Fumar es un placer

La felicidad es un trabajo, a la alegría hay que organizarla: okay. Uno se dispone a hacer cosas aunque en sí mismas sean un esfuerzo, porque redundan en vitalidad; en, como dice un amigo, material psíquico para elaborar. La militancia de estar en la cultura… Salimos, entonces, nos pertrechamos, acicalamos, y damos nuestra cara al viento callejero. Esta vez vamos con data. Varios amigos, de distintos ámbitos, nos dijeron: la muestra de Louise Burgoise no tiene desperdicio. Ahí hay algo; ahí pasa algo, entendimos estirando el dato (costumbre de optimismo neuronal aun en conciencias pesimistas). Auto, lluvia, el hermoso barrio de La Boca.


Llegar y pagar entrada, ver el logo de Techint: ponerle ganas. Nos dijeron, confiamos, queremos encontrar potencia artística. Algo. En el hallcito de entrada veo gente conocida me encuentro evitando el saludo; me doy vuelta, quedo, ya sin opción, espectador de una familia completita que vino el domingo al arte, los chicos discuten mientras los padres veneran lo que van a ver, repitiendo datos del folletito pero con un tono bajo, grave y claro, de palabras que median entre la trascendencia de su referente y la pequeñez de quien pronuncia, como se habla en los velorios. Estamos por entrar al mundo de una Gran Persona. Admiren, chicos.

En la primera sala, una araña de metal gigante cubre una especie de cubicuelo enrejado, muñido de objetos que, notoriamente, remiten a su infancia, la infancia de ella, la Artista. Son simbólicos... Tuvo madre, tiene recuerdos. Las explicaciones que profiere una chica a gente agrupada me molestan: explican, mezclan señalamientos obvios con saberes incomprobables a los sentidos, saberes insensibles. A la segunda sala ya huyo. El padre calla a los chicos, shh! Miren. Hay muchos objetos, obras, y gente que mira en voz alta, en realidad baja pero audible, adorándolos con o sin argumentos, adorándolos a la primera mirada; ya es adoradora la pregunta, digamos, adoración pre-experiencial. A los artistas no hay que admirarlos, hay que comerlos, pienso y ya me imagino salir al barrio a buscar algo.

Algunas esculturas de la muestra me gustan, son perturbadores, son virtuosos, son atentados contra códigos de la forma, son expresivos con potencia muda; la mina esta es grosa. Pero la articulación de su puesta en público instala una forma de mirar sometida… Muchos otros objetos son, ¡oh!, evidentes afloraciones expresivas del Inconsciente, alusiones a la sexualidad reprimida: vanguardia, noticia y fiesta, todo de épocas pasadas. Hoy, objetos que son arte de ser persona, ser único; tuviste infancia, tuviste madre, una relación pasional; tenes inconciente, te psicoanalizaste, te sentís especial. Y toda la superestructura de convocatoria y presentación instala unas condiciones donde se festeja antes de mirar; se venera como modo de estar. Se viene a eso; es la racionalidad de las salas: se venera una posición, no un trabajo. Fetichismo, devoción al artista por ser artista –jerarquías, porque nosotros no lo somos, ni siquiera para mirar. Le pusimos ganas, o sea, positividad de cara a los encares. Pero que alivio salir; la vista contenta ante el hermoso adoquinado de La Boca, los pulmones henchidos y juguetones en la conclusión limpia y clara que decimos después de vámonos: fumar es un placer…

Oscar Guerra