El libro rojo de Deleuze (o la amplitud del plano de inmanencia)


La reciente publicación del ABC de Deleuze (el célebre Abecedario del filósofo francés  en versión de manual “yo te la explico”), realizada por el colectivo editor “Devenir imperceptible”, me hizo pensar (y de allí todo un mérito) en los límites del gran (nomás por grande) movimiento (por ponerle un nombre peronista) deleuziano. Llamo movimiento o plano de inmanencia deleuziano a todo aquello que hoy “pulula” en los parajes aledaños al nombre “Deleuze”. ¡Por suerte el movimiento es amplio!

Esta edición, en estricto rojo marxista, quizá para evitar los peligros de decoloración del movimiento, parte de varios supuestos. Sucede que cuando se edita un libro, siempre se supone un lector. Claramente en este caso se supone un lector pelotudo. Y por otra parte un lector en peligro. ¿Cuál es el peligro? El propio pensamiento de Deleuze. Por eso se vuelve necesario “explicarlo”, tarea delicada si las hay, pero ¡Ay!, el universitario no puede privarse de hacerlo, ni puede reprimir ese impulso (no exento de altruismo y de buena voluntad) por ahorrarnos el peligro... de pensar.

Si algo no precisaba este abecedario de Deleuze era algo que lo prologara, y sobre todo algo tan estúpido como “la causa final”, claro está, edulcorada, como casi todo en este libro. Justo cuando Deleuze no se cansó de hablar contra las causas finales... y justo cuando el viejo Deleuze del abecedario ya vive (como siempre quiso) la vida en sí misma, sin relación a causas ni a fines. ¡Qué puntería el colectivo editor!

Y luego de una pobre traducción, plagada de pobreza interpretativa, del propio abecedario, ¡una pena, ya que este abecedario es una fiesta del pensamiento!, el colectivo editor se aboca a su tarea central, que es pedagógica: explicar(nos) a Deleuze. Y diría también, sin temor al exceso, que se aboca a la tarea ímproba de domesticarlo. Se trata de neutralizar parte de la potencia de su pensamiento, de cuadricularlo, de hacerlo un animal familiar, de dar una grilla interpretativa en ese caos. Se trata de matizarlo, de eludir las lecturas más excesivas, aquellas que toman al pie de la letra (o al pie de la vida) sus palabras... En una palabra, se trata de conjurar los peligros que envuelve la propia filosofía de Deleuze. En suma, se lo desactiva. O al menos se lo intenta. Deleuze para principiantes: hay que evitar que los chicos de la facu se confundan con esta ola irrefrenable, hay que delimitar las costas, las mareas, y ponerse la mallita.

Este abecedario no precisaba nada... y de golpe una lista de precauciones y señalamientos, de sí peros. El colectivo editor previene: “Hay que interferir en la proliferación de las lecturas de Deleuze, y evitar los contrasentidos”. Y la torpe justificación de que Deleuze hizo lo mismo con Nietzsche. ¡Ay, colectivo editor! ¿Lo mismo? Diría más bien lo inverso. Devolver el movimiento en Nietzsche, rehabilitar la diferencia en el seno de la repetición en el eterno retorno, es justo lo contrario de lo que hace el colectivo editor con Deleuze, acotar (a-costar) su movimiento y recobrar a Deleuze (a él y a sus “pobres víctimas”, hipnotizadas por su embrujo-influjo) arreándolos hacia orillas más seguras... y conocidas: ¡organicémonos, que en esta orgía yo no toco ni una teta!

Primer contrasentido, detectado sagazmente por el colectivo editor. Sobre el rizoma y el agenciamiento, creer que el pensamiento se puede ir al carajo. El colectivo grita: ¡NO!, chicos. Hay un sistema en el pensamiento de Deleuze, que incluso puede estudiarse en la facu, en cátedras horizontales y autogestivas....

Segundo contrasentido. Sobre el sinsentido y el caos, creer que afirman la insignificancia y lo indeterminado... ¡NO!, chicos, no es para tanto. No hay insignificancia (ni asignificancia).

Tercer contrasentido. Sobre el deseo, las líneas de fuga y la máquina de guerra, creer que exaltan la espontaneidad, el individualismo y la desorganización... ¡NO!, chicos, no se vuelvan loquitos. Hagamos una asamblea organizada, lista de oradores, organicémonos colectivamente... ¿Y las soledades en Deleuze? (...............   grillos)

Cuarto contrasentido. Sobre la afirmación, la alegría y la inocencia del pensamiento, creer que integran una apología de la pura positividad, de la horizontalidad indeterminada y de las ingenuidades del pensar... ¡NO!, chicos. Pero acá el colectivo editor no está tan errado, ya que estas son taras palpables que aquejan al movimiento.

Quinto contrasentido. Sobre el devenir, la diferencia y el acontecimiento, creer que son los rasgos reveladores de una teoría posmoderna... ¡NO!, chicos, cuco, caca, feo,  posmodernidad. Deleuze es de la segunda mitad del siglo XX, señalan los imperceptibles, no lo empujen tan adelante, no está fuera de la rica Historia de la filosofía. ¿Qué tanta distancia, al fin y al cabo, entre la Lógica de la sensación y la Lógica aristotélica (y en Puán la leímos, eh!)? Quizá solo una distancia de tiempo... ¡Ay, colectivo editor!

Para coronarla (y créanme que no parece una anarquía coronada), el colectivo editor nos revela (en un claro gesto futbolersitario) que el que mejor patea la pelota, aunque Deleuze sea bueno, es Cornelius Castoriadis (sic), que jugaba más de wing izquierdo, parece.

Lo cual me lleva a recordar (¡otro mérito del colectivo editor!) aquel consejo (y no daba muchos) del propio Deleuze: “No se metan con los autores que no aman, solo con los que aman profundamente”. Si lo hubiera hecho la muchachada inquieta del colectivo editor “Devenir imperceptible” quizá nos hubieran evitado su propio libro o, más bien, su propia interferencia.

¡Ah! ¿y el cuadro contextual presentado al final? Invalorable aporte, gracias por todo.

Ricardo Montiel
Solito y sin apuro