La nausea amarilla (II)

Al macrismo y al kirchnersimo les gustan las fiestas. Para unos se trata de un cumpleaños de quince, con baile y cotillón tipo carnaval carioca, para los otros se trata de espectáculos, artistas, las buenas noticias y la “buena onda”.


Al macrismo y al kirchnerismo les interesa gobernar los territorios. Ambos apelan a las mafias locales para hacerlo. Unos dicen que es por la inclusión social y los otros también. Ambos victimizan lo social y lo convierten en un objeto pasivo de intervenciones (organizativas, disciplinarias, financieras).

Al macrismo y al kirchnerismo les interesa el tratamiento securitista del territorio. Unos buscan asemejarse a una moderna policía norteamericana. Los otros saturan el espacio con fuerzas militarizadas. Los primeros lo hacen en nombre del orden. Los segundos en nombre del orden bueno, con sensibilidad social y derechos humanos.

Al macrismo y al kirchnerismo les interesa hacer “propuestas” para “mejorar la calidad de vida de los porteños”. Para ambos, las soluciones son técnicas. Pasan por hacer grandes y pequeñas obras y por mostrarse como planificadores de gabinete capaces de controlar lo que no pueden: los flujos de una ciudad cuyo pulso vital y mercantil procede más allá, y a pesar, de las intervenciones estatales.

Al macrismo y al kirchnerismo les gusta la cultura. Para unos es un medio turístico y una forma del prestigio para la delicada clase media porteña. Para los otros es un medio más natural, se mueven entre artistas e intelectuales, pero igualmente distintivo como marca singular de la ciudad. En los primeros la cultura va del Teatro Colón a las villas como decorado de la curiosidad de los ocasionales visitantes, para los segundos va de las fiestas de masas a la “industria cultural”. Ambos mercantilizan la cultura por igual aunque sus contenidos puedan diferir.

El macrismo y el kirchnerismo padecen la misma tentación: la política como espectáculo. Los primeros no saben hablar y usan clichés inventados por la tecnocracia de asesores. Los segundos son argumentadores al viejo estilo, pero convierten los conceptos  (muchos de ellos forjados en la sensibilidad de la lucha) en slogans de campaña (a menudo compactados en enigmáticas palabras como “modelo” y otras tantas). A ambos la imagen y las encuestas les preocupan por igual. Construyen escenas mediáticas, unos con el gesto despreocupado de la banalidad y otros con el gesto adusto militante y la cara de bondad que confiere abrazar la causa de los justos.   

Al macrismo y al kirchnerismo dicen interpretar a su electorado (al que llaman volátil). Para ello, es decir, para lograr la verdadera representación de las “preocupaciones de los vecinos”, acuden a los procedimientos del márketing y la investigación social encuestológica. Su modelo político es asemejable al modelo empresarial que, por esta vía, busca nichos para sus productos (electorales en este caso). Ambos quedan descolocados cuando ocurre lo imprevisto, como la toma de tierras en el Indoamericano. Unos quieren garantizar el orden de manera más tradicional y los otros ordenan a través de censos y planes sociales.

Macri cultiva un populismo mediático de derechas. Filmus cultiva un populismo mediático de izquierdas. Para unos y otros “gobernar es tomar decisiones” en nombre, y muchas veces a pesar, de aquellos a quienes representan. Será por eso que son tan parecidos. 

Y pese a todo esto, el domingo pasado intentamos imaginar una diferencia para ir a votar. Quizá sea por estética, por tradición o por proximidad con su lenguaje, pero fuimos a votar a Filmus para evitar a Macri. ¿Por qué siendo que las dos formas son tan semejantes, una de ellas nos resulta más familiar, menos hostil? En este enigma se encuentra la razón de la parálisis. Ambos componen la vidriera de la política y escogemos aquél producto que más mueve nuestra sensibilidad. Será por eso que nos hemos convertido, con el correr del tiempo, en mansos espectadores de aquello que sucede en las escenas de palacio. (R.S.)