Mapa del nuevo sentido común progre
por Oscar
Guerra (acodado en la Barrica)
Uno. El nuevo sentido común progresista
Asistimos
a una inédita beatitud. No era así ayer nomás, dos años antes. El denominado
campo cultural pareciera plegarse al entrenamiento de un nuevo sentido común
progresista -nuevo en su gubernamentalismo, su afán de gobernar-; un
pensamiento de la cultura que usa como legitimación a la política (“la
política”), a la vez que se da la inversa, la cultura legitimando a la política
(comillas). En el extremo –o ni tanto-, la política y la cultura como marca
distintiva.
El
modelo de politicidad de esta nueva progresia es la adhesión. La adhesión puede
ser declamativa o preactiva (quieromilitar@hotmail.com).
Ante las
encerronas de la época, comparemos con lo desconocido. Mientras mapeemos un
poco lo que hay. No hacer un plano de las posiciones actuales. Hacer un plano
escracha tu posición en el sentido de que mecaniza un panorama y cuando llega
el turno de definir tu posición, lo haces con la misma mirada tosca y distante
con que esquematizaste las posiciones de la hora. Es por eso que muchos amigos
y compañeros, sobre todo los que tienen cierta experiencia, se ofuscan cuando
trazan estas visiones de la perspectiva macro. Uno queda en un lugar choto,
pero porque se constituye discursivamente en el régimen expresivo de esa
enumeración fría.
Hay
empero mapas que pueden hacerse sin necesidad de altura, sin panorama ni
suponer quietud del espectro. Una constelación -no visual sino- táctil. El
dibujo de una escena de tensiones. Una escena donde la información nos llega
transmitida por todo lo que nos toca, que es, obviamente, una harto pequeña
parte de la sumatoria de relaciones sociales, pero, empero, es un montonazo de
cosas diversas entre si. No hay una o unas formas de relación que detenten
propiedad –o sea posición privilegiada- de la afectación informante. Los vasos
comunicantes de la afectación son de la más alta complejidad. Y eso ya es no
estar atrapado en tu vida.
Como una
caricia: erotiza porque se toca mucho más que lo que literalmente se toca, o
mejor dicho, es un tocar que siente más que lo que toca.
Un golpe
puede enseñar –ojo-, pero un golpe demasiado sacudón, en cambio, te desorienta,
y perdés tu mapa.
No por
nada los ciegos, salvados de la verificación policial de la vista, van dando
golpecitos. Y leen –¡la información mayor!- acariciando, palpando.
Mapa, de
lo que se hace sentir. Para eso hablamos: hablamos de las cosas que están
pasando. De lo que pasa, vemos más planos si ponemos en común los matices de la
afectación. Lo que duele, y lo que entusiasma –lo que duele alerta o deprime, y
nada gusta sin entusiasmar.
Dos. El neoconservadurismo.
A la
vez, este modelo de politicidad adhesionista, en una paradoja solo aparente, se
encuentra componible con una especie de neoconservadurismo artístico. El arte
elitista no es solo el que esta hecho para elites, sino el que separa al
artista del que no lo es. La religión del arte. Con sus capsulas ilustradas
(mas petulantes o mas pedagógicas), se encuentra ahora en una alianza de hecho
con este modelo de practica artístico-cultural (el guión, como siempre, es lo
impensado) donde la política es un sello legitimador, y el mecanismo de
satisfacción de politicidad, la adhesión. Alianza: en el punto de que en ambos
hay ausencia de una imagen especifica para la politicidad propia de la práctica
artística.
La
reposición de la política es consustancial con la reposición del Estado
–mirando en principio el discurso de tales reposiciones. Por ese motivo, este
nuevo sentido común triunfante en el mundo cultural, repone parámetros de
valoración entre las estéticas, arrogándose una mecha que dividiría las aguas.
Porque este ensamble, entre arte común progresista y neoconservadurismo (sobre
todo en las decisiones de gestión), se nutre de un alzamiento ante el
cualquierismo.
Tres. El cualquierismo
El
cualquierismo, en principio, es efecto del ocaso de la potencia del Estado de
instituir valores diferenciales efectivos, de su potencia de imprimir a cada
punto social una representación de si mismo, articulando un código –estatal- de
traducibilidad, cofuncionamiento y valor de las cosas. El cualquierismo así
entendido, como efecto de la fragmentación de representaciones, no compuestas
en un plano de sentido integral, fue el carnaval de la diferencia indiferente
de los noventa.
Porque
cualquierismo no es libertad e igualdad. En el cualquierismo hay jerarquías, en
la medida en que la valorización mercantil, la verdad performativa del Valor,
es ella misma el régimen de legitimidad del cualquierismo. Lo que funciona
–detenta precio e imagen- es cierto.
Ante el
cualquierismo, entonces, algunas instituciones de lo vetusto volvieron a gozar
de halo progresista, recuperaron vigencia giros neoconservadores, para que
exista el Arte. Son procesos que se inscriben en la ingenua declamación de
humanismo del Estado ante el “puro mercado”.
