Represión gendarme en los barrios del conurbano

Por el colectivo Juguetes Perdidos

Compartimos algunos párrafos, a modo de crónica, y también de apuntes para seguir pensando y activando en torno a la criminalización, a qué pasa en las calles, en la noche, en los espacios que transitamos… La secuencia sobre la que gira el texto, sucedió hace poco en un barrio del sur del conurbano: aquí el relato de esos pibes y algunas puntas para seguir dándole vueltas al asunto…


Calles barriales nocturnas, bandas de pibes y pibas las recorren a pasos circenses, moviéndose entre risas ebrias. Pero la noche como destino festivo es clausurada y es utilizada otra vez como terreno impune, se vuelve escenario predilecto para el patrullaje… para ponerse la gorra. 


El típico andar clandestino de los bigotes azules es acompañado con una razia llevada a cabo por los bigotes de verde que hacen relucir sus dientes. Cualquier pibe que pase por ahí entra dentro de lo peligroso… Todos, cara al suelo. (Después seguían los palazos a las rodillas para que nos caigamos). 

Convivencia amiga entre los azules y los verdes… los verdes llaman a los azules para que se lleven a los mayores (todavía no cuentan con sus calabozos aunque ya se los están construyendo), luego continúan la función con los menores, y siguen los palazos y culatazos, violencia al cuerpo, y después viene el descanso: nos sacaron las gorritas y nos las cortaron a tijeretazos. Por último llegó el adiestramiento: después que nos revisaban en el suelo, nos sacaban la gorra y las zapatillas. La gorra la hacían mierda y con las zapatillas nos empezaban a descansar… “devuélvanles las zapatillas a sus dueños” nos decían… Después nos decían que teníamos cinco segundos para ponernos las zapatillas y rajar… contaban hasta dos… y ya nos volvían a cagar a palazos para que caigamos

Se caen a pedazos esas imágenes que tenían los pibes, cuando se enteraron de que los gendarmes entraban al barrio… Esa imagen del buen hombre que “viene de afuera”, y que no está envuelto en los negocios del barrio; se empaña en la convivencia amistosa con la policía. Los gendarmes vienen a potenciar el patrullaje (el marcaje de zonas peligrosas-liberadas, de caras peligrosas, gorras peligrosas) acompañado de un racismo de manual, made in Policías en Acción. Por eso su “cacheo a mano” está relacionado al estereotipo de pibe chorro, por eso se metieron con las gorras y con las yantas chorras… Su ecuación es simple: gorra, unas yantas, pantalón deportivo = chorro = peligroso.


¿Qué diferencia hay entre el policía que vive en el barrio, que participa activamente del proceso de criminalización, con el gendarme, que maneja la estigmatización de manual? Mientras los cobanis agarran a un pibe con apodo y apellido al cual los vecinos depositaron sus miedos, el gendarme viene a potenciar el patrullaje como mecanismo de construcción de peligrosidad, un patrullaje basado crudamente en imágenes y estereotipos. No es que los ratis no reproduzcan ese manual de intervención en base a estereotipos, pero con los gendarmes, al “venir de afuera”, ese manual parece ser el único que funciona. Y el acople de intervenciones entre las dos fuerzas y sus mecanismos entonces funciona. Con diferencias en el nivel de intervención, el acoplamiento es funcional. 

Si recordamos el “Mapa de la Inseguridad”, donde se denunciaban hechos “delictivos” en un mapa virtual, podíamos encontrar una regulación específica de los territorios según la peligrosidad. La entrada de los gendarmes a los barrios se parece más a una efectivización de estos deseos de control que a una política para evitar el abuso policial. ¿Realmente creemos que cambiando la institución que nos controle cambiaremos los abusos y las zonas grises de gobernabilidad? 

Este acoplamiento responde a que las dinámicas y los deseos de los barrios no se transformaron. La dinámica de “ponerse la gorra” sigue conviviendo en muchos de los barrios donde funciona el patrullaje: como forma de marcar zonas peligrosas y rajársela… dejando la gorra disponible para ser usada. En medio de estas dinámicas aparece la criminalización como un modo en que nos relacionamos en un escenario de excepción, donde se dan zonas grises de gobernabilidad… claro que esto no es casualidad… la excepción es una forma de gobernar la precariedad por parte del poder. Por eso la criminalización termina siendo una forma en la que tenemos de leer nuestra precariedad en clave de inseguridad. ¿Podemos agrietar este proceso que hace que leamos la precariedad que nos afecta, directamente desde el par inseguridad-criminalización? 

No se puede dejar de pensar en una de las inquietudes que pudo posibilitar esta política: que en cada una de esas zonas grises de gobernabilidad, de narcos, de armas, de autos incendiados… en cada bala, caen vidas que rápidamente quedan tras el velo de la indiferencia (vidas de guachines, de tranzas o de policías giles). Y desde ese lugar no podemos quedarnos esperando hasta que se hagan efectivos los discursos que justifican y ven toda solución en la distribución de la riqueza desde arriba… tenemos que pensarnos en la precariedad y en cómo se arman las fronteras de la criminalización, como podemos componer modos de cuidarnos sin caer necesariamente en ponernos la gorra, rescatando nuestros modos que tenemos de contenernos en la fragilidad…