. El derecho a la jubilación otorgado a las amas de casa, como
implícito reconocimiento de la remuneración a los espacios reproductivos
(2.400.000 nuevas jubilaciones) es también parte de ella. Aunque en ambos casos
el kirchnerismo las incorpora como política reparatoria para combatir la
pobreza.
En busca del tiempo perdido
No veo en el kirchnerismo la expresión de nuevos tiempos políticos; por
el contrario expresa los viejos registros de una sociedad hoy inexistente;
aunque le han resultado efectivos a la hora de saldar cuentas con algunos
sectores capitalistas y sumar simpatías sociales. ¿Cómo explicar su permanente
atención a las Convenciones Colectivas de Trabajo, como el gran logro de su
política laboral, cuando sólo el 25 % de la fuerza de trabajo se encuentra
convencionada? ¿Cómo considerar un logro importante la estatización de la
jubilación privada por el mero hecho de la estatización, cuando se conserva la
misma lógica del funcionamiento: manteniendo las acciones de Bolsa heredadas de
las AFJP, reforzando esta condición al exigir nuevos lugares en el directorio
de las empresas socias? ¿Cómo dar cuenta de sus llamados permanentes a la
reindustrialización, sino como nostalgia de un fordismo, aunque trunco,
perimido? ¿Cómo explicar sus permanentes llamados a la “vuelta de la política”,
que pensada “desde arriba” ignora la producida el 19-20D? ¿Cómo dar cuenta de
su idea del mercado interno como dinamizador de la economía en un mundo
globalizado cuya respiración incide de manera directa sobre la producción nacional?
¿Cómo dar cuenta de la apuesta oficial por disolver la potencia de la
movilización del 19-20D y su reemplazo por el estado como actor privilegiado,
aún en nombre de la defensa del propio movimiento?
El kirchnerismo considera al 19-20D expresión de un espontaneismo
infantil, inapropiado e improductivo, fuera de todo registro partidario,
portador de una anarquía política que necesitaba ser restaurada. El retorno
de la política, o el volver a creer en la política como arma de
transformación, dos banderas tan íntimamente kirchneristas, significa:
recuperación de las instituciones, restablecimiento de la representatividad de
los partidos políticos, en especial del PJ, consolidación y crecimiento de las
organizaciones sociales afines al gobierno, reposicionamiento del estado y last
but not least “crecimiento económico con inclusión social”. Le espanta el
carácter destituyente del 19-20D por el temor de verse reflejado en esa
historia. Sin embargo, debo anotar, hay algunos registros que desmienten estas
valoraciones. A pesar del sostenido crecimiento económico, 7% promedio anual en
los últimos 8 años, se mantienen aún elevados índices de pobreza, superiores al
25 % (53 % en 2003), precarización del trabajo (40 % de la fuerza de trabajo) y
un nada despreciable desempleo juvenil estimado en el 18 %.
No considero productiva la crítica al kirchnerismo tutelada por las
deudas sociales no cubiertas aún. Creo importante marcar las omisiones y vacíos
que proyecta. Su torpeza para comprender que la sociedad del trabajo fabril,
dependiente y permanente ha mutado por otra, del trabajo social extendido en la
metrópoli, donde producir es producir en red, donde la cooperación social se
vuelve imprescindible. Su dificultad para reconocer que el obrero fabril,
sujeto productivo clásico, ha sido reemplazado por un trabajador productivo
esparcido en las redes sociales, en los territorios metropolitanos, en las
redes tercerizadas, en las actividades de producción y reproducción. En el
nuevo capitalismo cuando la vida es puesta a trabajar, cuando el tiempo de vida
coincide con el tiempo de trabajo, producir es producir subjetividad. Su
imposibilidad de reconocer que la productividad social se gesta en la
interacción de las diversas redes productivas, y que esa productividad, ese común
construido que es expropiado, debe ser remunerado. En fin, su incapacidad para
registrar que la precariedad no es una condición pasajera sorteable, ya con
industrialización que sederrama, ya con ayuda estatal, sino una
condición de existencia ontológica, utilizada por el capital para contrarrestar
la tendencial autonomía del capital variable en estos días, superable sólo con
el reconocimiento de un ingreso universal que dé cuenta de ello.
Nada parece indicar que CFK vaya a torcer el rumbo consolidado en 8 años
de gobierno. Me animo a decir que su figura política es mucho menos trasgresora
y más acartonada que la del propio Kirchner. Por ello su apuesta a la
conformación juvenil de una elite burocrática de estado, La Cámpora, garante de
una gestión de estado subordinada al poder político, antes que una organización
con enclave territorial como lo fue la JP. En ese sentido CFK encarna una
visión postmoderna socialdemócrata de la política. A pesar de las políticas K
el ciclo de luchas que parecía interrumpido en 2003 ha continuado su trabajo de
topo. Las numerosas Asambleas contra la minería nucleadas en la Unión de
Asambleas Ciudadanas, los centros educacionales de formación como los
bachilleratos de Chilavert, IMPA, Roca Negra y Las Tunas son todas iniciativas
que se desarrollan y crecen abajo y a la izquierda junto a emprendimientos
vinculados a salud, producción y cultura testimonio de una potencia de vida,
del hacer multitud, como hijos del 19-20D que resisten a las tentaciones y
seducciones del poder. Espacios de producción y reproducción de vida que han
ganado centralidad en la vida de los explotados como nunca lo habían hecho
antes. Ahí está mi apuesta.