Este
neoconservadurismo, ante el mercantilismo, y ante la infinitud imaginal
mediática, se aferra a un sistema de circulación del arte, y del pensamiento
cultural, que es, en si mismo, un sistema de producción (porque si como decía
Barón Biza, ignorar es el modo espectacular contemporáneo de destruir,
mecanizar una visibilidad es producir). Un sistema de producción que presupone
una cadena de verdades, o mejor, de fuentes privilegiadas, sitios
privilegiados, para la verdad. Es conservadurismo porque guarda las
distinciones apriorísticas entre el buen arte y lo cualquiera; es neo porque
toma para si la tradición de las vanguardias, como corpus -toma en realidad
cualquier cosa, que haya demostrado no ser cualquier cosa. El
neoconservadurismo venera y alecciona. Su politicidad es medio iluminista y
medio aristocrática, y su práctica, trascendentista y jerarquizante: arte de
los que saben, cosa seria, cerrajeros del futuro.
Cuatro. Repaso y cinismo
Decimos
nuevo sentido común progresista porque es nuevo en su posición gobernante (o
supuestamente gobernante: adherente). Su ideología tiene un arco de
representaciones y un ideologema central, aunque no tan dicho, que pregona una
vocación por el gobierno. Hay que gobernar. Es más: tenés que querer gobernar.
Cualquier cosa que no quiera gobernar, es impolítica. Su estado anímico grupal,
sin embargo, es la fiesta. Ese festejo es también una forma de mantener el
calor en guardia para atacar a sus detractores, tanto los que creen en las
transformaciones anunciadas y se oponen, como a los que dudan de la calidad de
las evidencias que invitan a adherir (en esta guerra inmodificada de modos de
vida, cada mundo tiene sus evidencias).
Adhesión,
neoconservadurismo, cualquierismo… El cualquierismo no se formula preguntas
sobre sus modos de producción, ni sobre el vínculo que tiene con su exterior.
Ante la Verdad
del Arte, el cualquierismo abre una brecha de indeterminación, que acaso remita
a una emancipación, pero hoy, genuflexo ante el nuevo Espectáculo (¡del que
todos somos actores, y mas, productores!), milita la indiferenciacíon de la
vida (y es impolítico en ese sentido).
Otra vía
fácilmente reconocible para los emplazamientos de la enunciación artística, es
el cinismo. El cinismo dispara tiros que entran por los agujeros que el sentido
común progresista ya tenia (por eso es mas burlón que agresivo).
Del
cualquierismo se mofa de pasada –no sin cierta pena cierta-; y del
neoconservadurismo tiende a sustraerse porque, al fin y al cabo, el cínico se
ubica en un llano (en una fragilidad…), pero, a la vez, castra su capacidad de
creación condiciones de enunciación de afirmaciones: la única verdad es el
verdadero desierto; el cinismo es la razón que no hace nada. Pero hay que
reconocer una cierta –baja- salud en el cinismo, esa razón que no hace nada:
desconfía de las imágenes del hacer. Sobre todo, de lo que hoy se arroga el
nombre de política.
Porque
el horizonte de prestigio actual de la política, lo organiza una idea del
"retorno de la política" que resulta aliada de una espectacularización,
en tanto supone una separación entre la política y la vida, como si fuera una
instancia separada en la que se puede o no "estar": “meterse en
política” define a la política como reducto Si querés militar, cliqueá acá. Esa
política es el reducto de lo político, reduccionismo propio de una concepción
apolítica de la política. En el sentido de supone que el cuerpo no forma parte
de un plano donde se encuentran las puntas iniciales del hacer propiamente
político (o sea el que produce cambios en las reglas de las relaciones
sociales), y, entonces, hay que trasladarse e introducirse en la esfera
propietaria de la política. Pensamos, claro, en la diferencia entra “la
política” como la esfera destinada legalmente, orgánicamente, a la tramitación
de los asuntos públicos -pero, por eso mismo, cómplice eterno de la
subjetividad de la época-, y “lo político” como la dimensión, propia de la
enorme maraña de intercambios de los cuerpos, capaz de modificar ese diagrama
de relaciones.
Sentido
común progregubernamental, neoconservadurismo, cualquierismo, cinismo; habría
quizá, mas o menos entre nosotros, una quinta línea, de espacios (condiciones
de enunciación afirmativa) que no se repliegan en sus vasos o en sus revistas o
salas encumbradas, ni tampoco se dedica a la critica desmentidora del sentido
común progresista-adhesionista; tampoco busca el modo de producir y sostener
expresiones artísticas renunciando a toda idea sensible de relevancia histórica
–o sea, a toda asunción de ignorancia del alcance de los propios efectos,
ignorancia que devuelve la exigencia de encararlos con crédito mayor. Son
escenas donde la creación artístico e intelectual implica la creación de
entramados vinculares, mallas de sociabilidad que crean su lenguaje; zonas de
autonomía organizada que no se remiten a criticar la institución retirándose,
sino que forjan un modo de criticar, basado en invitaciones, formular y
sostenerlas, un agite invitador, porque las invitaciones también son la
violencia de la historia.